julio de 2025

‘La cercanía de lo extraño’, de Javier Puig

La cercanía de lo extraño
Javier Puig
Editorial Frutos del Tiempo (Colección Fif%ty), 2025
244 págs.

ENTRE EL EXTRAÑAMIENTO Y LA INTROSPECCIÓN: LOS RELATOS DE JAVIER PUIG

Javier Puig (Barcelona, 1958), autor con una sólida trayectoria como poeta, cinéfilo, ensayista y crítico literario, da el salto a la narrativa con La cercanía de lo extraño (su sexto libro), una colección de trece cuentos publicada este año por la editorial Frutos del Tiempo (colección Fif%ty). Esta obra en prosa de ficción no solo ratifica la sensibilidad literaria ya perfilada en sus trabajos anteriores, sino que revela una voz narrativa madura, precisa y profundamente humana.

Salvo alguna excepción, Javier Puig reúne en este volumen prácticamente todos los cuentos que escribió entre 1995 y 2021, algunos de los cuales ya habían sido publicados en revistas literarias como Empireuma. Están narrados desde distintas perspectivas: la primera persona permite al lector ponerse en la piel de personajes que, de pronto, se ven confrontados con un hecho cotidiano insólito pero perturbador, como ocurre en la historia que da título al libro. En ella, Juan, el protagonista, se encuentra en Nochebuena con Miguel, un amigo de juventud que ahora vive como mendigo, tras haber sido sacudido por una profunda crisis. Juan se siente reconfortado por su presente, pero, al toparse con la figura entusiasta y triunfadora a quien alguna vez admiró y que ahora se halla en pleno declive, experimenta también su propia intemperie.

Estamos, en este caso, ante un ejemplo de narración donde se insinúa la moraleja de la vanitas. Algo similar ocurre en Un murmullo de existencia, donde el monólogo interior de un personaje que reflexiona sobre sus últimos días de vida en un hospital transmite una melancolía serena; o en El escritor consagrado, en el que un autor que alcanzó el éxito tardíamente ya no puede volver a la voz que inspiró su juventud, y vuelca en su discurso una mezcla de frustración, resentimiento y mezquindad.

Una de las grandes virtudes de Javier Puig es su notable capacidad para construir mundos a partir de una prosa rica, fluida y expresiva, que favorece la inmersión en cada historia. La lucidez introspectiva de sus personajes se integra con tramas que rehúyen la simplicidad y despliegan múltiples capas de sentido, planteando desafíos que el autor resuelve con soltura, dejando en el lector un poso tan inquietante como estimulante.

En “El refugio”, un hombre hastiado de su trabajo disfruta de una baja laboral en casa y lidia con el sentimiento de culpa que le provoca su evasión, el goce de saberse a salvo con los suyos y sus aficiones, y el temor a reincorporarse. En “Y sin embargo…”, el protagonista decide pasar sus vacaciones en octubre —y en solitario— en la casa adosada de sus padres; allí conoce a una joven que trastocará sus planes de aislamiento, Esta historia, donde las primeras apariencias engañan, gira de manera inesperada. Y en “Su única esperanza”, último cuento de la colección, un hombre felizmente casado y padre de familia, dueño de una juguetería, sufre el perturbador reencuentro con una antigua amante.

En otros relatos, un narrador omnisciente nos acerca la trama y los avatares de los personajes, penetrando con igual agudeza en su psicología. En “Ensoñaciones”, Sonia viaja en un tren recordando unos días vividos con Juan, a quien ama. Él, que había huido de su hogar para reconducir su vida, sigue unido por lazos indisolubles a su esposa, Carmen, y de esa tensión nace la frustración de la narradora. Este relato enlaza con el siguiente (“aunque seas la misma”),escrito a modo de carta, en el que Juan se dirige a Carmen, y así podemos entender mejor el contexto insinuado en “Ensoñaciones”.

