abril de 2024 - VIII Año

‘Demasiado cristal para esta piedra’ de Rafael Soler

Demasiado cristal para esta piedra
Rafael Soler

Antología. Compiladora: Lucía Comba
Nueva York Poetry Press, 2022
Colección Piedra de la Locura
176 págs.

Si damos por buena la sentencia del poeta de que “no eres nadie, hasta que te disparan”, tendremos que convenir que Rafael Soler lleva décadas sometido al fuego pertinaz de propios y extraños, pistoleros a sueldo o de ocasión, dada su categoría literaria. Demasiado cristal para esta piedra —antología poética que ahora se publica, a cargo de Lucía Comba, musa del poeta— viene a traernos la justificación de este incesante tiroteo, en la mejor selección de poemas posible. Que Rafael Soler salga ileso de semejante acoso sicario es todo un logro, solo a la altura de los mejores,  “… / pero esa es otra historia/ que segó mi descuido y tu pistola”.

Rafael Soler —valenciano como Ausías March, como Sorolla, como Berlanga  o como Blasco Ibáñez— comparte con todos ellos la talla del valenciano que trasciende lo local.  El verbo encendido del bardo; los colores cómplices del pintor; la socarronería mordaz del cineasta y el cosmopolitismo impenitente del novelista se dan cita —jugosa— en el universo creativo que encierran las páginas de Demasiado cristal para esta piedra. Paisanaje que Rafael Soler lleva colgado de su seductora sonrisa de galán de cine, sonrisa ancha como esa espalda que engrandece su corpachón aguerrido de jugador de rugby, que sella su camaradería con achuchón enérgico de oso elegante y afable.  Su corazón gigante, se le sale del pecho en vertiginoso vuelo: “…salir de mí quisiera / entre dos vértebras y un codo / en busca de mi cuerpo y de tu abrazo”.

En las páginas que laten en esta antología encontramos las señas de identidad del autor: atrevimiento formal, heterogeneidad temática, acrobacia lingüística, pirotecnia verbal sin grandilocuencia, imágenes desbordantes de celuloide, “álgebra afectiva”,  danza de ausencias y vanitas lírica, trampantojos delirantes, planos secuencia…  “A buen precio el medio de honesta zanahoria / su huella ignominiosa dejando en los baberos / la renuncia de sabores cumplidos con la edad /…”

En suma, una poética totalizadora, irónica y lúcida, llena de autenticidad con afán de levantar del suelo al lector por las solapas. Un eficaz antídoto contra la modorra y la impostura de los tiempos que corren.

Rafael Soler —valenciano como la paella, la mascletá o la horchata— ha viajado por medio mundo montado  en las inquietas alas de sus libros: lleva tantos kilómetros sobre sus hombros, de majestuosa anatomía, como los célebres baúles de la Piquer, valenciana de pro también. Y sigue erre que erre, hasta que el cuerpo aguante. Cada viaje —geográfico y emocional— es una nueva cicatriz, fértil y viva, en el mapa que el poeta lleva impreso como un tatuaje en su alma de olímpico demiurgo.  “…Porque los grillos / entérate, sabelotodo, / se mueren despacito, entre dos años, / con su bastón de anís y su mochila. / Al sol, como querían.”

Un día, con lo puesto, cogió el tranvía de la Malvarrosa de Vicent —“maneras de volver” —  para venirse al foro y decidió apearse en el malecón de la madrileña Glorieta de Bilbao, para refugiarse — “como hace el náufrago al engullir voluntarioso/ el agua que separa sus bronquios de las algas” — en su oasis particular —“yo quiero una isla grande” —, ahora ya Café Comercial, donde siguen batiendo las olas de su infinito mar Mediterráneo —“el ancho mar de Rilke” que “convoca la marea/ atusa el oleaje” — con esplendente intensidad.

Primero, hombre de Vitruvio, como el de Leonardo, enorme, “ocupando los cinco puntos cardinales que nacían en el sur” de un círculo dantesco, que creció en todas direcciones con la grandeza del elegido. Tras un velador de mármol —“… / una mesa pequeña / fiel a su postura ingrata /… “— y bajo una imaginaria palmera de vinilo, diseñada por el también valenciano Mariscal —“un árbol que solloza” —, oficia de maestro de ceremonias de ese Rincón de don Antonio —poesía, jazz y amistad—  para seguirse bebiendo el mundo, gigantesca copa de balón, a grandes tragos en su sempiterno “último gin-tonic” —“apuradora de versos con ginebra” — con su fino luquete de poesía y sus dos piedras delicadas de frío y fuego. Nimbado por las venerables canas inmaculadas del adolescente vate milenario, reina en su corte cañí de cafelito con leche y churros mañaneros, bajo las espectrales lámparas de araña “…algo así como / interior día / vestíbulo art decó/…”  con el olor acre de la tinta reciente de los periódicos.  “Vivir es un asunto personal”. El poema de Rafael Soler aletea como una pajarita de papel y se posa en el esqueleto de los percheros —“voluntarioso perchero con hombreras / para un piadoso requiebro/ cien por cien algodón” —, en el azogue de los espejos que nos miran —“en el espejo / atentamente tuyo / un rostro cerrado por reformas” —  y en los reflejos de los grandes cristalones de la calle “con un tráfico de sal inspiración y desafío /…”

La puerta giratoria del café le suministra aliento al poema fugaz, de vez en vez, con el paso de los feligreses que se abisman en su interior.  “Un escenario extravagante y ruidoso / tan cerca del mar que todos los erizos / quepan en un palco /…”

El poeta se sienta en el mismo diván de raso rojo que otro valenciano ilustre, el maestro Jaime Siles, para “bibir, que es beber con los amigos”, en su contumaz ortografía prístina juanramoniana, sin que nada lo domestique, sin que nadie le domine.  “¡No le toques ya más, que así es la rosa!».  Pocos imaginaban que los juveniles “sitios interiores” de Rafael Soler —“joven almado con estatura suficiente” —, después de un largo paréntesis de años y silencio, iban a trascender, con las convincentes “razones del hombre delgado” que era, en ese archivo postal que volaría con vocación de soñadora paloma mensajera en “las cartas que debía” el poeta,  animadas por el “ácido almíbar” de su palabra, que en afortunado oxímoron  insufló a la inerme poesía española de la época —-e insisto: esta antología da muestras palmarias de ello—, una bocanada de aire fresco del que carecía entonces el género,  una brisa marinera de levante y sol  que la ciudad de Madrid necesitaba como la “sonata urgente” del azul y del salitre de este valenciano que ya nos aconsejaba en una antología previa a esta —con decidido aire de ninot multicolor—  que es de rigor “Leer después de quemar”, en homenaje quizá al fuego purificador de las Fallas de su ciudad natal, “así mi revocación / de esta pira que sustento /…”   ¡Ay, Valencia, siempre Valencia!

“El Soler”, poeta, a tan solo una vocal de la perfección de la playa “con Jacuzzi frente al mar” que le vio nacer.

Por último, tengo que confesar que  “Demasiado cristal para esta piedra”, no deja de ser a su vez una anticipadora metáfora que sirve para definir perfectamente la humilde contribución de este comentarista al tema —inconmensurable— que hoy le concita aquí. Qué se le va a hacer…

¡Enhorabuena, maestro! Ah, y no olvide darle las gracias a su ángel tutelar, Lucía eterna.

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Archivo Entreletras

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