abril de 2024 - VIII Año

‘Tierra llana’ de Francisco J. Castañón

Tierra llana
Francisco J. Castañón
Ediciones Vitruvio, 2022
122 páginas

Hay veces en que hacer la reseña de un poemario se convierte en una tarea gozosa. Tierra llana es un libro para disfrutar, para extraerle todo el jugo poético que lleva dentro, que es mucho… y para comunicar, de lector a lector, los hallazgos, la hondura lírica, su fuerza telúrica y esa dialéctica entre pasado y presente, donde pueden apreciarse todas las imágenes del ayer que se fue… y el miedo a un futuro donde lo tecnológico acabe ganándole la partida a lo humano.

La primera sorpresa agradable es el prólogo de Alfonso Berrocal. Es una herramienta valiosa para adentrarse en los poemas y en el mundo poético de Francisco J. Castañón. Es, también, una guía, una invitación a que degustemos toda la sensibilidad, esperanza, miedo y angustia que contiene el poemario. La realidad y la ficción no sólo se entremezclan, sino que se funden junto a los lugares, las figuras históricas y la naturaleza herida y maltratada que el verbo de Francisco Castañón va recorriendo en su viaje metafísico, a veces fuera y a veces dentro, del espacio y del tiempo. La tierra llana tiene no poco de mágico… y, también de enfebrecida.

Se atribuye a Sócrates la idea de que “la creación es la inmortalidad del hombre y lo acerca más a los dioses”. Quizás, si llegamos a la conclusión de que los viejos dioses han perecido, podemos sentir un frío en las entrañas y una sensación de desolación. Somos poco más que el recuerdo del pasado… y necesitamos el pasado para entendernos y ser nosotros mismos.

A menudo, recuerdo unas palabras del Premio Nobel Gabriel García Márquez, llenas de lucidez y con un fuerte sentido anticipatorio y paradójico: “El escritor escribe su libro para explicarse a sí mismo lo que no se puede explicar”.

Es una formidable reflexión sobre la poesía. Los poemas cuando nos hacen temblar de emoción, evocar el pasado que definitivamente se fue… o derramar lágrimas negras por el futuro deshumanizado que amenaza con fagocitarnos, muestran toda la carga de sueños que convierte al hombre en un ser sintiente, deseante y capaz de descifrar la tierra con su palabra.  

El viejo Aristóteles, un filosofo al que me gusta volver una y, otra y, otra vez, nos comunicó con su experiencia, sabiduría e ironía que “en la poesía hay más verdad que en la historia”.

Cuando quedan pocos asideros, cuando la incertidumbre gana más y más terreno, cuando la Historia nos muestra que sobrevivir se ha convertido en una ardua tarea… hay que buscar estoicos y serenos la verdad en la poesía.

Tierra llana se estructura en tres partes: Vistas a un presente afilado, Pistas en el pasado (evocaciones calculadas y un Mañana agitado de futuro. Me llama la atención la profunda unidad, pese a la apariencia de diversidad, que tiene el poemario. Cada poema es una tesela que encaja perfectamente en el mosaico.

La poeta Julia Margaret Cameron señala con no poco acierto, que el proceso de creación es un proceso de entrega y no de control.  Escribir es sacar de lo más profundo lo que llevamos dentro, es desvivirnos y entregarnos a una fuerza que nos domina y que puede llegar a hacernos perder el equilibrio. Fuerza, que tiene algo de irracional y algo de pensamiento decantado con capacidad para transmitir las más vivas experiencias vividas.

Francisco Castañón se entrega con una pasión desmedida a insuflar vida a campos resecos, a piedras que han hecho historia y a hombres y mujeres que merecen ser recordados y rescatados de la furia destructora del tiempo.

Ya nos había demostrado en A cuenta del albur, Identidad o Equipaje sin lastre, su gran densidad metafórica, su capacidad para interpretar los paisajes o como afecta a su estado de ánimo la naturaleza que lo envuelve y le transmite su latido íntimo.

