¡Arded, Malditos!
Relatos para un incendio
Ana Santamaría
Ondina Ediciones, 2025
240 páginas.
La escritora leonesa Ana Santamaría nos cautivó al inicio de la década con su primer libro de relatos, Filo, publicado en 2022 por Ondina Ediciones. Ahora, bajo el mismo sello editorial, debemos dar la bienvenida a un nuevo libro de la autora titulado ¡Arded, Malditos! Relatos para un incendio, una flamante colección de relatos que supone la confirmación de su trayectoria como escritora. En este sentido, según afirma con acierto Javier Dámaso, autor del “Prólogo” al libro, se observa en estos relatos «una continuidad temática y de estilo que refuerza una línea narrativa que se consolida». En efecto, Ana Santamaría ha pasado de ser una voz narrativa emergente a una más que notable escritora de relatos que debemos tener muy en cuenta en el panorama de las letras actuales.
Antes de entrar en el contenido general y la configuración del libro que nos ocupa, quisiera detenerme en dos aspectos. Por un lado, el título. Al igual que sucedió con Filo, capta enseguida nuestra atención con cierta dosis de intriga, quizás porque una exclamación como ¡Arded, Malditos! puede atesorar un clamor, un grito o un imperativo que nos convoca para intentar saber a qué responde. Algo que sólo podremos conocer adentrándonos en las páginas del libro. Como se ha mencionado, también hay un subtítulo, pero a esta cuestión me referiré más tarde. El segundo detalle a comentar es el poema de la autora que sirve de pórtico al libro. Un poema bien hilvanado que sorprende por su simbolismo y fuerza expresiva.
Pero vayamos a lo que nos ocupa. Nada más sumergirnos en la lectura del libro, se observa una destacada solidez en el empleo del lenguaje por parte de la autora, así como la afirmación de un estilo personal a la hora de narrar que la escritora había planteado en su primer libro de relatos y que en estas páginas es una realidad incuestionable, resultado del quehacer literario de Santamaría, materializado en estos ciento veintisiete espléndidos microrrelatos y relatos breves. Porque la extensión no es importante, lo relevante es la capacidad de la autora para llegar a los lectores, para emocionar, para conmover, para inquietar, para asombrar, etc. ¡Arded, Malditos! es, pues, un trabajo narrativo considerable en el que podemos percibir la evolución de Ana Santamaría como creadora.
En este sentido, relatos como “Donación”, “El Almendro”, “Si las paredes hablasen”, “De corrientes y sombras”, “Boom” o “A un son” que podemos leer nada más iniciar nuestro itinerario por la obra, nos aportan ya algunas claves de la literatura de Santamaría, porque en esta autora no sólo encontramos historias bien construidas, escritas con originalidad, también hallamos un modo singular de narrar y otros valiosos elementos que como veremos incorpora a sus relatos. Ana Santamaría, digámoslo, hace literatura y esto no pasa desapercibido.
En sus relatos, por las temáticas que desarrolla, los personajes que aparecen y dejan su impronta, su particular planteamiento de la narración o la trama, los giros en el desarrollo del argumento, las situaciones que oscilan entre lo cotidiano y lo insólito, los finales inesperados y un nada despreciable cariz cinematográfico (aunque tan sólo sirviera para eso que en el séptimo arte se denomina un corto), proyecta una forma original de observar la realidad que nos circunda, una visión singular, con la que sin duda podemos identificarnos, del trasfondo que esconden numerosas situaciones, acciones o actitudes y tantos personajes arquetípicos que no nos son ajenos.
Todo ello, no puede por menos que traernos a la memoria grandes maestros, pretéritos y contemporáneos, del cuento o del relato. A decir verdad, ignoró si alguno de estos escritores u otros nombres más cercanos en el tiempo han influido en algún momento en la autora, pero en estas páginas reverbera el eco de títulos como “Mademoiselle Fifi” de Maupassant, “La piel de naranja” de Oscar Wilde, “Enma Zunz” y “Diálogo de muertos” de Jorge Luis Borges, “Incendiar Establos” y “Gambito de caballo” de William Faulkner o “Las paredes están frías” y “En los umbrales del paraíso” de Truman Capote.
