junio de 2025

‘El Libro de las Siete Puertas’, de Yves Namur

El Libro de las Siete Puertas
Yves Namur
Editorial Fundación Ortega Muñoz, 2024
208 páginas

UN PERIPLO POÉTICO CON ALFORJAS FILOSÓFICAS

Publicado por primera vez en 1994, esta obra del poeta y miembro de la Academia Real de Lengua y Literatura francesas de Bélgica, Yves Namur (Namur-Bélgica, 13 de julio de 1952) vuelve a publicarse en España en el año 2024, por la Fundación Ortega Muñoz, dentro de la colección Voces sin Tiempo, en una edición bilingüe con la traducción de la poeta extremeña Emilia Oliva.

Comentó la traductora en la presentación de esta nueva edición en la Biblioteca Pública de Cáceres, que existen ciertos paralelismos entre la obra poética de Namur y la obra pictórica del pintor Godofredo Ortega Muñoz de San Vicente de Alcántara, en cuya memoria se constituyó la Fundación. Así, indicó Oliva, que los paisajes de Ortega Muñoz y los poemas del Libro de las Siete Puertas tienen un importante punto de conexión e incluso de identidad:  ambos creadores recurren a una gran economía de medios expresivos para explorar los límites del conocimiento. El pintor se sirve apenas de unos trazos en colores sobrios, una paleta de colores apagados, sin estridencias, y el poeta nos presenta composiciones de pocos versos con vocabulario sencillo. En esta aparente sencillez de medios, sin embargo, en la búsqueda de respuestas, nos encontramos en ambos autores una visión del hombre en cierto modo común: “la del hombre menguante ante la inmensidad del horizonte y expuesto a la incertidumbre de la existencia.” En palabras de la propia Emilia Oliva en el artículo “El límite y la extensión” en el blog Entre viñas y castaños de la Fundación Ortega Muñoz: “Ambos transitan en alerta el territorio que exploran por entre lo que parecen intuir oculto en lo real concreto, y lo que la imaginación y el pensamiento les permite capturar. Avanzan sobre la línea delgada de la fisura entre lo visible aparente y lo invisible, fisura que se extiende y mina toda certeza. Mantienen la tensión que establece el límite del decir, del representar lo real sin descanso.”[1]

En la presentación del poemario, comentó Yves Namur que durante su viaje a España cuando se publicó la primera edición, había leído por primera vez El Libro de Arena de Jorge Luis Borges y que había encontrado ciertas similitudes entre el paisaje que dibuja el autor argentino a través de sus relatos fantásticos y su propio libro. En el libro referido, Borges, aborda cuestiones tales como el sentido mismo de la existencia, la infinitud del tiempo y el espacio y la imposibilidad del hombre -pese a sus esfuerzos- de comprenderlo y abarcarlo todo.  De igual forma, en El Libro de las Siete Puertas son muchas las preguntas que se hace Namur sobre cuestiones existenciales a medida que va atravesando las siete partes que componen el libro que se corresponden con las siete puertas.

  • La Puerta de la Muerte (Parte I), la Travesía (Parte II), y la Puerta del Otro (Parte III).
  • La Puerta de Palabra y lo Impronunciable (Parte IV), que como eje central conecta las anteriores con
  • La Puerta de La Desaparición (Parte V), la Puerta de Lo Imposible (Parte VI) y la Puerta de Luz (Parte VII)

La estructura del libro parece responder a un criterio numérico en el que La Puerta IV, la parte más amplia en extensión, constituye el eje central del libro (3+1+3=7).

Lo simbólico, presente desde el título, atraviesa todo el poemario: En el Antiguo Testamento la apertura de las puertas se utiliza como símbolo de plenitud de la existencia[2]. En el Nuevo Testamento la puerta es un símbolo de salvación[3]. Siete son las direcciones del espacio y siete los pecados capitales y su existencia[4]. Las siete puertas de Namur están abiertas y pueden atravesarse, y pueden llevarnos quizás a algún espacio de conocimiento a través de las preguntas que el poeta plantea, aunque sea tan sólo al conocimiento de lo que no se puede conocer.