En Tierra llana, están presentes las visiones, la impronta metafísica y la riqueza metafórica que no cae nunca ni en el adorno superfluo, ni en una retórica banal. Muy al contrario, hay sinceridad, desgarro, tristeza y melancolía. En cierto modo, se podría decir que Tierra llana es una síntesis y una profundización del mundo creado y recreado en sus anteriores poemarios.  

Están presentes, como si de un acta de acusación se tratara, la sequedad, el polvo, el asfixiante calor… que dotan a varios poemas de un tono elegiaco de sombras rendidas y desaparecidas. Mantienen, no obstante, en el ánimo del poeta un ansia de rebelión y justicia que parece realimentarse de un obscuro y exigente anhelo de renacer.

Tierras oxidadas y amarillentas, reliquias de una desolación que se va apoderando del paisaje. La palabra hace que el exterior y el interior se comuniquen y se fundan en una comunión profunda, donde las intuiciones y una honda sensibilidad, dejan paso a la reflexión fugaz, instintiva… y certera.

Pedregales e itinerarios poco o nada transitados, donde el otoño se cubre de una capa rojiza y donde es incierta toda atribución de lo visto y lo sentido al presente o al pasado, a la realidad o a la ficción.  

Tierra llana es un grito, una alegoría y una afirmación telúrica de lo que deseamos ardientemente evitar que perezca. Tierra llana es un espacio lleno de recuerdos y visiones con el que el yo se identifica. Tierra llana está repleta de rememoraciones de un mundo sino definitivamente perdido, si que agoniza entre lacerantes convulsiones.

En esas rememoraciones las huellas de las tradiciones… aguardan nuevas pisadas que recuperen un pasado, que pese a todo, se resiste a morir. En medio de ese escenario, uno y múltiple, fuera del tiempo, surge la pregunta angustiada, mas que todavía conserva una esperanza cierta de ¿hacia dónde encaminaremos nuestros pasos?

Por la tierra llana aún se puede ver cabalgando al Caballero de la triste figura o al poeta Antonio Machado buscando y, a veces, encontrando los misterios profundos de la vida, la violencia de la naturaleza, el desamor o el amor en los campos resecos.

Quizás sea este el momento adecuado para dejar constancia de que junto a los poemas, están intercalados textos en prosa poética, que se retroalimentan mutuamente, dejando en el alma una sensación de profundo lirismo… ese que ahonda en las entrañas del ser humano y que tanto nos dice de las verdades que un corazón rebosante de creación poética ansia comunicarnos.

No es que la tierra sea mítica… es que los mitos se enraízan y se vuelven corpóreos, dejando tras de sí un aroma de belleza y plenitud. María Zambrano nos enseñó a meditar sobre lo verdadero y lo ilusorio, lo trágico y lo percibido por un espíritu sensible que va más allá de lo que comúnmente entendemos como metafísica.

Favorece a esa indudable intuición coral, las palabras de algunos poetas que acompañan con su voz el devenir itinerante de Tierra llana, Jorge Guillén, Rafael Reig, Rafael Alberti, Pere Gimferrer, Gerardo Diego…  

Tierra llana es un poemario de lugares, Barbatona, Salinas de Imón, La Alcarria, el río Tajo o los Campos de Brihuega… En este viaje, la propia vida no es sino un discurrir en el tiempo mientras somos ya horizonte. Francisco advierte, con una fina intuición poética, que la materia y el lenguaje de esta tierra llana, penetra en nosotros, nos domina…

Esos campos yermos, deshabitados, en otro tiempo tuvieron vida, de la que dan testimonio las calles solitarias y las desiertas escuelas que saben aguardar, con paciencia infinita, que el futuro les depare momentos a medida de su Historia.

Es esa tierra yerma, baldía, sin apenas vida, hay espacio para el recuerdo de un pasado heroico. El hombre no es sólo barro perecedero. Ha quedado así mismo una serenidad de piedra, que representa a Martín Vázquez de Arce, el Doncel de Sigüenza, con su nostalgia de blanco alabastro o la hermosa evocación de Beatriz Galindo, ‘la Latina’, así como la hoy, prácticamente olvidada, periodista y sindicalista Luisa Carnés. En esta rememoración de paisajes y personajes, no podían faltar el río Duero o el Acueducto romano de Segovia.

