junio de 2025

Un mundo lleno de amenazas

El famoso productor Daryl Zanuck ofreció a Elia Kazan una historia realmente apasionante, la de un grupo de gangsters que amenazan la ciudad de Nueva Orleans con propagar una plaga, idea centrada en una clara metáfora donde se puede ver la contaminación de un mundo de corrupción y de intereses. La película titulada Pánico en las calles fue rodada en 1950.

La cinta no está exenta de polémica, porque el tema de unos gangsters y de una plaga ya era de por sí atrevido, pero Kazan, aún no inmerso en la delación que dejaría su carrera marcada para siempre, logra filmar en la ciudad de Nueva Orleans, logrando un aspecto documental que impregna toda la película. Tanto Richard Widmark como Bárbara Bel Geddes procedían del teatro neoyorkino, a los que acompañan Paul Douglas y Jack Palance. Como vemos, un reparto muy interesante, para un film que no rehúye el mundo opresivo de la ciudad, de la delincuencia, con la mirada cuidad de uno de los grandes directores de la historia del cine.

Estamos delante de una magnífica película de cine negro, dando gran relevancia a los aspectos visuales. La noche se convierte en protagonista de la cinta, a través de excepcionales juegos de luces y sombras que enriquecen el film. Y una de las características que serían esenciales en el cine de Kazan, la mirada de los personajes en un primer plano, acercándose a la cámara, como luego veremos a los estibadores de La ley del silencio. Todo comienza con un asesinato, un plano largo recorre la acción, con los personajes acercándose a la cámara y la escena final con la persecución en los muelles también contiene un grado de agresividad, porque toda la película abunda en la violencia, en un mundo donde el crimen es algo normal.

La ley persigue a unos criminales por ser portadores de una plaga, clara alusión visionaria a un mundo moderno, donde hemos padecido una enfermedad contagiosa que nos ha tenido relegados largo tiempo en los hogares. El personaje de Blackie que huye desesperadamente al no saber que es portador de la enfermedad.

Sin duda alguna, la película plantea una metáfora sobre una sociedad enferma, que no asume sus comportamientos violentos, nos hallamos ante una cinta que ya expresa un mundo en desintegración.

Tiene mucho que ver esta película con El justiciero, porque los escenarios cada vez son más reales, hay menos platós, se busca el docudrama, la realidad que triunfará luego en la película que exorcice a un director con complejo de culpa en La ley del silencio. Sin duda, Elia Kazan, que delató a los comunistas amigos, porque ya sentía que el comunismo no le representaba ni la jerarquía que constituye ese mundo, sabía que con esta película iniciaba un nuevo período, que lo alejaba de Un tranvía llamado deseo y de esos escenarios de cartón piedra, tan teatralizados.

La produjo Sol C. Siegel, con guion de Richard Murphy y montaje de Harmon Jones. Richard Widmark interpreta con solvencia al doctor Clinton Reed y el delincuente Blackie será un estupendo Jack Palance, actor marcado por su rostro endiablado.

El asesinato de un hombre y el descubrimiento de que estaba infectado hace que las autoridades locales busquen a los asesinos, el doctor Reed sigue de cerca el trabajo del capitán Warren, papel interpretado por Paul Douglas. Ambos buscarán a los asesinos y verán que la plaga se ha extendido, porque hay algo que subyace en la película, esa perniciosa realidad que nos consume: la maldad de un mundo, donde la violencia lo preside todo.

No exenta de polémica por tratar el tema de una plaga y no de los simples asesinatos, como cualquier película negra, el estilismo de Kazan ya se hace evidente en este film tan recomendable.

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Archivo Entreletras

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