abril de 2024 - VIII Año

‘La mujer que abrazaba a los árboles’ de David Morello

los árbolesLa mujer que abrazaba a los árboles
David Morello
Editorial Tigres de papel, 2020

Este libro de David Morello trata, bajo el manto del surrealismo, del largo camino que ha de recorrer el hombre, acompañado de su soledad, hasta una primera extinción, que es el amor, y la segunda y definitiva, que es la muerte. Así, el poeta nos dice: ‘Atravesamos los años / pensando que aquello que llamábamos cielo tenía dos mitades / y una de ellas era cierta.’ Y no contento con esta advertencia, dice también: ‘No crece en sus ojos otro árbol que el pasado.’ ‘La hierba siempre verde en tu memoria.’

El hombre pues atraviesa su vida como una vela que lentamente se extingue, cada vez más consciente de su propia llama. lo que hace exclamar al poeta: ‘Creo entonces que es el mundo un instante infinito, /el amor una senda que traza su destino en la sangre.’ Y de esta forma unos rayos de misticismo intentan alumbrar tanta oscuridad. El hombre se tropieza, más que la busca, con la eternidad. ‘Un instante infinito’. Y en ese despojamiento encuentra, tal vez hace suyo, el mundo: ‘Hay algo latiendo en el alma de las cosas. / Nos acoge el silencio, la mudez, / aires de aire en el espacio.’

Puesto que la extinción es para nuestro poeta también una forma de nacimiento. La extinción en la mujer…’En el seno de tu vientre / lejos del invierno y su esqueleto mudo / arde la luz.’ Por consiguiente el mundo, al menos el que nos es dado conocer, es el que hallamos dentro de nosotros mismos, o incluso el que es nosotros mismos y así David exclama: ‘Para qué un mapa en cuya cartografía no puede vivir el hombre’ Puesto que: ‘Se va quedando sin paredes la vida / se desvanece todo, es un solar.’ Y sin embargo: ‘Lo que guarda la luz donde no duele a los ojos.’

Porque son los ojos interiores, los del espíritu, los que guardan todo el conocimiento, la sabiduría que la vida proporciona a cada uno. Pero no hay luz sin oscuridad. ‘En el papel de la certeza / aplasta ahora el rigor de la penumbra. / Fue un instante de luz. Ya.’

En este juego de luces y sombras los padres son el tronco que une al poeta con la tierra, la tierra nutricia que hace brotar todo cuanto constituye su mundo, todo aquello que justifica la palabra vida. ‘Mi padre sonríe en los trigales de mis ojos: / es el sol en que arde. / Ella canta en el resto del paisaje.’ Con lo cual llegamos al último territorio por explorar, lo que está oculto a todas las miradas y sin embargo obliga al poeta a continuar el viaje, aún con la duda suprema instalada en su corazón.

‘¿Sabré volar entre la nada y la nada / bajo las olas / bajo la noche?’

El soplo irresistible de la vida le impulsa ciegamente hacia delante, sobrevolando cualquier obstáculo. ‘Cuánta torre derribada en las pupilas, / el brillo de lo oscuro en los columpios que se fueron.’ Y finalmente: ‘Qué azul el de los versos que nunca se escribieron.’ Llega entonces David al último puerto, aquel que representa el final del viaje y se presiente clavado en las entrañas con el dolor, pero también con la oscuridad y la zozobra, del peculiar nacimiento que queda recogido en las páginas del libro. ‘Hemos puesto nombre a la existencia / y no sabemos habitarla.’

Como decía Wittgenstein: ‘de lo que no se puede hablar es mejor callar’. Pensamos que con las últimas palabras citadas de David hemos llegado a la última puerta, aquella que sólo puede ser franqueada por el lector en la intimidad de su corazón y de su mente. La finalidad de estas líneas es acompañar al lector, ofreciéndole una posible lectura del presente libro, que esperamos haya servido para poner de manifiesto la profundidad de sus planteamientos y la belleza y expresividad de sus imágenes, lo que sin duda contribuirá a enriquecer su mirada.

Tal vez Dios sea el fotógrafo capaz de captar en una sola fotografía todos los instantes de nuestra vida. Si es así, sin duda el poeta será el encargado de transmitirnos esa fotografía y no es necesario señalar en qué gran medida la lectura de libros como el presente merece la pena.

En el camino de la existencia no estamos solos.

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Archivo Entreletras

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