Estructurado en cinco secciones, con una cierta homogeneidad temática cada una de ellas, ¡Arded, Malditos! es a todas luces un trabajo literario realizado con esmero, donde podemos apreciar un cuidadoso empleo del lenguaje y una riqueza de vocabulario que es de agradecer.
Del mismo modo, la autora consigue imprimir a sus relatos un dinamismo que atrapa la atención del lector que se acerca a las páginas del libro, desde la primera línea hasta el final casi siempre inesperado, sorprendente y en bastantes casos inquietante en el que suele desembocar cada relato, tanto si es muy breve como si es más extenso.
Anotar aquí que el relato más largo, “Miembros”, no supera las veinte páginas. Un relato muy bien elaborado, propio del género negro o detectivesco, fraguado a partir de un suceso desencadenado por un personaje que no debería haber contado lo que no debería haber visto, para concluir con un final aleccionador, como suele suceder en los relatos de dicho género.
Todo lo reseñado hasta ahora no es nada fácil de conseguir. Sin duda, tras lo que podemos leer en estas páginas se advierte una importante labor de creación literaria, efectuada por una autora que ha ido ganando mucho oficio literario en la construcción de todos estos relatos.
Al igual que sucede en Filo, en esta nueva colección de relatos de Ana Santamaría es posible atisbar una cuestión relevante a mi juicio. Tanto por los temas como por las situaciones y circunstancias que se narran o se describen, el carácter y la psicología de los personajes que se suceden a lo largo del libro o los comportamientos de estos en los contextos en que los sitúa la autora, por todo ello o, mejor, en todo ello se percibe un claro intento de explorar aquello que alienta, impulsa o condiciona la naturaleza humana.
Así las cosas, si tomamos distancia para obtener una visión panorámica de ¡Arded, Malditos!, si somos capaces de contemplar esta obra con perspectiva, como si se tratara de una pintura impresionista, los más de ciento veinte relatos se vislumbran como piezas de un gran puzle literario, repleto de situaciones, momentos, eventualidades, instantes, etc., que reflejan el devenir cotidiano de la existencia.
En literatura, valgan algunos ejemplos, hay escritores marcadamente descriptivos como lo fue Azorín; otros cuya vocación es sobre todo la narración, como fue el caso de Emilia Pardo Bazán y otros autores capaces de introducir en una novela “casi un ensayo” sobre el sentido de la vida, como hizo Pío Baroja en bastantes páginas de su célebre obra “El árbol de la ciencia”. Por lo que respecta a Ana Santamaría sabemos que hasta la fecha es una autora que se encuentra cómoda en la narración y, en concreto, en el ámbito del relato breve o muy breve. En sus relatos descubrimos además algunos ingredientes a tener en cuenta, más allá del tema o la trama de los mismos. Por ejemplo, en uno de los poquísimos relatos sin título que comienza «Hay una fuerza poderosa…,» percibimos un claro acento poético, hasta el punto de que este relato parece más una prosa poética que una narración breve. Ocurre lo mismo en el titulado “Pan nuestro” y en otros que tampoco tienen título, como los que comienzan «La noche se llena de fantasmas y silencio.», «El padre Evangelio lee en su cama.» o «La luz de la última vela se extingue sobre el cuerpo blanco y frío.»
Con título o sin él, hay relatos en el libro que parecen ubicarse en la frontera entre la poesía y la prosa o relatos en prosa que atesoran entre sus líneas una sobresaliente carga poética. Quizás porque sobre todo en los microrrelatos la separación entre prosa y poesía muchas veces se difumina. Quizás porque como dice Luis Quiñones Cervantes: «La poesía está en la prosa, como la prosa en la poesía». Quién sabe, pero el resultado es excelente.