Los poemas de Francisco Castañón son muy evocadores, casi se podría decir que entran por los ojos y que al escucharlos los sentimos, más también, los visualizamos. Estoy rememorando una reflexión de Félix Lope de Vega Carpio que se atreve a afirmar, con la soltura de cuerpo que le caracterizaba, que la poesía es pintura de los oídos, como la pintura poesía de los ojos. Esta evocación me la ha sugerido la riqueza cromática y la capacidad visualizadora de tantos paisajes desarraigados, agrestes que contrastan poderosamente con un pasado perdido de esplendor.

Quisiera detenerme, si bien someramente, en la riqueza del mundo interior de Francisco J. Castañón, invitando al lector a acceder a él y a compartirlo. En los poemas se hace presente un Corral de Comedias, probablemente el de Almagro, rememorando los versos preclaros del pasado que, todavía custodia, que todavía, parecen escuchar las piedras.  

Tierra llana es, asimismo, una alegoría de un mundo metafísico que se resiste a desaparecer. La riqueza metafórica convierte un viento embravecido en un mar herido y a la garza que sabe escuchar el idioma del agua, casi en un enigma que descifra nuestro destino entre los síntomas y claves del paisaje.

El Tajo pasa a ser una líquida cicatriz serpenteante y a un tiempo testigo de los que fueron devorados por el río que no es sino tiempo. Por el tiempo que se funde con el río. En unos Campos de la Alcarria, como son los de Brihuega, presentimos y atisbamos una conciencia a la deriva.

Hay lugar, como no, para la crítica, el lamento y la pérdida. Una profunda irritación invade la atmósfera cuando observamos lo inane, lo estúpido, lo banal de un consumismo que convierte todo en mercancía, sin contención alguna y sin límite alguno. Nos hemos convertido en seres que, compulsivamente, consumimos necesidades que no son en absoluto necesarias.

La tierra llana tiene también, su símbolo, su icono, que no puede ser otro, en una emotiva evocación a Cervantes, que el galgo corredor del inmortal hidalgo.

En este poemario hay no poca nostalgia. Oficios diversos que han erigido obras de arte con habilidad y con pasión por la geometría y la belleza… o están desapareciendo o hace tiempo que desaparecieron. Me ha parecido, especialmente emotiva, la evocación a los carpinteros mudéjares.

Un sentimiento de frustración nos invade, cuando se hacen presentes en la memoria, premoniciones de que la vieja Europa no logra vislumbrar, ni encaminarse, hacia un mañana deseable… y la nieve convierte a los molinos de la llanura manchega casi, casi, en seres fantasmagóricos y espectrales.

En los ciclos de la naturaleza… todo se apaga y todo renace. Los ayeres llenos de plenitud y de belleza, regresarán poniendo fin a la aparente victoria de lo yermo, lo ruinoso, lo que al trasluz va desapareciendo. 

Quizás, de todas las evocaciones del poemario, Toledo la ciudad tres veces culta, sea la más insistente. Toledo fascina y puede hasta sugerir que una brújula imantada de nostalgia guíe los pasos hacia la interpretación de los misterios de sus calles angostas, rebosantes de leyendas… donde debemos reservar un momento para evocar al Greco, con sus pinceles, que hace renacer en la memoria escenas olvidadas.

Mientras el pasado está ahí, delante de nosotros, para que lo recordemos, lo hagamos nuestro, los avances de una era que se llama a sí misma, tecnológica están repletos de interrogantes cuando no de temor hacia lo que nos está aguardando a la vuelta del camino.  

Como Francisco J. Castañón expresa, todo lo que existe, despierta, perece y se reinicia. La tensión dialéctica entre pasado y presente, que discurre a través de curvas y meandros hacia el futuro, nos ofrece un panorama lleno de enigmas e interrogantes que hemos de afrontar.

Es verdad que en todo recuerdo está oculta una frialdad pétrea, mas el milagro de que pueda cobrar vida, está profundamente grabado en el fondo de la memoria. 