“Un rostro en cada espejo” profundiza en la crisis de identidad de su protagonista: al mirarse en el espejo, descubre un reflejo fragmentado, con rasgos desconocidos que parecen surgir de deseos reprimidos y temores latentes. Cada imagen especular se convierte en un espejo de su psique, revelando fisuras en su autoconcepto y alimentando un desasosiego creciente. En “El solitario” conocemos el sufrimiento y las escasas y vanas esperanzas de Gabriel, un oficinista apocado y solitario; mientras que “En la verdad era lo cierto” aborda la ruptura de una pareja, dejando al desnudo la aridez de la incomunicación y la imposibilidad de reconducir los sentimientos.

Sorprende, en conjunto, la homogeneidad en el tono, los temas y los puntos de vista, así como la prosa cuidada y literaria de La cercanía de lo extraño. Los relatos, de extensión media —algunos más dilatados que breves—, prescinden de diálogos abundantes, pero emplean con solvencia el silencio, la pausa y la omisión, que trasmiten tanto o más que las palabras.

Pese a la predominancia de personajes masculinos, también destacan voces femeninas protagonistas, como en el relato ya mencionado “Ensoñaciones” o en “Esteban”, donde una mujer narra la muerte de un amigo enamorado de ella sin posibilidad de correspondencia, y describe una relación amorosa imposible, marcada por negativas, renuncias y sufrimientos para el fallecido.

Se percibe una arquitectura narrativa homogénea en todo el libro: la soledad, el desencanto, el amor erosionado por el tiempo, la imposibilidad de comunicarse, el miedo al fracaso… Cada cuento dispone de autonomía formal, pero juntos construyen una textura común: hay guiños entre relatos, personajes que podrían cruzarse en una misma ciudad, gestos que resuenan como ecos. Esta sensación de unidad, sin imponerse, se percibe como un susurro persistente.

Lo extraño está siempre cerca: puede manifestarse como un detalle siniestro en una escena aparentemente normal o como la pregunta existencial que impide dormir al personaje. En lo cotidiano, surge invariablemente un elemento perturbador que pone en jaque la supuesta normalidad. Los trece cuentos transmiten un aire de extrañeza familiar, cercano a las narrativas de lo siniestro que dominan buena parte de las novedades editoriales.

Sin embargo, la escritura de Javier Puig carece de fiereza, cinismo o humor negro; su lenguaje no es extremo ni salvaje, sino equilibrado y sereno. En sus relatos, siempre irrumpe algún hecho azaroso o inesperado que dinamita la sordera del confort, introduciendo la discordia, el desacuerdo, la inestabilidad, la contradicción, la precariedad y el desamparo. Es entonces cuando los arraigados se sienten desarraigados, los satisfechos reconocen sus frustraciones y se abren las conciencias clausuradas. Nadie está a salvo del tedio de una rutina falaz, de un mundo inestable e interpretable, y todos se sienten deportados dentro de sus propias inercias. Sin embargo, los personajes están hilvanados por hilos sutiles que los salvan —en su mayoría— del horror cotidiano que desemboca en tragedia. A menudo, perciben que la realidad diaria está cargada de incógnitas, tanto en sus vínculos con los demás como en su relación con el mundo y consigo mismos. Nunca están exentos de la inquietud ni del sobresalto, ni siquiera en los momentos o lugares más comunes. Todos ocultan o revelan sus heridas, pero, salvo contadas excepciones, son conscientes de su falibilidad y poseen una noble dignidad en la aceptación del fracaso y la derrota. No les falta tampoco una inclinación discursiva hacia la autocrítica. El autor los lleva al borde del abismo, los expone a la caída, pero también los dota de una capacidad de resistencia, de resiliencia e incluso de cierta piedad hacia sí mismos y hacia los demás, frente a los anhelos insatisfechos, los hábitos irredentos, las derrotas morales: en definitiva, frente al turbio trasfondo psicológico y social en el que se mueven. Javier Puig trata a sus personajes con compasión o con paliativos, y así evita que zozobren estrepitosamente en la ausencia de fe en el mundo.

