La limosna de los días
Gregorio Dávila de Tena
Editorial Cántico, 2024
Colección Doble Orilla Poesía
96 págs.
ACCIÓN DE GRACIAS
No es frecuente en la poesía española contemporánea hallar un conjunto de poemas que constituya un acto de agradecimiento. En el recuerdo figura algún poema de gratitud entre Benedetti, Neruda o Borges. Es de este último de quien extrae el título Gregorio Dávila de Tena en su último poemario premiado, La limosna de los días: “Un hombre que ha aprendido a agradecer / las modestas limosnas de los días”.
Dávila de Tena (Quintana de la Serena, Badajoz, 1959) comienza a atesorar una trayectoria colmada de nueve libros premiados hasta la actualidad, poemarios distinguidos por su claridad y por un peculiar estilo en cada poema, aunque cabría decir que la línea clara, cierto misticismo y una singular disposición tipográfica son características en cada una de las entregas líricas, además de la musicalidad que sabe impregnar en sus versos, una musicalidad heredada por el gusto al haiku, no en vano muestra una técnica depurada en su uso.
Después de Un hombre que no conoce Nueva York, Heredar la lluvia, Entre el diamante y la penumbra: Cuaderno de Salmos, entre otros, logra el poeta asentado en Sevilla un nuevo galardón poético, con La limosna de los días, el XXXI Premio Internacional de Poesía Ciudad de Córdoba “Ricardo Molina”.
El conjunto adquiere una acción de gracias desde la cotidianeidad y la proximidad de un sujeto que dialoga, humildemente, mediante la palabra escrita sobre la tradición literaria y la memoria. La agrupación en tres tramos equilibrados y bien cohesionados está conformada por “Humus de otoño (stop)”, “La ternura de la nieve (look)” y “Con letra minúscula (and go)”. Todo ello viene precedido por el poema “Heredad”, un poema pórtico con declaración de intenciones, donde la escritura poética nace de la tradición poética, que está vinculada a la naturaleza: “porque escribimos para donar nuestras palabras / y que otros continúen este canto. / Sólo hay un poeta, dice Rilke, / solo uno es el Poema. / Somos brotes de la gran Madre”.
El poeta agradece la memoria. Ante el sujeto vuelven elementos presentes atemporales de la naturaleza. A ellos rinden pleitesía sus sentidos: la luz de la tarde en el otoño (algo que no se le escapa a ningún haijin) y el olor que desprenden las flores, el viento, el agua… En todos sabe rescatar y congelar su belleza. Por ello, se hace lógico pensar que la sinestesia cumpla con uno de los recursos más empleados y mejor tratados por Dávila de Tena: “Escucho la narración de la tarde / su gramática en las hojas caídas / del tejo milenario”.
Pero además de que la contemplación y la memoria cumplan su destino en el poema, el poeta urde su lenguaje metapoético de un modo sutil: “Olvida tanto anhelo de palabras / y deja que el poema anuncie / la lengua de las cosas”. Sutileza y humildad son claves del discurso poético (“yo sólo quería que mis versos dieran algo de paz. / Sólo eso”), además de los guiños con otros versos suyos (“felices tus hijos, madre del agua”).
Así, el poema es definido como “decir sin voz”, como un abstracto que tiene su analogía con los elementos de la naturaleza. Además, como aspecto singular de este libro cabe señala algunos finales cursivos entre paréntesis donde remata Dávila de Tena un punto de vista personal, que no dejan de ser, al cabo, versos a medio camino entre lo explicativo: “Todo poema es un camino, un viaje por el tiempo, / es abrir un espacio para los pies del peregrino”; en ocasiones juegos intertextuales con tendencia a lo irónico: “No terminaba de afiliarse a la poesía del lenguaje ni a la del silencio, / si acaso a la voz de la mirada o lo que eso pueda significar”; y en algún caso se nos muestra el autor crítico: “Para Elon Musk, CEO de Tesla y Twitter, / el caos es el principio rector de su actividad”.
Dialoga, como lector avezado que es, con poetas queridos, desde un punto de vista biográfico, dejando de lado la puntuación: “Porque nunca aprendiste a pescar como Carver / ni a dar clases como Machado / Porque no bordeaste el Sena como Celan / ni el Perú con Vallejo”. Pero no sólo habla con otros poetas sino con sus antepasados, elementos nucleares que conserva para siempre adheridos o implícitos en lo más profundo. En ese diálogo hay una vuelta del sujeto a la niñez tierna y melancólica, que anuncia la fragilidad del ser: “Ese niño con sed de mañanas / con hambre de jilgueros y caricias / que teme el hurto de todo lo que roza”.
De la lectura de esta entrega no se nos escapa el dominio del haiku de Dávila de Tena tampoco en este libro, de hecho algunos versos extrapolados serían hermosos haikus, pues, de acuerdo con Olmedo López-Amor, cumplirían con “la búsqueda de lo inefable, el cultivo de la conciencia, el estudio del silencio, la generosidad y la humildad”: “en la sombra del patio / la huella mínima / del gorrión en la nieve”. O bien los haikus explícitos: “Hojas de otoño / traídas por el viento / ante mis pasos”; “Lluvia en verano, / titilan las agujas / del viejo pino”.
Por último, en La limosna de los días Gregorio Dávila de Tena ensambla la contemplación y la memoria junto con la pasión por la palabra escrita y la cadencia del verso para dar con un conjunto de poemas que propone desde la humildad dar las gracias por todos los dones que disponemos a diario comenzando por la naturaleza.