Paradójicamente, el libro se inicia desde lo que en lógica temporal constituiría el final, así, con “la Puerta de la Muerte” comienza el viaje por el que nos conduce el autor a través de un paisaje de arena y árboles, de agua y de transparencia para llegar a la muerte como única certeza:

Es en la muerte esperada
Y en la muerte que pronuncio,
Es allí donde reposa quizá
Lo que está en lo más profundo
Y lo que es también lo profundo de mí mismo

En la Parte II, “La puerta de la Travesía”, el autor conduce al lector hacia un periplo por el que atraviesa la incomprensibilidad de la vida y la infinitud de nuestro desconocimiento:

Caminamos
Caminamos desde siempre

Y no comprendemos nada de nada

Y continúa en otro poema:

Atravesaría y no llegaría nunca

Y ahonda en lo inalcanzable del tiempo y del espacio y del camino mismo:

Allí en el tiempo de ninguna parte.
Ninguna huella me conduciría hasta allí

Y retorna Namur a la muerte como luz frente a la incertidumbre de nuestro tiempo:

Esa luz
Que me atraviesa y me conoce
Me busca y me conoce ya.
¿Cuánto tiempo todavía?

La Parte III es “La Puerta del Otro”, donde Namur se plantea la existencia desde la percepción del otro. Ser por el otro y desde el otro que nos percibe. Ser porque el otro nos nombra. Ardua cuestión la de la otredad que Namur amasa con versos cortos y certeros:

¿Quién soy?
¿Y quién sería aún
Si no fuera el Otro?

Ser uno mismo
Y Permanecer sin límite
Fuera de sí
Es así como el otro hablaba
Ese otro
Que habitó en mí mismo
Y en lo más profundo de mí mismo

Y en ese existir desde la otredad vuelve a descubrir que no comprende ni sabe nada de nada:

Fui todo el tiempo esa otra persona.
ese otro
Que hoy me mira confusamente,
me mira y no comprende nada de nada
De lo que hago, de lo que digo
Y de lo que no soy.
Ese otro que me mira extrañamente

Y en la Parte IV, “La Puerta de la Palabra y Lo Impronunciable” es donde el autor se recrea, se deja llevar por las palabras y por todo aquello que no existe en el universo de la palabra: lo impronunciable. Así, escribe el autor que las palabras designan, conservan, miden la distancia, aproximan, cercan, las palabras son “espacios hechos de grandes ausencias”. Es en las palabras donde las cosas existen, pero ni siquiera las palabras pueden abarcar lo inabarcable, eso que Yves Namur denomina lo impronunciable. Así, lo que no existe en las palabras, también existe y lo que existe se delimita en la palabra

El nombre que eres
Y ese nombre que no eres

Ese nombre
puede encontrar en palabras
un camino que seguir

Más adelante, en otro poema, matiza:

ninguna palabra para presentir la muerte,
pero tantos vocablos para presentarla
Y esperarla
Todavía

Y prosigue:

Ella vendrá
En el nombre de lo impronunciable
en el nombre de lo pronunciado
Y por pronunciar aun

La “Puerta de lo Imposible”, que se corresponde con la Parte VI es donde todo puede ser, porque es donde se activa la voluntad:

¿Qué pedirle a lo imposible que no pueda ser?
¿Qué pedirle?

Y tal vez, pretende proporcionar él mismo la respuesta a través de estos versos:

Lo imposible
Está en el cumplimiento.
Es allí
Es simplemente allí
Donde permanece la calma
Y el aliento
De las cosas que no son
Es allí donde crece la palabra del deseo
la palabra deseada
la palabra infinitamente deseada

En la Parte V, que se corresponde con “la Puerta de la Desaparición”, habla el poeta de nuevo de lo que no es, pero ahora porque ha dejado de ser:

La desaparición
Está tal vez en el origen,

La desaparición es tal vez el manantial.

Un manantial que brota
Y que nunca se seca
Y no seca nunca,

Una fuente que corre y va lejana

Parece que profundiza Namur en la idea que ya plasmó T. S. Eliot en sus Cuatro Cuartetos sobre la infinitud e inconcreción del tiempo:

En mi principio está mi fin[5]

Y expone Namur

La desaparición se haría poema

E impulsa al lector a que prosiga en su búsqueda que es la búsqueda del poeta:

Ve
Hacia lo que no es nada,
Sino un simple fragmento del tiempo,
Sino un bosquejo discreto del tiempo infinito.

