noviembre de 2024 - VIII Año

Tito Lucrecio: un pensador materialista, atomista, epicúreo… y precursor de la ciencia moderna (I)

Las encrucijadas del azar

La muerte nada es para nosotros. Porque lo que se ha disuelto
es insensible, y lo insensible nada es para nosotros.
Epicuro

El pensamiento materialista estuvo presente en el mundo griego clásico desde épocas muy tempranas. Es conocido que Karl Marx realizó su tesis doctoral sobre Demócrito y Epicuro. De otra parte, frente a otras visiones teleológicas, Leucipo y Demócrito dieron forma con su atomismo a la constante composición y desagregación de la materia, fruto del azar y sin la intervención de ninguna divinidad creadora.

Una idea recurrente de Tito Lucrecio, me parece de una belleza extraordinaria: “los mortales se prestan mutuamente la vida; y como los corredores en el estadio, pasanse de mano en mano la antorcha vital”. Así considerada, la vida no es otra cosa que una carrera de relevos y nosotros una parte infinitesimal de esa cadena. Podría decirse que permanece encendida la lucecita de una lámpara de aceite dando vueltas y más vueltas en un universo eterno. Nada más y nada menos.

Tito Lucrecio Caro es el autor de “De rerum natura” (Sobre la naturaleza de las cosas). Una obra excelsa, mas por diversas causas, durante siglos permaneció olvidada y sepultada. El cristianismo, las demás religiones monoteístas y sus castas sacerdotales se encargaron de ello.

Hoy, sabemos gracias a sagaces historiadores de la cultura, la  importancia del azar y la conveniencia de no abordar la sucesión de hechos como algo rectilíneo, sino como una trayectoria con avances, retrocesos y reencuentros, con pérdidas y recuperaciones que atentan contra todo planteamiento simplista y hacen de la complejidad una necesidad inexcusable.

Ha de recorrerse el camino que va de las sombras de la ignorancia a la luz del conocimiento, mas teniendo en cuenta las pérdidas y los reencuentros.

Desgraciadamente, la posmodernidad es una etapa de vaciedad, llena de nihilismo y ruido. Las más de las veces, tan monótono como el repiquetear de la lluvia.

Antes de proseguir señalaré que Tito Lucrecio, fue coetáneo de Cicerón, con el que mantuvo correspondencia y, aunque tenían visiones intelectuales distintas y aún opuestas, es digno de señalar que llegó a las manos de Cicerón un manuscrito de “De rerum natura”. Se encargó de ordenarlo, y esto fue esencial para su correcta transmisión.

Debemos reparar en que no pocas obras esenciales se han salvado de milagro. Esta cura de humildad debe hacernos trabajar teniendo en cuenta la provisionalidad y los juegos del azar que rigen el Universo.

Influyó en los poetas latinos clásicos, especialmente en Horacio y Virgilio. Al llegar aquí, hago un excurso que considero necesario. La obra cayó en el olvido durante el Medievo. Más que probablemente por el desinterés, cuando no inquina, de la Iglesia Católica y los intereses de las castas sacerdotales.

Por una de esas casualidades que solo cabe atribuir al azar, fue descubierta en un monasterio alemán por el humanista Poggio Bracciolini. Lo que fue un hallazgo de enorme transcendencia.

Debe asociarse indisolublemente a las teorías atomistas y a la ciencia moderna. Está probado que influyó, entre otros, en Giordano Bruno, última víctima de la inquisición, Maquiavelo y, de forma especial, en Montaigne.

Existen grandes lagunas sobre la vida de Lucrecio. No se conoce exactamente su lugar de nacimiento, aunque es posible que fuera La Campania. Datarlo con exactitud, tampoco es sencillo. Probablemente, nació en torno al 98, a.C. y murió –algunos hablan de su suicidio- sin que tengamos más testimonios fiables al respecto, en torno al 55 a.C.

Lo que si resulta nítida es su pretensión, que no es otra que introducir el pensamiento epicúreo en el mundo romano. Al igual que su maestro considera que las supersticiones y el temor a los dioses y sobre todo a la muerte son los mayores obstáculos para la felicidad del ser humano. Por este motivo, los analiza y expone con habilidad elementos racionales para desecharlos. Opina abiertamente que los átomos de que está compuesto el hombre, al morir se dispersan… y vuelven a agregarse en la formación de otros seres.

