abril de 2024 - VIII Año

Segundo Centenario del final del Trienio Liberal 1820-1823

El 31 de agosto de 1823, las tropas francesas del Duque de Angulema, que habían penetrado en España el 7 de abril de ese año, lanzaron un ataque sorpresa a la bayoneta contra el Fuerte del Trocadero (en Puerto Real de Cádiz), que conquistaron ese mismo día. Hubo 141 bajas francesas, unas 400 españolas, además de mil prisioneros. El ejército francés construyó en el fuerte tomado nuevas baterías que apuntaban a Cádiz. La ciudad fue bombardeada durante septiembre y se rindió el 3 de octubre. Fue una victoria sin brillo ni gloria, como toda la triunfal marcha de los Cien Mil Hijos de San Luis, que repusieron a Fernando VII en el Trono Absoluto hace 200 años.

La Batalla del Trocadero fue una gesta menor que contrasta con la pompa y esplendor con que se ha celebrado en Francia la campaña del Duque de Angulema. Chateaubriand se deshizo en elogios al éxito de los Cien Mil Hijos de San Luis. Y Francia terminó dedicando a la efeméride, en su capital, París, una bella, afamada y colosal Plaza, la Plaza del Trocadero. Agigantamiento desproporcionado de unos hechos que hace recordar el dicho de que, probablemente, todo lo exagerado es insignificante.

Así acabó el llamado Trienio Liberal, iniciado en 1820, que desató la primera gran explosión revolucionaria del siglo XIX, primera oleada revolucionaria de los ciclos revolucionarios que se sacudieron en Europa tras el final de las guerras napoleónicas. Ciclos que se repetirían en nuevas oleadas en 1830 y en 1848. La referencia principal del movimiento revolucionario de 1820 fue España, donde triunfó, en marzo de 1820, el pronunciamiento de Cabezas de San Juan (Sevilla), en enero, del coronel Riego. España volvía ser una referencia internacional por su revolución y por el ya inminente desplome de su Imperio Americano, concluido en 1824.

El Trienio Liberal fue recordado por los liberales hispánicos, durante todo el siglo XIX, como un hito revolucionario trascendental que dejó huellas profundas, como acredita el Himno de Riego, de Evaristo San Miguel, o las independencias de la América continental hispánica. Sin embargo, el año en que se ha cumplido su bicentenario termina y se ha ido dejando pasar casi en el olvido. Ni siquiera en la ciudad de Cádiz se ha realizado alguna celebración. Una vez más, los asuntos urgentes han vuelto a desplazar a los importantes y apenas nadie desde instancias adecuadas, oficiales o privadas, ha intentado siquiera hacer una conmemoración apropiada.

Porque el Trienio Liberal no fue un episodio local de más o menos relevancia, aunque se haya oscurecido su importancia en la bibliografía francesa, inglesa, norteamericana o alemana sobre el periodo, que destacan fundamental y casi únicamente las olas revolucionarias de 1830 y de 1848, iniciadas en Francia. Con ello se relega a una posición secundaria la oleada de 1820, iniciada en España y que afectó a toda Europa y a América, si bien tuvo sus principales focos en los países mediterráneos, que siguieron la estela de la revolución española, y que alcanzó su principal expresión en las independencias de la América continental hispano-lusa. La crisis revolucionaria de 1820 tuvo mucha más trascendencia de la que se le suele dar.

Las revoluciones de 1820 fueron la respuesta liberal a la Restauración de 1815, producida tras la derrota militar de Bonaparte y de la Francia revolucionaria, y acordada en el Congreso de Viena (1814-1815). En él, se confió la lucha contra nuevas revoluciones a la fuerza militar de las potencias de la Santa Alianza (Rusia, Austria y Prusia). La Santa Alianza se complementó con la llamada Cuádruple Alianza, que incorporaba a Inglaterra y, en 1818, con la Quíntuple Alanza, al unirse Francia. La alianza de las monarquías europeas consiguió evitar la generalización del contagio revolucionario de 1820, y sofocó todos los focos revolucionarios, excepto la rebelión griega. Esta última, iniciada en 1821, alcanzaría la independencia del Imperio Turco en 1829.

Los países del sur de Europa fueron los más afectados por la explosión de 1820, con España como epicentro de un movimiento que se extendió a Nápoles y Piamonte (Italia), Portugal​ y Grecia. Hubo en esos mismos años, también, atentados, agitaciones y hasta revueltas en muchos otros lugares, como Inglaterra, Francia, Bélgica, Irlanda, Alemania, Austria, Polonia y Rusia, aunque no llegaron a convertirse en abiertas rebeliones. Las revoluciones de 1820 tomaron como modelo la Constitución española de 1812, no las norteamericanas, poco conocidas, ni las constituciones revolucionarias francesas. Así, la Constitución de Cádiz fue proclamada en Portugal y en Nápoles, se propuso para el Piamonte, y se reivindicó también en las agitaciones de Bélgica, Alemania, Polonia o Rusia.

Tras el triunfo de la revolución en España, el Zar Alejandro I propuso utilizar de inmediato las tropas de la Santa Alianza, para restablecer en el Trono Absoluto a Fernando VII. Pero chocó con la oposición del gobierno británico que, aunque contrario a las revoluciones, impidió una acción inmediata. El británico Castlereagh y el austriaco Metternich temían que los rusos cruzaran Europa con sus ejércitos, o que Francia impusiera su dominio a España y sus colonias americanas, en pleno proceso de independencia. Pero todo cambió en julio de 1820 al triunfar la revolución en Nápoles. En marzo de 1821, Austria invadió Nápoles y repuso en el trono, como Rey Absoluto, a Fernando I de Nápoles. Y, en abril siguiente, tras estallar la revolución en el reino del Piamonte, el ejército austriaco marchó de Nápoles a Turín, derrotó a la revolución y repuso a la dinastía de Saboya en su poder absoluto. En Portugal, se derrotó a la revolución en 1824, una vez derribado el régimen constitucional español el año anterior.

