Confío en la cordura, en la educación y en la bondad, aunque flaquee mi voluntad y se me haga cada día más cuesta arriba decir que poseen el prestigio que tenían. Gana el mal, gana el ruido, gana el egoísmo. Anda el patio revuelto, la gente airada, el gesto se ve roto y las palabras amables se pronuncian con el temor de que se nos tome por débiles, por no decir tontos. Basta salir a la calle, sin una idea fija en la cabeza, tan sólo salir para que la realidad te abofetee y regreses a casa como quien ha ido a una batalla. No sé en qué momento dejó de estar bien vista la inocencia o cuándo la ternura fue un lastre si quieres triunfar en la vida. Alarma que la cultura no sea rentable y que no se atisben indicios de que en un futuro cercano las empresas inviertan en ella y prospere el hombre. Siempre fueron malos tiempos para la lírica. Los de ahora son nefastos.
Se lee poco y se lee mal, decía Umbral en sus tiempos. Se vuelve siempre a la lectura para dejar registro de lo avanzada que es una sociedad. La que no lee medra poco o no lo hace. La que lee, la instruida, la sensible, es feliz y apuntala bien sólidamente la felicidad todavía por venir, y hasta esa aseveración tiene sus matices. Me sigue fascinando hablar con quien lee los mismos libros que yo, pero admiro sobre todo a los que leen otros. Aprender es un oficio hermoso. Sólo ese bastaría, imagino. Del tenido y por el que nos paga se tiene una impresión aceptable, cree uno que lo ejerce a conciencia y se emplea con esmero, pero hay días en que se tambalea esa certeza, días de un gris sombrío, que disuaden de alegrías futuras y hacen que decaiga el ánimo, sin que sepa uno muchas veces dar con placebo, remedio o antídoto que lo palie. Después se recompone la trama, vuelve el entusiasmo, se adquiere nuevamente la habilidad extraviada y funciona la máquina.
Ayer explicaba a mis alumnos que el esfuerzo y el trabajo hacen que el mundo gire. Que podemos fracasar, pero que al fracaso le sigue un intento más intenso del que provendrá el logro, la adquisición de una meta. También la intensidad con la que se acomete, no siempre su éxito. La derrota es siempre más hermosa. Conspira en la sombra. Fragua conjuras. Arde sin fuego. Urde secretos. Procura esa exquisita belleza que los años acaban convirtiendo en estilo. La derrota, además, es más literaria. Tiene una épica de la que carece a veces su envés afamado. Hay más páginas urgidas por ella que por cualquier otra comparecencia del combate. Y vivir, sin discusión alguna, es el único combate importante. El único que no comprendemos.
Confío en el trabajo, en la permanencia, en su dulce esclavitud, en la constancia sin atributos que hace que sólo se desee mejorar, aunque cueste y sólo se vea (en ocasiones) un atisbo de mejora, un pequeño trozo de hielo del iceberg gigantesco que, al desplomarse, hace que surja una ola sanadora, un heraldo de luz. Porque hay veces en que vence el gris. Ni la inocencia triunfa. Ni la educación. Sólo el azar canalla confabulado con la adversidad para hacer que hinques la rodilla y caigas, pero ahí están los refugios. Los tenemos tan cerca.