abril de 2024 - VIII Año

Libertad, igualdad, fraternidad. Espíritu santo, hijo, padre.

“No se hizo al hombre para el sabath, sino el sabath para el hombre.”
(Marcos 2, 27-28)

Porque el hecho de que Dios haya venido al mundo, haya bajado al mundo, y tomándose el trabajo de nacer hombre,
para darnos una breve lección de humanidad perfecta sin traspasar- y esto es la gracia- los límites de lo humano, los milagros portentos de Cristo no añaden gran cosa a su figura- es algo dentro de lo religioso, realmente original.
(Antonio Machado)

Ilustración de José María Ortega Sanz

Existen ciertas corrientes dentro del Cristianismo actual, generalmente de tipo ultra conservador, que parecen querer que ignoremos lo acaecido en los últimos siglos. Invocan, después de Dios, a la Libertad como el valor supremo que debe regir la sociedad, aunque entendiendo ésta como un concepto principalmente económico, más que en el ámbito del pensamiento o las creencias. Sin embargo, esa actitud no está muy de acuerdo con la esencia del cristianismo, ya que no es ésta una religión de valores absolutos, exceptuando el del amor, sino de una combinación de los mismos. El motivo está en su concepto trinitario de la Divinidad, la cual, pese a su unidad, posee tres personas distintas que se interrelacionan. Esto que fue caballo de batalla para tantos teólogos, es una de las particularidades de esta religión desde sus comienzos y una de las razones de su dinamismo y capacidad de transformación, reflejándose también, en sus modelos sociales.

Reaccionan también esas tendencias conservadoras contra fenómenos como la Ilustración y el Laicismo, obviando que estos nacieron para buscar una salida a siglos de cruzadas, persecuciones y guerras de religión. Y sin embargo el laicismo no tenía por qué chocar con el Cristianismo, pues, como dejó bien claro su fundador, con la frase: “Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22, 15-22; Marcos 12,13-17; Lucas 20,20-26) el poder sagrado y el temporal deberían ser dos ámbitos distintos, aunque ya se sabe que la Historia fue por otros derroteros y al poder del César se le hizo emanar de Dios. Por otro lado, si Jesucristo nos dijo por medio de la parábola de los Jornaleros (Mateo 20, 1-16), que a unos les llamará la Fe en la madrugada, a otros al mediodía y a los últimos al caer la tarde, ¿como se puede luego pretender imponer las creencias cristianas desde el amanecer y por decreto? El Evangelio hablaba de la Iglesia como una comunidad de creyentes y no como un modelo de Estado, por lo que no tendría por qué chocar con las inquietudes aconfesionales de los ilustrados.

Además, la Ilustración fue un fenómeno que se dio en países cristianos y en mentes educadas en esa cultura, aunque soñaran luego con unos ideales universales y ajenos a unas creencias religiosas determinadas. Haciendo un breve paréntesis, y por aquello de las paradojas históricas, pensemos en la palabra Ilustración, que significa poner una imagen, dibujo o fotografía a un texto. Si el Papa Gregorio Magno en el siglo VI no se hubiese opuesto a las tendencias iconoclastas, arguyendo que “La pintura puede ser para los iletrados lo mismo que la escritura para los que saben leer”, la cultura cristiana hubiera corrido por otros derroteros. Pero aquella elección del Pontífice convirtió la imagen en una forma de conocimiento y permitió que se desarrollaran las habilidades y técnicas de representación plástica que forjaron toda una cultura ilustrativa. Esto abrió a Occidente a una forma de pensar que obedecía, no solo a las letras, sino también a los sentidos, con todo lo que conllevan estos de dinamismo, transformación y matizaciones. Y sin ello nunca hubiera sido posible un fenómeno de carácter tan racionalista y empírico como fue la Ilustración.

Mas volviendo al tema de la Trinidad, y sin dejar a los ilustrados, uno se pregunta si podría haber imaginado Mostesquieu la separación del Poder en tres: Legislativo, Ejecutivo y Judicial, si no hubiese crecido como todo ciudadano del mundo occidental en un concepto trinitario de Dios.