Ve,
Ve hacia la desaparición
Donde permaneces desde siempre
Y en la desaparición, la Nada

Por su parte, T. S. Eliot insiste sobre esta misma idea del tiempo cuando en el inicio de la obra citada dice:

El tiempo presente y el tiempo pasado
Acaso estén presentes en el tiempo futuro
Y tal vez al futuro lo contenga el pasado.
Si todo tiempo es un presente eterno
Todo tiempo es irredimible.
Lo que pudo haber sido es una abstracción
Que sigue siendo perpetua posibilidad
Sólo en un mundo de especulaciones.

La Parte VII, “la Puerta de la Luz” cierra el poemario. Esta última parte, donde todo se clarifica, se abre con este poema que ilumina casi todas las preguntas:

Luz
Luz Inmensa
Así es la palabra oscuridad
Y así es la oscuridad misma.
Así aparecen incluso todas las cosas,
Más transparentes en cuanto se oscurecen,
Más visibles incluso en cuanto nos alejamos un poco
Así son las cosas.

En el uso de la paradoja puede apreciarse que el autor es conocedor de la obra del poeta argentino Roberto Juarroz, lo que indica la traductora en el prólogo.

Y siguiendo los versos, la luz puede hallarse en la palabra[6], en el poema, y en los nombres de las cosas, en lo más profundo de uno mismo, en el nombre pronunciado que se ha vuelto impronunciable, y en el agua que vuelve a la fuente… en el origen.

La luz está en la ignorancia y en la duda. Al fin, en el “vacío que se acercaba un poco”.

Y también recuerda de nuevo a T. S. Eliot, ya al final de la obra referida anteriormente:

No cesaremos en la exploración
Y el fin de todas nuestras búsquedas
Será llegar adonde comenzamos,
Conocer el lugar por vez primera.
A través de la puerta desconocida y recordada
Cuando lo último por descubrir en la tierra
Sea lo que fue nuestro comienzo:
En la fuente del río más largo
La voz de la oculta cascada

La lectura del poemario es toda una travesía por cuestiones de hondo calado que requieren de una lectura profunda y abierta. Un paseo por los múltiples interrogantes que va planteando Yves Namur que se sirve de los versos para decir lo inefable mientras va atravesando sus siete puertas.

La obra de Namur podría desplazarnos, en su composición, al método socrático de indagación filosófica, la mayéutica, consistente en formular preguntas y repreguntas sobre las cuestiones que el filósofo griego consideraba objeto de necesario estudio y entendimiento. E incluso, tras atravesar con el poeta las siete puertas, puede incluso parecer que el poeta belga ha llegado a la conclusión que aquél:

“solo sé que no se nada”, transcribió Platón en sus Diálogos.

“je ne comprends rien”, escribe Namur.

Pero no sólo el eco de Platón y Sócrates emergen de este verso tan sencillo como complejo, también el de Descartes y su conocido “Pienso luego existo”. Así, también Namur parece con él, descomponer la existencia y sus enigmas en partes más sencillas: siete puertas que cruzar.

No es de extrañar que en la presentación de su libro reclamara el académico belga de viva voz, “el derecho de ignorar y el derecho a no saber” y, al ser preguntado por su proceso creativo y por los elementos que tomaba como inspiración, respondiera que cuando escribe, él “tan sólo se deja llevar por su intuición”.

Y entonces es cuando Yves Namur podría recordar a Kant y a la intuición como método de conocimiento.

Nos encontramos ante una obra poética de hondas evocaciones filosóficas, en la senda ya planteada en esa línea por T. S. Eliot en Cuatro Cuartetos.

NOTAS

[1] 1https://ortegamunoz.com/entre-vinas-y-castanos/el-limite-y-la-extension
[2] A.T, Isaías 60.11 “Tus puertas estarán de continuo abiertas; no se cerrarán de día ni de noche, para que a ti sean traídas las riquezas de las naciones, y conducidos a ti sus reyes”. 
[3] N.T. Evangelio según San Juan 10. 9. “Yo soy la puerta; el que por mí entrare será salvo; y entrará, y saldrá y hallará pastos”. 
[4] Juan Eduardo Cirlot, Diccionario de símbolos, Ediciones Siruela 1958.
[5] Poema EAST COKER (1940) de TS Eliot. La tierra baldía, Cuatro cuartetos y otros poemas Edición bilingüe de Juan Malpartida y Jordi Doce, Círculo de Lectores, p. 153.
[6] N.T. Evangelio según San Juan 1.14: “Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros”.

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Escrito por

Archivo Entreletras

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