La revolución de 1820, en Europa fue vencida, salvo en Grecia, donde continuo la lucha hasta la consecución de su independencia, en 1829. Y, además, el hundimiento del Imperio Español en la América Continental, deparó el nacimiento de nuevas repúblicas, entre 1821 y 1823, que se subdividirían después para dar lugar a los actuales países de Sudamérica, incluido Brasil, que ganó su independencia en 1824. Hechos estos ante los que Estados Unidos formuló la denominada Doctrina Monroe –América para los americanos (1823)-, para disuadir a las potencias europeas de intentar restablecer sus imperios americanos.

En España, el gobierno constitucional se tuvo que enfrentar al desorden, que bordeaba el caos por momentos, y que se intensificó al aparecer en 1821 las primeras partidas realistas. Pérez Galdós, en El 7 de julio, episodio nacional situado en el año 1822, dice: “El rey era absolutista, el gobierno moderado, el congreso democrático, había nobles anarquistas y plebeyos serviles. El ejército era en algunos cuerpos liberal y realista en otros, y la Milicia Nacional abrazaba en su vasta muchedumbre a todas las clases sociales”. Entre abril y mayo de 1820 aparecieron las Sociedades Patrióticas y proliferaron los periódicos, lo que fomentó conspiraciones y disturbios, promovidos por las sociedades patrióticas y difundidas por la prensa. El mayor problema era que casi nadie obedecía, y a casi nadie se le podía obligar a obedecer, de modo que el Ejército fue la principal fuerza de apoyo al régimen liberal.

Los gobiernos que se sucedieron entre 1820 y 1823 intentaron restablecer el programa de reformas iniciado en Cádiz, en 1812. Es decir, repusieron la desamortización eclesiástica y la suprimieron la Inquisición, y crearon la Milicia Nacional. Y tuvieron que soportar la presión combinada de los radicales de las sociedades patrióticas, y del rey y su camarilla, enemigos jurados del régimen constitucional. El primer gobierno del rey estuvo formado por liberales doceañistas, con Agustín Argüelles, y también eran moderados los Jefes Políticos Provinciales que nombró, más de la mitad de ellos militares. El segundo gobierno liberal se formó en marzo de 1821, con Bardají y Feliú como figuras principales, y estuvo en el poder un año. Tiempo en el que se consumaron las independencias de muchos de los territorios continentales de la América Hispana, ante la aparente indiferencia del gobierno español.

En marzo de 1822, se formó un tercer gobierno, con Martínez de la Rosa, que duró cuatro meses, pues, en julio, la Guardia Real intentó tomar el poder (jornadas del 7 de julio en Madrid), para reponer a Fernando VII como Rey Neto. Tras ello, el rey dio el gobierno a los exaltados (agosto de 1822 a abril de 1823), con Evaristo San Miguel, como figura más destacada. El nuevo gobierno afrontó levantamientos realistas en el País Vasco, Navarra y Cataluña, donde se instaló una regencia rebelde, la Regencia de Urgell, creada porque el rey estaba “secuestrado” por los liberales. El ejército constitucional, al mando de Espoz y Mina, derrotó a los absolutistas y expulsó a la Regencia de Urgell, cuyos integrantes se exiliaron en Francia y Portugal. La derrota de la Regencia, dejó claro que, sin ayuda exterior, la contrarrevolución no podría imponerse.

Seguramente, el principal escollo en el que encalló la revolución fue la ruptura del liberalismo, provocada por la escisión entre exaltados y moderados, en el verano de 1820, y que se profundizaría hasta casi el final del Trienio. Problema al que se añadió la posterior escisión, dentro de los mismos exaltados, entre comuneros y carbonarios. Si el partido liberal se hubiese mantenido unido, es posible que el gobierno constitucional se hubiera podido mantener, pese a todo. Pero no fue así, y las disputas internas debilitaron el régimen constitucional. Sólo tras el comienzo de la invasión francesa de los Cien Mil hijos de San Luis, los diferentes sectores liberales intentaron su “re-unificación” en el gobierno de Calatrava, entre abril y octubre de 1823, pero ya era tarde.

Más aún que las divisiones entre los liberales, resultó decisivo para el régimen constitucional la indiferencia, cuando no el rechazo, que suscitó entre amplios sectores populares, especialmente en el mundo rural. Y así, se pudo apreciar que, si popular fue la derogación de la Constitución, en 1814, también tuvo muchos partidarios la oposición al régimen constitucional y a la Constitución de 1812, con la palabra y con las armas, desde 1821, cuando surgieron las partidas realistas, que promovieron una permanente amenaza armada contra el gobierno constitucional.

De ahí que los Cien Mil Hijos de San Luis, con el apoyo de los realistas españoles, pudiesen avanzar sin encontrar apenas oposición, hasta llegar a Madrid, en una campaña tan poco brillante, como victoriosa. Las Cortes huyeron a Sevilla llevando consigo al Rey. Desde Madrid, el Duque de Angulema avanzó hacia Sevilla y luego hasta Cádiz que, tras varios meses de asedio, capituló, como se indicó al principio.

El 1 de octubre de 1823, el último gobierno liberal devolvió la plena libertad al rey y su familia y se exilió. Y Fernando VII, tras recuperar el poder, derogó toda la legislación constitucional, igual que había hecho en 1814, desatando una represión que Pérez Galdós reflejó en su episodio nacional El terror de 1824.

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Archivo Entreletras

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