Javier Puig

El relato que, a mi juicio, destaca por su originalidad es “Pronto oscurecería”. Si bien todos están muy logrados, este sobresale por su indefinición y cierto tono fantástico o sobrenatural que se revela especialmente en el desenlace. El argumento, en apariencia naturalista, narra el viaje de Mariano, trasladado por trabajo a otra ciudad. Pero un subtexto fascinante de temores, frustraciones y deseos ocultos introduce lo onírico en medio de la asfixia que vive el protagonista en un ambiente hostil.

Mariano, como otros personajes del libro, siente una profunda necesidad de escapar de la alienación del sistema que lo somete. Aunque está felizmente casado y tiene tres hijos, no es un hombre realmente satisfecho, a pesar de aparentarlo. No queda claro si su insatisfacción se debe al trabajo, a la rutina o a una desconexión más profunda con su familia, pero sí anhela descubrir otros mundos. La magia del relato reside precisamente en esa ambigüedad y en un final abierto que invita a múltiples interpretaciones, dejando preguntas flotando en el aire.

El título, Pronto oscurecería, es excelente: anticipa cómo la vida del personaje se ensombrecerá. Aunque podría interpretarse como un declive, la oscuridad también sugiere un renacimiento: un nuevo ciclo en esa ciudad que tanto le inquieta, simbolizado por Katy, esa mujer nocturna que podría ser una femme fatale, un espejismo o incluso una presencia redentora. La oscuridad es ambivalente: puede significar pérdida o transformación.

Los cuentos de Javier Puig se sitúan en una tradición literaria que dialoga con autores como Chéjov, Cheever, Aldecoa o Kafka, entre otros. Se perciben ecos, afinidades o simples confluencias que sería difícil abarcar en una reseña, dado que el autor es un profundo conocedor de la narrativa breve universal y ha sabido llevar a su propio crisol numerosos temas y modos narrativos. Pero eso importa poco, porque lo cierto es que los relatos de Javier son genuinos, con un estilo personal fácilmente reconocible.

No presenta a sus personajes de forma explícita: permite que el lector los descubra a través de sus actos, sus silencios y sus pensamientos fragmentarios. Esta técnica, cercana a la “acción indirecta” chejoviana, prioriza lo sugerido sobre lo mostrado y pone el foco en lo que no se dice.

Su estilo es, por ello, sobrio: caracterizado por un lenguaje directo, despojado de adornos, pero minuciosamente calibrado. Su prosa, elegante y precisa, rechaza la metáfora exuberante y se despliega con un ritmo sostenido que, aun tratándose de narrativa, se percibe casi como un tempo dramático. Javier esculpe cada frase con la precisión de un joyero, logrando que cada punto y coma actúe como signo de pausa, de duda existencial, de vacilación. Más que construir argumentos cerrados, sus relatos se tejen como fragmentos de conciencia, donde la interioridad se impone a la acción y las preguntas resultan más relevantes que las respuestas.

En estos trece cuentos, las descripciones de lugares, paisajes u objetos son escasas. En su lugar, cobran protagonismo subjetividades frágiles: hombres y mujeres solitarios, enfermos, atrapados en cepos emocionales. A través de sus experiencias, se abordan temas como la alienación laboral, el fracaso vital, el tedio, la erosión del deseo, la soledad afectiva y las múltiples formas del amor y del desamor.

La cercanía de lo extraño explora con sutileza la interioridad de sus personajes: sus conflictos, frustraciones, sueños y derrotas, valiéndose de recursos narrativos como el monólogo interior y la digresión. En muchos relatos, la forma del flujo de conciencia permite escuchar la voz mental del protagonista, lo que acentúa la proximidad con su mundo íntimo. En ocasiones, la narración se detiene o se bifurca, como si el pensamiento del personaje tomara el control y lo condujera hacia recuerdos o asociaciones inesperadas. Esta técnica refuerza la sensación de que lo esencial transcurre en el interior de la mente, incluso cuando la escena parece trivial o cotidiana.

