
I
La ciencia es también una obra de arte, se la puede mirar con el arrobo que produce la belleza cuando uno se esmera en apreciarla. Lo que suele pasar es que no siempre nos percatamos del prodigio o que no todos tenemos el mismo canon. Hay quien se extasía contemplando una hoja emborronada de ecuaciones, quien ve en esa manifestación de la inteligencia matemática un objeto artístico, una especie de puerta que, al franquearse, conduce a la sublimación misma de la belleza. Lo mismo que se produce cuando observamos un paisaje invernal a la caída de la tarde o un cuadro de Velázquez o cuando leemos el vals de Aleixandre o contemplamos una película de Kurosawa. Todo está ahí, a mano, ofrecido, a falta de que se abra la puerta y se pueda contemplar enteramente, sin traba alguna. Incluso no se requiere la intervención del entendimiento.
II
Borges decía que todos somos teólogos. Que, sin saberlo, todos ejercemos una teología militante, invisible a veces. Que pensamos en Dios sin que se precise creer o no en él. Del mismo modo, todos somos sensibles a la belleza. Sin que exista una voluntad, incluso sin una conciencia que la analice y la juzgue, todos nos inclinamos ante ella cuando pasa. Un filósofo, no sé ahora cuál, no importa tampoco, dejó escrito que es la adoración a la belleza lo que nos convierte en criaturas inteligentes. Por eso la ciencia y el espíritu van de la mano, aunque parezcan divergir a veces. Quizá por debajo todo sean ecuaciones, vectores que se buscan y se encuentran y luego aplazan su abrazo y se alejan. Incluso química: a eso algunos reducen el amor, a la suma de unas moléculas con otras, a ese matrimonio de átomos que fornican en la sombra mientras tú estás paseando la ronda de tu pueblo o preparas un arroz con bogavante o despachas una buena cerveza de tercio en la terraza. Lo registró García Lorca (Oficina y Denuncia) en su Poeta en Nueva York: debajo de las multiplicaciones hay una gota de sangre de pato. La poesía cuenta el mundo. No hay instrumento más eficiente, no cabe otro que haga abrir los ojos como ella.
III
El poeta, al modo que el matemático, abre puertas, ofrece caminos para que podamos acceder a la belleza. Uno (el sensible, el lírico) tiene la voluntad de deslumbrar y sabe que las palabras descerrajan la oscuridad, la revelan, la hacen accesible y pura. Otro (el matemático, el científico, el empírico) carece de esa voluntad, no la tiene como precepto principal, pero al final anhela el mismo objeto, codicia la misma gema, la de la verdad, la del asombro, la que hace que el mundo sea un poco más entendible. Y tal vez los dos (el poeta y el matemático) sean teólogos, teólogos amateurs, sin el rodaje de los libros sesudos, sin la vigilancia de la filosofía, sin su tutela gloriosa. Hay un orden, pero aprendió del caos. Luego está la ciencia de estar con los demás, que tiene sus logaritmos y se deja a veces gobernar, pero no siempre y la ciencia de amarse uno mismo. No siempre sabemos, en ocasiones fallamos, no le damos el tiempo suficiente, ni la voluntad requerida.
IV
Lo que sé del corazón no se lo debo a la ciencia. Ninguna información técnica relevante, ninguna evidencia cartesiana valdrá más que la poesía romántica inglesa o un verso suelto de Pablo Milanés. No hay lenguaje de más probado oficio que el de las metáforas. A ellas confiamos el entendimiento del mundo, aunque revistas tipo Science sean recetarios de prodigios al modo en que lo es un libro de Kavafis. Del cerebro dice, en un número antiguo del que anoche leí una breve reseña, que es elegantemente simple. Que el mapa de alta resolución de su maraña sináptica respeta un orden. Del corazón no he leído nada parecido. Como si le concedieran el rango de brújula espiritual del universo. Como si el desorden del cosmos proviniese de los espasmos de su funcionamiento, de ese hermoso mantra de percusiones privadas que produce para que yo ahora escriba y usted lea, para que percibamos el olor del campo recién llovido o la belleza incuestionable del vals número dos de Shostakovich. Como si la armonía de esa oscuridad se acompasara a la de tu corazón y una y otra se mirasen y buscasen tocar la misma canción y no desafinar en demasía.