¡Mis queridos palomiteros!
El pasado viernes 5 de diciembre llegó a los cines españoles Golpes, debut en la dirección de largometrajes de Rafael Cobos, cineasta sevillano de 52 años y doble ganador del Goya por La isla mínima (guion original, 2015) y El hombre de las mil caras (guion adaptado, 2017), ambas dirigidas por Alberto Rodríguez. La película venía precedida de un recibimiento notable en la Seminci y en el Festival de Cine Europeo de Sevilla, donde logró el premio al mejor guion y a la mejor película andaluza. Además, compitió con cinco nominaciones en los Premios Asecan del Cine Andaluz. Su distribución corre a cargo de A Contracorriente Films.
Golpes alcanzó la cartelera con la voluntad de dialogar con el cine quinqui, un territorio mítico del cine español que marcó a toda una generación. Ese cine áspero, urgente y marginal estuvo representado por títulos emblemáticos como Perros callejeros (1977), de José Antonio de la Loma, o Navajeros (1980) y El pico (1983), de Eloy de la Iglesia. Cobos asumió ese legado y lo revistió de una interesante, reflexiva y eficaz atmósfera contemporánea que convierte a Golpes en un híbrido homenaje entre revisión y reinterpretación histórica con algunos clichés.
El thriller criminal sigue la historia de dos hermanos, que se han criado juntos, pero que están marcados por trayectorias opuestas: uno atrapado en la delincuencia de barrio, aferrado a atracos torpes y supervivencia diaria; el otro, un agente que intenta sostener un sentido de justicia en un entorno turbio, donde la violencia policial y la precariedad social conviven sin tapujos.
Este conflicto íntimo funciona como columna vertebral del relato que hurga en los suburbios de la época, no exenta de deudas, chantajes y traiciones habituales. De hecho, el cine de Golpes arrastra estas heridas -que aún conviene para algunos dejar abiertas- y cuentas pendientes con el propio pasado de sus personajes, que es el sustrato del drama que resulta más atractivo —su empuje moral está bien traído—, donde vuelve a incidirse en el dolor por el padre ausente.
Por su lado, Cobos demuestra habilidad para entrelazar trama y subtrama con elegancia y equilibrio en la narración, igual que hicieron en su día las mejores películas quinquis, donde la historia personal siempre terminaba entrando en comunión con el pulso de la calle.
El director se mueve aquí con crudeza y grandes dosis de realismo y violencia, tal vez más cercanas al estilo contenido que ya mostró en La isla mínima y algo más alejado del salvajismo documental de Navajeros. Los atracos, las persecuciones y los callejones están, sí; pero el foco no está en las peripecias de estas acciones, sino en aquello que empuja a sus personajes a estar siempre al borde del abismo y que no es otra cosa que aprender a convivir con los errores. A menudo, la buena conducta y la buena voluntad, de camino a la redención, no son actitudes suficientes.
En cuanto al reparto, la propuesta de Golpes se sostiene con fuerza gracias a dos ases de la interpretación como son Luis Tosar y Jesús Carroza, quienes construyen dos figuras complejas, tensas, llenas de cicatrices, que remiten a los antihéroes quinquis de principios de los 80. Y ahora la profundidad de sus conflictos está planteada con buenos mimbres desde los tiempos modernos, que Cobos ha sabido manejar porque funciona. El punto de inflexión de la trama de los hermanos se equilibra, además, con la presencia de la joven actriz Teresa Garzón, cuyo trabajo entre sus compañeros de elenco no desdice y también aporta calidez al conjunto entre tanto caos retenido.
No obstante, Golpes no es ajena a ciertos desniveles, a saber, aunque está bien prologada, el meollo de la tragedia familiar tarda en arrancar y en encontrar su tono. A su vez, muchos de los diálogos son muy discursivos y poco naturales. Por no hablar de escenas sin sentido, como la que casi cierra la película, durante el imposible desentierro de un familiar de una fosa. En esta línea, la historia desbarra al intentar volver la mirada —otra vez— hacia el pasado, las cunetas o las sombras de la Transición que están desdibujadas.
Por todo lo dicho, Golpes es una película digna, valiente, dura, aunque inestable en su aproximación a la cuestión histórica y no destinada a públicos sensibles, más dirigida si cabe a aquellos nostálgicos de los años 80, que está muy bien interpretada pero a la que le sobra violencia e ideología y a que le falta historia compartida.











