¡Mis queridos palomiteros!
Por fortuna, hace cuatro años pude conversar por primera vez con el polifacético y entusiasta actor Daniel Migueláñez (Ávila, 1995). Estudió Filología Hispánica y se especializó en el Máster de Teatro y Artes Escénicas por la UCM. Aquella entrevista se realizó con motivo de la publicación de Puro Teatro (Sial Pigmalion), uno de sus trabajos literarios de mayor creatividad y exigencia, que tanto bien hizo y hace a las artes escénicas, y que presentó en la prestigiosa Feria de Libro de Madrid.
Necesariamente hoy tenemos que volver a él. Celebra sus tres primeros lustros de carrera profesional como actor. Una carrera que arrancó cuando protagonizó El lazarillo de Tormes en 2010 en versión de Eduardo Galán. Ya de vuelta a 2025 encarna a Creonte en la producción de Ay Teatro Tebanas. Quince años, pues, en los que Migueláñez ha volcado su talento en la escritura dramática, la dirección, la edición literaria, la actuación y la docencia en una búsqueda integradora de la cultura como vasos comunicantes entre disciplinas. Pasad y leed:

De todas las facetas que conforman tu vida, ¿cuál te define?
Soy filólogo por titulación, pero actor por devoción. El camino teatral me eligió hace ya muchos años, cuando aún no sabía qué quería hacer con mi futuro. En otros lugares, pienso en Alemania, Francia o Inglaterra, se presupone la multidisciplinariedad del artista, tocar varios palos no es negativo, sino todo lo contrario. En nuestro país me da la impresión de que no es así, un actor que es cantante, novelista, músico, pintor o poeta debe elegir en algún momento cuál de esas variantes artísticas define su vida, cuando todas son la misma cosa. Quizá lo más acertado para responder a tu pregunta, aunque me suena bastante pretencioso, sea: la cultura.
¿Qué recuerdas de aquel niño que encarnaba El Lazarillo de Tormes?
Creo, haciendo balance, que todo lo verdaderamente importante de la profesión, lo esencial, lo aprendí en aquellos años de temporada en el Teatro Bellas Artes, en la gira, matinales para chavales de mi misma edad, contacto con actores, productores, dramaturgos, técnicos… me formé de facto encima de un escenario, y creo que eso te coloca ya en otro lugar. Pienso en que todavía conservo parte de aquel Lazarillo perdido —quizá luchamos durante toda la vida por no deshacernos de él—, aquella ilusión en la mirada y el mismo nerviosismo al salir a escena. Ser actor es creer cada día que podemos seguir siendo niños.
¿Qué te aporta en todo esto la docencia universitaria como profesor de Artes Escénicas o maestro de verso?
Ser profesor también implica encarnar un personaje. No hay mucha distancia temporal entre algunos de mis alumnos y mi edad actual, por lo que toca asumir en las clases un personaje más de los muchos que han conformado la carrera. Enseñar me obliga a estar en un continuo aprendizaje del que cada día extraer nuevos conocimientos. Soy un apasionado de la literatura, la historia y la filosofía. Integrar en mi trabajo las horas que dedico al estudio es un lujo del que no dejo cada día de sentirme agradecido.

