marzo de 2024 - VIII Año

24 crímenes por segundo: Agatha Christie en el cine

El próximo 15 de septiembre se cumplirán 140 años del nacimiento de la ¿indiscutible? reina del suspense,  Agatha Mary Clarissa Miller, que como los criminales usó para sus fechorías literarias el nombre de guerra de Agatha Christie.  Es, pues, una magnífica ocasión para acercarnos a su obra a través del mundo del celuloide en aquellas adaptaciones que se hicieron sobre ella. O al menos de algunas puesto que se llegaron a filmar la friolera de cuatro decenas de películas, sin contar las destinadas a la televisión.

Agatha Christie

Hay años que,  por aquellas azarosas conjunciones de los astros, nos  ponen bajo la lupa, al mismo tiempo, nombres de autores/as dispares y/o afines con aquella intersección irónica  que decretaba el Conde  de Lautréamont  cuando soñaba con el encuentro fortuito  sobre una mesa de disección de un paraguas y una máquina de coser. Este es el caso del año que vivimos peligrosamente, año de pandemias, vacunas y dislates político-festivos varios, año 2021 de mis entretelas, con permiso de mi admirado  ‘El Forges’. Y si para más inri, en un  mundo tan proceloso  como es el de las letras, tan signado por el alfa y la omega del macho alfa, lo que nos trae cruce planetario tan oportuno es el nombre de dos mujeres, tendremos que concluir que los hados o, mejor aquí, las hadas no permanecen ociosos/as en sus olímpicas e inaccesibles alturas. Pero si, para rizar más el rizo, esos designios divinos nos convocan sobre el tapete a dos candidatas que responden al excluyente título de la reina del suspense, decididamente, las circunstancias nos empujan a denostar, con la suficiente fe, la máxima mallarmeana de que “un golpe de dados nunca abolirá el azar”.

De tal modo, este año nos trae, con un decalaje de cuarenta primaveras, el ya señalado aniversario de la británica Agatha Christie y el centenario del natalicio de la norteamericana Patricia Highsmith. Ambas, a su vez, para más señas, galardonadas hasta el hartazgo con multitud de reconocimientos y aplausos públicos. Oropeles aparte, volviendo a nuestro Maldoror particular, si convenimos que la mesa de disección le cabe, inapelablemente, en suerte a la Highsmith, no nos quedará más remedio que otorgarle, en tal caso,  a doña Agatha la propiedad del paraguas y de la máquina de coser en complicidad con aquellas coqueterías tan del gusto de la pacata moral victoriana. ¿El sueño americano de Yankilandia vs. la flema británica de la pérfida Albión?

Asesinato en el Orient Express

Agatha Christie nació en el seno de una familia de clase media alta, y en su adolescencia se trasladó a París para iniciar sus estudios. En el año 1920 publicó su primera novela ‘El misterioso caso de Styles’.  Desde ese momento no pararía de escribir cultivando el whodunit, subgénero típico de la edad de oro de la novela policíaca inglesa. Historias con una trama compleja en la que el misterio es una especie de puzzle que le pone el indispensable suspense a la acción. El lector acompaña al detective de turno en sus pesquisas debiéndose cumplir el imperativo de que este no puede saber, en ningún momento, más que aquel para que de ese modo al primero se le brinde la oportunidad de deducirlo antes de que el caso quede resuelto. Por ello, es tan imperdonable, toda vez que una de estas novelas se traslada al cine, que el inoportuno crítico cinematográfico de turno, en ese ataque agudo de celo profesional que a veces le acomete, tenga el mal gusto de anticiparnos que “el mayordomo es el asesino”. Vaya, lo que ahora los cinéfilos con pomposidad dicen “hacer un spoiler” y los que ya peinamos canas llamábamos, lisa y llanamente, “no me destripes la película”.

Si hay un episodio en el que la misma Agatha Christie se convirtió en protagonista de una de estas inquietantes historias, casi  ‘pirandelliana’, podríamos decir, donde autor y personaje se confunden,  no fue otro que el de su propia y misteriosa desaparición. Se llegó a pensar que,  abandonada por su marido, había planificado su  suicidio para culpar a la amante de este por “asesinato”.