Del conjunto de figuras que van dando vida al poemario para mí, destaca con destellos de luz propia, Fray Luis de León, un intelectual, un erudito y un poeta que no tuvo miedo de adentrarse en aquellos conocimientos, que eran considerados heterodoxos por mentalidades fanáticas y retrógradas. Entre las muchas cosas que Fray Luis es, destaca el de maestro de la tolerancia.

No podía faltar, naturalmente que no, una aproximación al viejo hidalgo Alonso Quijano. Quizás sea debido a nuestra conciencia mancillada por la codicia y la incapacidad de comprender más allá de lo que está delante de los ojos. Francisco Castañón propone rescatar a don Quijote de los grilletes del olvido ¡hermosa petición! y a un tiempo, tarea urgente, inaplazable.  

Entre las propuestas sugestivas del poemario, destaca una especialmente emotiva: la de guarecernos en el silencio de la madrugada, atreviéndonos a gritar lo que el mundo calla.

Otro de los aciertos que considero luminoso es el de observar la materia como aquello que está por descifrar. Lo que aspira a cristalizar y a convertirse en futuro. Es muy difícil no coincidir con proclamas tan rotundas y valientes como la de identificarse con los vientos insumisos.

Quizás esta reseña se esté alargando, mas es tal la riqueza de los poemas que me estoy limitando a hacer unas cuantas ‘calas’, casi, casi al azar.

Uno de los problemas más acuciantes que hoy vivimos es el de la posible destrucción del Planeta por la ineptitud, avaricia e irresponsabilidad humana hacia la madre Tierra. Francisco nos muestra, con rotundidad, que hemos de escuchar su grito de auxilio –porque el tiempo se agota-. La biodiversidad, por nuestra falta de cordura, se está desangrando sin tregua ni remedio. No es sino una lenta forma de suicidio el que no seamos capaces de encontrar un instante para escuchar a la tierra, sus amargas quejas y lo mucho que tiene que decirnos.  Si no actuamos con presteza, acabaremos por perder el misterio de un mundo incapaz de librarse de sus sombras tóxicas.

La realidad es proteica, dinámica, cambiante. El nuevo orden que nos amenaza, deforma certezas y anuncia desolaciones. Tal vez, ante el aluvión de proclamas sesgadas y vacías de contenido humanista… estemos asistiendo a un periodo postrero en el que el futuro se presenta en forma de aniquilación. La sombra de la siniestra dama, con la guadaña al hombro… se va aproximando.

Aún podemos mirar de frente al Acueducto de pies milenarios y percibirlo como a un heraldo que todavía es capaz de atrapar luces y sombras de la historia.

Los viejos dioses se resisten a morir. Hoy no son más que seres agónicos condenados a desaparecer cuando el género humano se extinga.

Francisco Castañón es literalmente incansable, aún se atreve a proponernos que nos alimentemos de poesía que es antídoto y trinchera contra la imperante lógica del vértigo.

He guardado para el final un hallazgo poético de incuestionables resonancias de la Grecia clásica. Hay que tener valor y osadía para atreverse a definir al Duero como un sueño epicúreo.  El agua captura conciencias y rostros y los va grabando y esculpiendo en su piel de cristal.

Al final del poemario, el poema que lleva el mismo título del libro, es de una belleza rotunda. Define el paisaje como el lugar donde progresa el aliento más firme del verbo dolorido y donde, más temprano que tarde, se hará realidad el sueño de unas espigas nuevamente renacidas y favorables a la continuidad de la vida.

Amigo lector he querido compartir contigo en esta reseña, los planteamientos, propuestas y reflexiones que en forma de imágenes y evocaciones, me ha sugerido la lectura Tierra llana de Francisco J. Castañón.

Hace tiempo que profeso una honda admiración al poeta, ensayista y diplomático Alfonso Reyes. De entre todo su legado, permítaseme que rescate una frase que no he dudado en hacer mía, ‘el fin de la creación literaria es iluminar el corazón de todos los hombres’.

Francisco Castañón, desde luego, hace honor en este poemario al ‘desideratum’ poético de Alfonso Reyes.

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Archivo Entreletras

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