En otros relatos, no sólo apreciamos esa gran imaginación de la que hace gala Ana Santamaría, como sucede en “Memoria de una toalla”, también distinguimos una gran humanidad a la hora de abordar la temática que desarrolla y una preocupación por asuntos que están presente en la sociedad actual y por la sociedad misma en la que estamos inmersos. Más aún, en el trasfondo de relatos como “El menú triunfador”, “El día que yo muera”, “Fruta versus…”, “Ascenso” o en “Gris”, un relato lleno de humanidad, sentido y sensibilidad, hallamos crítica social, frente a un mundo o una sociedad excesivamente pragmática que, a pesar de todos sus adelantos, de vez en cuando necesita que le recuerden la dirección correcta en la que debemos avanzar. Y para eso está la literatura, en nuestro caso la literatura de Ana Santamaría.
Resulta imposible en el espacio de esta recensión señalar todo lo que reserva a los lectores el nuevo libro de Ana Santamaría. Sin embargo, antes concluir, conviene apuntar algunos rasgos que no pasan inadvertidos. Uno de ellos es el humor. La escritora emplea el recurso del humor, a veces un humor algo negro, y la ironía con acierto, lo cual le permite hacer guiños y descargar el rigor de ciertos temas que van surgiendo en los diferentes relatos que componen el libro. Algunos ejemplos de ello, los hallamos en el relato “Mar adentro” (ya sabrán porqué cuando lo lean). También en el relato que comienza «Por fin era suyo…», relacionado con la publicación de un libro, o “Cuestión de gustos”, “Cuello alzado” …, siento no poder dar más pistas, pero lo último que quisiera es destripar o hacer spoiler, como se dice ahora, el contenido de los relatos.
En la variada gama de esta colección de relatos, tropezamos también, como no podría ser de otra forma, con relatos de intriga, misterio y cercanos al terror. Condensado en los límites de textos breves o muy breves, sello de identidad hasta el momento de Ana Santamaría, hallamos misterio al modo de Agatha Christie, como en el relato “Aroma especial”, e intriga y terror al estilo del ya citado Maupassant, en el relato “El perdón”, o a la manera de Edgar Alan Poe, en relatos como “La vecina” o “Los comensales”. Y, por si fuera poco, la escritora en otros relatos nos introduce en escenarios que pueden ser calificados de kafkianos o surrealistas, como en el titulado “Hormigas”.
Una amplísima variedad de relatos sobre múltiples temas, personajes de lo más variopinto, extravagantes y estrafalarios, pero no tan alejados de la realidad como pudiera parecer, así como situaciones y circunstancias de la más diversa índole que componen un espléndido retablo narrativo.
Todo ello —lo prometido es deuda— introducido en estos Relatos para un incendio, porque, en mi opinión, con todo este material narrativo la autora parece querer hacer una hoguera purificadora, metafóricamente hablando, para ajustar cuentas, depurar vanidades, atrapar fantasmas y otras noblezas.
Para finalizar, quiero traer a colación lo que hace tres años apunte sobre la autora: con sus relatos —escribí entonces— Ana Santamaría no deja indiferente a nadie, nos atrapa por la singularidad de las historias que relata, por su habilidad para narrar en pocas o muchas líneas con la concreción adecuada y esa manera tan señalada de construir episodios o describir aspectos sorprendentes de una realidad tan rutinaria como paradójica que suele pasar desapercibida ante nuestros ojos. Por todo ello, merece la pena leer los relatos de esta autora.
En ese momento, Filo, su primera obra, anunciaba ya lo que podía dar de sí esta excelente escritora. Ahora, ¡Arded, Malditos! Relatos para un incendio, ha venido a confirmar aquella primera impresión. Un libro muy comestible para degustar relato a relato que creo no les defraudará.