Lo importante no es lo que ocurre, sino cómo ocurre; o más aún, lo que no se alcanza a contar del todo. Javier Puig domina el subtexto emocional: lo relevante está en las palabras pronunciadas, sí, pero también —y sobre todo— en lo que se calla. Esta escritura “quirúrgica” se concentra más en los gestos, las expresiones y las contradicciones internas de los protagonistas que en los escenarios físicos. Y, sin embargo, logra crear una atmósfera cargada de tensión, donde lo externo —aunque breve— refleja siempre una zozobra interior.

El doble artificio —el detalle externo como reflejo simbólico del malestar íntimo— dota a la prosa de Javier Puig de una atmósfera de extrañeza plausible. Como Kafka, logra que lo absurdo se infiltre en lo cotidiano con una naturalidad inquietante. No hay monstruos exteriores: lo extraño nace de una grieta interior, de la lucha entre el deseo y la frustración, entre la rutina y la esperanza. Javier también se adentra sin concesiones en la mente de sus personajes, revelando culpas difusas, miedos irracionales y deseos inconfesables.

Por otra parte, y como ya se ha dicho, aunque un tono sombrío impregna muchas de estas historias, el autor evita caer en un pesimismo plano. Como en Beckett, la desesperanza convive con una chispa de lucidez o con una ironía apenas perceptible que matiza la derrota. Es el razonamiento seco de quien ha comprendido la fragilidad de las aspiraciones humanas, pero que sigue escribiendo, sigue hablando, sigue esperando algo. A veces, la historia se construye desde una conciencia atormentada por la necesidad de narrar y la imposibilidad de hacerlo del todo. Esa voz frágil, que duda incluso de su propia validez, convierte la lectura en una experiencia íntima, desasosegante y conmovedora.

En ese sentido, La cercanía de lo extraño recoge y expande hallazgos e intuiciones ya presentes en la obra anterior de Javier Puig. Estos relatos comparten con el resto de su producción un mismo caldo de cultivo: resonancias emocionales profundas, sutilezas expresivas, gestos mínimos, ambientes contenidos, episodios elusivos, recursos estilísticos medidos e incluso ciertas recurrencias lingüísticas. Todo ello puesto al servicio de una exploración de la psicología humana que prescinde de la violencia verbal, la crueldad o los efectos estridentes.

En definitiva, La cercanía de lo extraño confirma que Javier Puig es también un narrador destacado. En tiempos en los que la velocidad narrativa y la espectacularidad parecen imponerse, nuestro autor demuestra que la vida cotidiana encierra lo misterioso: un murmullo del azar, un doble de uno mismo, una segunda voz que interpela. Su prosa reflexiva invita a mirar más allá de la superficie de lo obvio y a percibir que la alteridad está siempre al acecho. Nos recuerda que la verdadera extrañeza —como la verdadera literatura— habita en los márgenes de lo visible, en ese punto exacto donde lo familiar se vuelve inquietante, y donde la escritura, como un espejo empañado, apenas deja ver el contorno de lo que realmente somos.

COMPÁRTELO:

Escrito por

Archivo Entreletras

El simplismo es un crimen
El simplismo es un crimen

El adorno es un crimen, dijo Adolf Loos a principios del siglo XX. Porque estaba harto del art Nouveau. Pero…

A Cataluña le conviene el PSC
A Cataluña le conviene el PSC

Por Rafael Simancas*.- | Noviembre 2017 En las elecciones catalanas del próximo 21 de diciembre se adoptarán decisiones que van…

Los círculos de Justo Jorge Padrón
Los círculos de Justo Jorge Padrón

Los grandes poetas saben cuando van a morir, muchos de ellos lo escriben sin darse cuenta, otros se lo dicen…

89