El realizador británico Michael Apted, y ya entramos en materia,  filmó ‘Agatha’ en 1979 haciendo una recreación de esta rocambolesca historia con Vanessa Redgrave y  Dustin Hoffman, como protagonistas. ¡Nada del otro jueves!

La relación de Agatha Christie con el cine no ha sido del todo satisfactoria: nos ha dejado tan sólo dos adaptaciones modélicas y bastantes otras pasables sin más, lo que quiere decir que no debe ser el suyo un mundo tan fácil de trasladar a imágenes a pesar de lo que nos pudiera parecer cuando leemos sus libros. También hay fracasos clamorosos e inesperados que iremos abordando en el presente artículo.

Cita con la muerte

Empezaremos por uno de los primeros films británicos, bastante desconocido,  que bajo el título de ‘Sugestión mortal’ (‘Love from a Stranger’) dirigió el magnífico realizador norteamericano Rowland V. Lee en 1937. Basado en el relato ‘Philomel Cottage’, si bien  contó con un bajo presupuesto, nos brindaba una espléndida interpretación del gran Basil Rathbone, el definitivo Sherlock Holmes en la gran pantalla, y la exquisita Ann Harding. La banda sonora era nada más y nada menos que del maestro Benjamin Britten. La atmósfera inquietante que envuelve las peripecias de una joven, que después de casarse descubre que lo ha hecho con un estrangulador, nos ofrece una película que sin ser redonda resulta plenamente convincente.

Otra película digna de mención es ‘Diez negritos’ (‘And Then There Were None’, 1945), primera adaptación de una de las novelas más célebres de la autora. Dirigida por el francés de oscuro pasado vanguardista René Clair, con un reparto encabezado por los magistrales Barry Fitzgerald y Walter Huston, en los papeles del juez Wargrave  y del  Dr. Armstrong, respectivamente. La película fue bastante fiel a la novela original, aunque se cambió el final por un lamentable happy end de innegable regusto hollywoodense. El film tuvo varios remakes, entre ellos ¡uno ruso y tres indios!, pero el más destacado es el que  firmó el inglés Peter Collinson  en 1973,  con Oliver Reed, Richard Attenborough y Charles Aznavour. Ambas adolecen de una carga teatral que lastra el ritmo cinematográfico.  Collinson se había hecho célebre en 1969 por dirigir a su padrino  Noël Coward en el  film de culto ‘Un trabajo en Italia’, pero en el caso que nos ocupa no estuvo tan fino a pesar de  reparto tan florido.

Pero si hay una adaptación que se lleva la palma esa es la que hizo el ínclito Billy Wilder en 1957 sobre la obra teatral ‘Testigo de cargo’ (‘Witness for the Prosecution’). Sorprende la habilidad del director para no caer en el defecto de la anterior cuando aquí sí que se parte de un material destinado a las tablas. Cierto es que Wilder y su coguionista Harry Kurnitz enriquecieron la trama original con secuencias propias creadas para la película, desde el flashback que nos cuenta el momento en que se conocen los protagonistas, hasta las escenas entre el abogado, que interpreta el inconmensurable Charles Laughton, y la divertidísima enfermera  que le cuida, Elsa Lanchester, personaje  que le concibieron a la actriz ad hoc.  La pareja de tan consumados actores  se come literalmente la película y eso que  Tyrone Power y  Marlene Dietrich  están impecables.  Ni que decir tiene que de las seis candidaturas  a los Oscar  que recibió la película, el matrimonio Laughton se hizo con dos de ellas por sus  interpretaciones  y Billy Wilder se llevó  a casa la estatuilla por su genial dirección.  Una indiscutible obra maestra.

Para ir a la caza de la otra gran película que nos ha dejado la obra de la británica tenemos que ir al encuentro de una de sus más afortunadas creaciones: el detective belga Hércules Poirot.

