junio de 2025

Tema: Celebraciones / Un hombre llamado Monroe Stahr

Elia Kazan ha sido uno de los grandes directores de la historia del cine, con películas tan hermosas como Un tranvía llamado deseo, La ley del silencio y Viva Zapata, entre otras, pero el tema de la caza de brujas en Hollywood marcó un antes y un después en su trayectoria.

Cuando ya parecía poner fin a su carrera se decidió a dirigir una película sobre el mundo del cine, una celebración de un gran magnate, Irving Thalberg, en la película llamado Monroe Stahr. Su título El último magnate, una cinta que nos habla de la historia de un hombre que lo ha tenido todo, pero ha perdido a su mujer y cree encontrarla de nuevo en una aspirante a actriz.

El papel principal se lo dieron a Robert De Niro, un actor que cotizaba en alza después de sus éxitos en Malas calles, El padrino, segunda parte, Novecento y Taxi Driver. La novela que da origen a la película fue escrita por Francis Scott Fitzgerald al final de su vida. Sam Spiegel compró los derechos para trasladar la historia al cine y contrató a Harold Pinter para escribir el guion y a Mike Nichols para dirigirla. Este último se retiró del proyecto y Spiegel acudió a Kazan como segunda opción.

La película contó con un presupuesto de seis millones de dólares, pese al reparto de grandes estrellas que contenía la cinta: Robert Mitchum, Tony Curtis, Jeanne Moreau, Jack Nicholson, Dana Andrews y Ray Milland, entre otros. Para rodar la película, Kazan decidió pararse en las imágenes serenas cuando Monroe pasea con la joven actriz (una debutante Ingrid Boulting), logrando que el nervio habitual en el cine de Kazan se convirtiera en una mirada serena a la vida. La historia de amor que plantea la película, cuando Monroe cree ver en Kathleen un doble de su mujer fallecida. Por ello, las miradas de De Niro a la actriz mientras pasean, los diálogos ralentizados, todo ello encaja en ese ambiente de evocación que plantea la cinta.

Pero hay una cierta frialdad en los planteamientos de la película, que comienza en los estudios, para luego desarrollar, no muy intensamente, la historia de amor y terminar en la caída de Monroe Stahr. Da la sensación que Kazan no cree demasiado en los personajes, como si hizo con el excelente Brando de sus mejores películas o el James Dean de Al este del edén, e incluso los personajes de Warren Beatty y Natalie Wood en Esplendor en la hierba. Kazan quiere que creamos que todo es onírico, como si el personaje que interpreta De Niro, con talento como siempre, viviera un sueño del que no ha de despertar, pero algo falla, la credibilidad de la historia de amor, probablemente.

El personaje que queda más cerca del magnate que es Stahr es el Eddie Anderson (interpretado por Kirk Douglas) en El compromiso. Se trata de un hombre solo, exento de comunicación con el mundo, apartado de la realidad. El espíritu del libro está presente, porque en el magnate hallamos a un hombre infeliz, como también lo fue el mismo Scott Fitzgerald.

Elia Kazan recordará en una entrevista por qué terminó la película de una manera tan desesperanzadora: da la impresión que el gran director ya sabe que por muy importante que haya sido su contribución al cine, siempre ha quedado una sombra dentro de él: el asunto de las delaciones ante el comité de Actividades Antiamericanas:

“Tenía el presentimiento de que iba a ser el último plano que iba a rodar en mi vida y quizá por ese momento el final que ideé dice más sobre mí y sobre mis sentimientos que sobre el héroe del filme.

Le pedí a Bobby (Robert De Niro) que anduviese lentamente por una calle desierta de los estudios… Fue a pararse ante un estudio sonoro cuya gran puerta estaba completamente abierta… Bobby dudó por un momento y entonces caminó lentamente hacia la oscuridad del estudio vacío. Esta la envolvió y desapareció. Para siempre, así parecía. Era el final, el fundido de salida de la película que estaba haciendo y el final para mí y para mi periodo como director… Mientras empaquetaba mis libros, mis documentos y diarios para enviar al Este, sentí que esta era de verdad mi última película, que era una especie de muerte para mí, el final de una vida en el arte donde había trabajado por tanto tiempo. Todo se había acabado y yo lo sabía”.

Este testamento fílmico expresa muy bien la soledad final de Kazan, abandonado por muchos, que nunca le perdonaron la traición, admirado por otros, que le siguieron amando, pese a todo. El último magnate es una celebración triste, porque celebra el mundo del cine, pero también cierra el telón de una vida, la de un director prodigioso que supo mirar como muy pocos a sus personajes y que supo ahondar en su interior. Puede que fuera culpable, pero poco importa, nos queda su cine, que es más grande que la vida.

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Archivo Entreletras

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