¿Y la creación literaria?
Otra búsqueda en mi férrea convicción de que todo conforma la misma cosa, llamémoslo cultura o como queramos. La poesía, la dramaturgia o el ensayo no dejan de ser maneras distintas de abordar mis mismas inquietudes y necesidades vitales.
Hace tiempo que tengo la creación apartada, aunque hay un libro de poemas en la carpeta y algunas ideas teatrales en los cajones esperando sacar tiempo para pergeñarlas. En poco saldrá mi edición de las Comedias Bárbaras de Valle-Inclán (Verbum) y Cuaderno de vacaciones (Reino de Cordelia), el poemario de mi queridísimo Luis Alberto de Cuenca que le valió la concesión del Premio Nacional de Poesía. Inmerso estos meses en el diálogo con Luis Alberto uno descubre que también el estudio literario, la filología, en suma, no deja de ser otra forma de creación.
¿Y la dirección? En algunas ocasiones te has acercado a este universo con éxito.
Me sigo sintiendo un aprendiz en este campo. Sí es cierto que he dirigido algunos montajes, la mayoría al alimón o de textos propios, quizá porque aún no creo poseer las herramientas necesarias para mostrar un discurso claro o una propuesta todo lo elocuente que quisiera, aunque luego al lanzarme me descubro disfrutando y sacando brillo a los textos.
De momento sigo rodeándome de los que saben y esbozando algunos proyectos de menor envergadura. Este año colaboraré en este sentido con Ángel Ruiz en un proyecto sensacional sobre el Siglo de Oro y Felipe IV que bajo el título El rey de la farándula propone una suerte de cabaret barroco; y a final de temporada por fin trabajaré, después de años intentando cruzar caminos teatreros, con mi querido Juan Carlos Rubio en otro montaje teatral que sorprenderá a muchos. No digo más. También junto a Julio Vélez y en acuerdo con el Museo del Prado y la Fundación Carlos de Amberes estamos preparando una versión de una comedia áurea y un auto sacramental que bajo el título El socorro de Cádiz: aires de carnaval, evoca el asalto hace 400 años a la bahía de Cádiz por parte de las tropas angloholandesas.
Han sido más de treinta montajes teatrales los que estructuran tu carrera como actor. ¿Alguna experiencia especialmente emocionante?
Siempre digo que no hay un espacio que me haya generado tanta emoción como el Teatro Romano de Mérida, tocar esas piedras y pensar en que miles de años atrás otro yo se subió allí a contar historias me recuerda el sentido último de nuestra profesión y la larga sombra que proyectan nuestros maestros. Si existe lo espiritual, se parece mucho a esto. También la experiencia escocesa con los versos de Lorca o el Romeo colombiano son algunas de las grandes alegrías que me ha brindado el sector.
Has encarnado en cuatro ocasiones y en distintos montajes el personaje del Tenorio. ¿Qué tiene Don Juan?
“Que es de España el tipo tradicional”, dijo Zorrilla en una ocasión. Aunque literariamente me interesan más otros donjuanes (El burlador, el de Molière, hasta el maravilloso de Torrente Ballester o la brillante novela de Rafael Marín), Zorrilla ha acrisolado en sus ripios al antihéroe sevillano con una maestría imperecedera. Es un personaje único, amable para el público en su sinvergonzonería, y aún hoy atractivo y repulsivo a la vez. Ojalá me siga durante muchos años.

Acabas de estrenar Tebanas, de Álvaro Tato, dirigido por Yayo Cáceres. ¿Qué nos puedes contar de este proyecto de ‘Ay Teatro’?
Está siendo un proceso entusiasmante. Conocía de primera mano los trabajos de la compañía desde hace tiempo y me he formado en varias ocasiones con Yayo Cáceres a lo largo de los últimos años, en sus talleres y cursos donde consolida su particular manera de entender el teatro (o el deporteatro).
El año pasado colaboré en Burro asistiendo a Yayo en la dirección y este año me propusieron este bombón de personaje en Tebanas. La función recupera la historia de la saga mitológica de los labdácidas, lo herederos de Layo: Edipo, Eteocles, Polinices, Antígona…, contada a través de la pluma de los grandes tragediógrafos y metidas en la coctelera del genial Álvaro Tato. Elenco joven, propuesta arriesgada, oscura, violenta, música en directo, tres tragedias en una hora y media, destino, muerte, pasión, poder… No os la perdáis.
Háblame del personaje que interpretas dentro de esta saga maldita y desde dónde lo has trabajado
Creonte es el tío de Antígona y hermano de Yocasta, la mujer/madre de Edipo. Es el único personaje que se mantiene a lo largo de la saga familiar, lo que requiere de una evolución a través de las tragedias: desde el consejero inicial, el amigo leal falsamente acusado de traición, pasando por el estratega militar y soldado hasta llegar al rey tirano.
El trabajo de Yayo Cáceres incide mucho en la propuesta física, por lo que las emociones se transitan desde un uso del cuerpo muy cuidado, expresionista en ocasiones. Desde este lugar he abordado la propuesta del personaje, trabajando su degradación moral desde la propia degradación física, en la línea de la deformidad shakespeareana de un Ricardo III, lo que intento que se muestre corporalmente.
Aquí seguí la línea de la brutal creación de personaje que hace Fran García en su Edipo, a partir del nombre de Oidípous, “el de los pies hinchados” (pues antes de su abandono de bebé le atravesaron los pies), que se acrecienta a medida que la verdad —y la tragedia— se impone. Esto me hizo pensar en que algo parecido podría sucederle a mi personaje en su mano derecha, la vinculada simbólicamente con el gobierno y el poder, que es justo lo que significa el nombre parlante de Creonte (krátos, “poder”). Las lecturas sicoanalíticas freudianas me iluminaron especialmente, al entender que la cojera de Edipo, la herida de Creonte, son la expresión mitificante de sus dificultades como seres humanos.
¿Cómo se anuncia el futuro?
Inestable, como todo en este sector. Pero sabíamos a lo que veníamos. Tengo que estar tremendamente agradecido por dedicarme a esto, con pasión y entusiasmo, rodeado de gente talentosísima, sí, pero sobre todo buena. Dando pasos hacia adelante y surcando como podemos, pero con melancólica alegría, la maleza de la incertidumbre.
¿Otros 15 años más?
Mínimo, ¿no?