Hay también quien quisiera revisar el legado de la Revolución Francesa y su hermoso lema de “Libertad, Igualdad y Fraternidad”, lanzado desde entonces para siempre al mundo. Es cierto que fue una época tan grandiosa como llena de miserias y crueldades, pero tampoco la cristiandad tiene un pasado limpio de cadáveres. Hay épocas que parecen condenadas al choque de fuerzas, a la sangre y al fuego. Lo único que hay que hacer es trabajar para evitarlas, aunque también tratar de aprender del pasado y recoger lo mejor de su legado; es una forma de que en el futuro esto no vuelva a repetirse.

Sin duda ese mensaje de Libertad, Igualdad y Fraternidad, y la interdependencia entre ellas, es algo que no debería perderse. Pero además, como cristiano pienso que hay en ellos un reflejo del mismo concepto trinitario de Dios, ya que fueron hombres formados en esa visión cultural, aunque pensando en la humanidad al completo, creyese en lo que creyese, quienes lo formularon.

Algunos podrían decir que se podría añadir otros conceptos como justicia, solidaridad o paz, pero no hay verdadera justicia si no se parte de la igualdad, y donde hay fraternidad, crecen la paz y la solidaridad.

Pero analicemos cada valor de este lema y comparémoslos con la Trinidad cristiana. ¿Qué es el Espíritu Santo, sino una fuerza que nos eleva, un viento que sopla nadie sabe bien hacia donde, pues ese es su libre albedrío, una paloma que vuela hacia lo desconocido? Si hubiese que definir qué es lo que todo ello representa para la humanidad nos acercaría hacia el concepto de Libertad. Hasta se suele decir que una persona de espíritu es una persona libre. El espíritu aparece como una fuerza imprecisa que nos eleva sobre los miedos, las rutinas y otras cadenas, haciéndonos soñar con nuevos horizontes. Aunque, pese a esa relación del espíritu con la libertad, no fue el Cristianismo quien acabó con la esclavitud. Pero gracias al Espíritu Santo, la divinidad se convierte en un soplo que hace vibrar el alma humana, dándola valor ante la adversidad o inspirándola en la incertidumbre, es decir, liberándola.

En cuanto a Cristo, eje fundamental de esta religión ¿No reside su grandeza en que Dios se hace semejante a los hombres, es decir igual a los seres humanos, y desde esa misma condición nos enseña como ser gratos al Dios Padre? Además, Jesucristo nació humilde, como la mayoría de los hombres, y es eso lo que le hace a su vez tan universal e imperecedero. No hay en él hazañas políticas ni grandes conquistas intelectuales, pues en eso se hubiesen quedado entonces sus méritos para la posteridad, – exceptuando el mandamiento del amor y las Bienaventuranzas – sino tan solo el testimonio de su vida, sus sencillas lecciones sobre lo que iba sucediendo y sus milagros. Su propia muerte, perseguido y humillado, dan una muestra de su afán por la igualdad y de sentirse unido a la humanidad. Si Cristo hubiese fallecido tranquilamente en una cama, hubieran sido multitud los que se sintieran solos a la hora de morir humillados, perseguidos o sufriendo un final de dolor e ignominia. La crucifixión da sentido a la tragedia de todos los que sufren, porque pueden sentir que cuando Dios se hizo hombre también tuvo que soportar la ingratitud, la persecución, el tormento y la soledad, aunque prometiéndoles también la Resurrección en la Eternidad. Parafraseando la sentencia que encabeza este artículo, se podría decir que Cristo hace que la religión sea para el hombre y no el hombre para la religión.

Finalmente, Jesucristo con la parábola del Buen Samaritano (Lucas 10, 30-37), en que un impío da lecciones de humanidad al pueblo escogido, iguala a todos los hombres, creyentes y no creyentes, a los ojos de Dios. Con Cristo, todos los seres humanos somos prójimos unos de otros y con él la Fraternidad se vuelve un concepto universal, convirtiéndonos así a todos en hijos de Dios, Padre.

Se podría pues así decir, que cada persona de la Trinidad Cristiana parece guardar una cierta relación con los conceptos de Libertad, Igualdad, Fraternidad, y si es así, debería ser la combinación de estos tres valores, y no en la exaltación de uno solo, donde resida la esencia del cristianismo y su posible modelo para la sociedad.

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