“De rerum natura” es un texto de rara belleza. Tito Lucrecio huye conscientemente de todo cuanto pueda inducir a “halos mágicos”. Por el contrario, con una paciencia de araña, traza rutas y senderos que no sólo se bifurcan sino que se entrecruzan. Es una obra, en cierto modo, magnética que induce a plantearse la  importancia del azar en el estudio de la Historia y de la Ciencia. Este camino es tortuoso. Está lleno de nudos y de dudas que no son otra cosa que deudas por saldar. No es poco el valor simbólico de los sucesivos círculos que va trazando. En realidad no somos más que una pausa entre un vaivén y otro, del vacío.

Lucrecio es sutil, firme, preciso, sensible e intelectualmente potente, lo que dicho sea de paso, no es poca cosa. Es patente su precisión para ir desmontando las supersticiones que acechan al hombre, así como los engaños y excentricidades que nos obnubilan  impidiéndonos  pensar con claridad.

Considera que es agradable acudir a las fuentes puras y beber de ellas. Me llama especialmente la atención un pensamiento suyo que, en buena medida, nos hace ver como se configuró su visión del mundo. No me resisto a reproducirlo: “Cuando la necesidad nos arranca palabras sinceras, cae la máscara y aparece el hombre”.

Uno de los preceptos descollantes de la ética epicúrea es una actitud de desprendimiento hasta lograr la tranquilidad de espíritu, liberándonos de los temores.

Ayuda, no poco, saber que estamos hechos de la misma materia de los árboles y de las estrellas y que la vida está para vivirla y disfrutar de la belleza, del amor y de esos pequeños placeres que nos reconfortan. Así podremos eliminar en lo posible los sinsabores y aproximarnos a una felicidad sencilla y asequible.

Es justo poner en valor la labor que los humanistas realizaron para poner a salvo “joyas” culturales de la Edad Antigua. La recuperación de Lucrecio es, a todas luces, esencial. Quisiera destacar que “De rerum natura” es, sencillamente, una obra determinante para adelantar y conformar nuestra visión  del mundo moderno.

Antes de proseguir nuestro itinerario quisiera sugerir al lector que disfrutara de un libro divulgativo mas riguroso, bien documentado y que contribuye a abrir no pocas ventanas para que entre “el aire fresco de la Historia”.

Me estoy refiriendo al premio Pulitzer de 2012. Su autor un profesor de Harvard, Stephen Greeblatt, lo titula “El giro. De cómo un manuscrito olvidado contribuyó a crear el mundo moderno”. Si se repasan las críticas que recibió -la mayor parte de reconocimiento- se pone abiertamente de manifiesto como fenómenos esenciales del pasado, siguen siendo objeto de reflexión crítica, en momentos desconcertantes como los que estamos viviendo en este enloquecido y agónico siglo XXI.

Quien considere que una novela o ensayo no puede convertirse en un instrumento para el conocimiento de la historia y del pensamiento, nunca podrá sacar todo el “jugo” a obras como “El nombre de la Rosa” de Humberto Ecco.

En una segunda entrega continuaremos nuestra indagación, no sin antes insistir en que en la desviación de los átomos radica, en no poca medida, el origen del pensamiento moderno. Todos los seres naturales están compuestos de átomos que se agregan y se dispersan en un fluir incesante.

No me gustaría echar en saco roto la concepción infinita del espacio que tiene Lucrecio y que lo vinculan a algunas teorías astrofísicas actuales. Para el autor de “De rerum natura” ni existe vida después de la muerte, ni mucho menos, un más allá.

Da un paso más y afirma sin contemplaciones que las religiones no son sino una forma de superstición. Expone, con rotundidad que el Universo es eterno. Por tanto, no fue creado por ninguna mente divina. No es de extrañar el furor y la inquina con que fue perseguida y silenciada “De rerum natura”. Solo el azar o una casualidad crucial y relevante, salvaron el manuscrito de la destrucción, como ocurrió con otros tantos.

En días convulsos para la República Romana, fue una decisión valiente y decidida que Lucrecio recordara a su maestro, Epicuro, como un abanderado no sólo de la vida retirada sino como un filósofo que formuló y llevó a la práctica una ética para librarnos del dolor, del miedo a la muerte y a los dioses que… o bien no existen o si existen, no se ocupan de nosotros.

El pensamiento griego no ha desaparecido… se oculta en el subsuelo y de cuando en cuando asoma la cabeza, anunciando teorías y exploraciones del materialismo científico.

Reconozcamos abiertamente que no somos el centro de nada. Es más, no hay centro, o dicho de otra forma el centro está en todas partes. Pensadores como Lucrecio, realizaron un esfuerzo gigantesco para interpretar el mundo y para que el mundo, con sus secretos y sus sombras se le revelaran.

Es un filósofo que  puede parecer hermético, mas no lo es.

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