Manual para sobrellevar el fin del mundo
Andrea Aguirre
RIL Editores, Colección AEREA / Carménère
Girona – Santiago de Chile, 2025
96 páginas.
En la andadura de los y las poetas —vale decir en el contexto de sus trayectorias creativas—, pueden llegar a surgir trabajos susceptibles de convertirse en gozne o punto de inflexión; a veces son capaces incluso de constituirse en indudables hitos. Manual para sobrellevar el fin del mundo tiene todas las trazas de indudable hito en la carrera literaria de Andrea Aguirre (Buenos Aires, 1980), que empezó, hace más de una década en el momento presente, con el poemario titulado El ciclo lunar de los paréntesis (2012), prosiguiendo con La infancia suicida de Verónica Qué (2013), El mapa de la existencia (2015), Mujer frente al caos (2017), La cicatriz y la huella (2023) y, en colaboración con Rubén Romero Sánchez, El mes de la bruma (2024). Manual para sobrellevar el fin del mundo llega ahora, pues, dando cumplida muestra de una expresión poética lúcidamente cimentada, pero no sólo eso: lo más importante, lo que hace acreedor de un mayor homenaje a este nuevo libro, es su apabullante verdad, así como la valentía y la inteligencia con que dicha verdad acierta a ser sostenida en el discurso.
Según una estructura en cuatro segmentos, presentados como cuatro capítulos cuyos epígrafes (“Instrucciones para cantar a los árboles”, “En este otro Lugar del multiverso”, “Conjuros contra el tiempo irremediable”, “Instrucciones para gritar a los árboles”) subrayan y desarrollan la idea de “manual” puesta sobre la mesa desde el título mismo, la obra revela su auténtica temática y calado –y también su auténtico voltaje- prácticamente al final de su primera parte; en una composición –la octava del Capítulo I- que, partiendo de un guiño nerudiano (“Sólo puedo escribir las palabras más tristes esta noche”), se enfoca abiertamente sobre el asunto de la maternidad no cumplida: “Quién sabrá que alguna vez fui madre en proyecto, / que hubo incluso días de gozo exorbitante, / que vosotros existís porque tuvisteis un nombre. // Quién sabrá, entonces, / si no escribo estas palabras tristes”. Bajo ese prisma doloroso bien se entiende que “aquí, / los sueños por las noches tienen olas / y por el día saben a salitre”; y se entiende incluso mejor toda la emocionante, verdaderamente conmovedora indagación lírica a propósito del multiverso y las realidades paralelas –“Existen universos simultáneos que conviven, / lo juro, / en este espacio aciago de esperanzas compartidas”-. Así, el “Lugar” que propicia el multiverso –habitado por las serenas armonías de Satie, y que habría hecho sin duda las delicias de Jorge Luis Borges- se postula como una suerte de nuevo Paraíso (“El tiempo apresado en una gota de agua, / todos jugando a la vida, / sin normas, sin pérdidas, sin trampas / que desenmascarar”); “Lugar” que es real, “tan real / como el poema que ahora escribo”. O dicho de otra forma: a este Lugar en el que puede ocurrir Todo, y donde la perdida descendencia sí que pudo brotar “en un futuro alternativo”, sólo puede accederse por medio del poema, de la creación consciente, de la escritura que duele y, a la vez, sana y redime (“Pero no traspasaréis jamás la puerta / sin abrir en canal vuestra memoria”).
Otras dos líneas de fuerza vendrían a sumarse al corazón del discurso defendido por el sujeto poético: la precoz sensación de extrañamiento que experimenta el alma lírica como forja de la escritura venidera (“Recuerdo desear el fin del mundo / cuando aún no sabía resolver ecuaciones de primer grado / ni había memorizado de forma obsesiva / cada elemento de la tabla periódica”) y los juegos metaliterarios que dan al cuerpo textual un inequívoco sesgo de modernidad crítica, ofreciendo la sistemática posibilidad de cotejar lo escrito al calor de un postulado diccionario y una supuesta enciclopedia de la incertidumbre. Esto coadyuva a no saturar nunca el registro decididamente confesional de muchas páginas del libro, lo que permite, además, la inspirada acrobacia de un diálogo familiar e intergeneracional, a propósito de la maternidad, en el poema número 6 del Capítulo IV (“Perdóname, / mamá, / por haber deseado robarte / tu nombre”).
A todo esto, la naturaleza polimórfica y polirrítmica de los versos —ocasionalmente versículos— de Andrea Aguirre se constata al extremo de que, en los poemas segundo y cuarto del Capítulo IV, la exacta literalidad de una estrofa se reparta en la siguiente —o siguientes— haciendo uso de una nueva disposición versal, con la idea de intensificar la contundencia discursiva (“Albergo en mi seno el vacío / que ha de reconstruir mi plenitud / sin una sola chispa de materia. // Albergo en mi seno / el vacío // que ha de reconstruir / mi plenitud // sin una sola / chispa // de materia”). Precisamente esa reconstrucción de plenitudes tendrá que ver sobremanera con la capacidad para el mirar piadoso, con el don de absolver: “Espérame / en este atardecer irrespirable, / que, juntos, / absolveremos a Chronos y a las Moiras / por robarnos / con su inclemencia inhumana / nuestro pedazo de mar / prometido”. Y, así, Manual para sobrellevar el fin del mundo —su generosa “conjura viva del lenguaje”—, acertará a aliar intensidad, verdad y contundencia con la emotiva adoración de “la palabra infinito”, rezando, para ello, y sin asomo de contradicción, “a la forma extraordinaria de las pequeñas cosas”.