A estas alturas, sólo hay un Poirot en estado de gracia y ese es el que encarnó el  actor inglés Albert Finney bajo la elegante batuta del americano Sidney Lumet. La caracterización es impagable en su ‘Asesinato en el Orient Express’ (‘Murder on the Orient Express’, 1974),  en el que además se encuentra magníficamente arropado por talentos de la talla de Sean Connery, Anthony Perkins, Ingrid Bergman, Lauren Bacall, Vanessa Redgrave y John Gielgud. Con una espléndida banda sonora del músico Richard Rodney Bennett,  al que debemos reivindicar aprovechando la ocasión. El remake del shakespeariano Kenneth Branagh  33 años después se declaró absolutamente prescindible.

Murther at the Gallop

Por otra parte, contra todo pronóstico, el  actor Peter Ustinov, no menos espléndido que Finney, sin embargo, fracasa estrepitosamente en su cometido. Desde la primera incursión de las tres que hizo para la gran pantalla, ‘Muerte en el Nilo’ (‘Death at the Nile’, 1978) de la mano del irascible  John Guillermin, en ninguna nos ofrece los rasgos excéntricos y carismáticos que el ampuloso detective  requiere. En la primera, aunque estuvo nominada como mejor película extranjera en los Globos de Oro solo se llevó más tarde el Oscar al mejor vestuario, dado el pesado fardo teatral que arrastra la trama, defecto ya destacado más arriba para otras producciones, siendo uno de los defectos recurrentes, como vemos, en la filmografía de la Christie.  Branagh amenaza con otro remake, donde de nuevo se reserva el papel de Poirot, que se estrenará en EE. UU.  el próximo 17 de septiembre. Sin esperar demasiado de la película, lleva la ventaja en esta ocasión de no medirse con un clásico como el del Orient Express: no le resultará, pues, difícil superar la modesta propuesta original.

En ‘Muerte bajo el sol’ (‘Evil Under the Sun’, 1982) el anodino Guy Hamilton, que se había curtido en la serie de James Bond, no aporta nada a la anterior, por no hablar del despropósito que significó la penosa  ‘Cita con la muerte‘ (‘Appointment with Death’, 1988) de un Michael Winner que ya nos había aburrido bastante con aquella saga insufrible a mayor gloria del bestia Charles Bronson, aun cuando para esta ocasión disponía de la gratificante presencia de Lauren Bacall y John Gielgud.

En definitiva, basadas en guiones poco eficaces ninguna de las tres consigue ni capturar el interés del suspense por previsibles ni encontrar el tono adecuado, salpicadas con fastidio por un toque cómico inapropiado.

Acudiendo a la otra de las grandes creaciones de la autora británica, la solterona Miss Jane Marple, cotilla detective aficionada, hemos tenido la fortuna de contar con la feliz encarnación de la excelente actriz  británica Margaret Rutherford, actriz que se dio a conocer tras la Segunda Guerra Mundial cuando participó en los clásicos del cine inglés: ‘Un espíritu burlón’ y ‘La importancia de llamarse Ernesto’  sobre las obras teatrales de  Noël Coward y   Oscar Wilde, respectivamente.  Rutherford se movía con absoluta soltura tanto en sus caracterizaciones cómicas como en registros más dramáticos. Logra hacernos creíble el personaje, lleno de humanidad pero adornado con todo tipo de tics desde su inveterada ingenuidad hasta su extemporánea impertinencia. Lástima que en las películas que se hicieron, todas ellas de la mano del británico George Pollock, se cargaran las tintas en los irritantes chistes que se multiplican alejándose del espíritu original. Para colmo de males los guiones se basan vagamente en las novelas. El caso más manifiesto es el de ‘Después del funeral’ (‘Murder at the Gallop’, 1963), donde se llega a cambiar al protagonista de la novela, Hercules Poirot, por Marple sin éxito a pesar del buen hacer de los soberbios Robert Morley y Flora Robson amén de la protagonista. Naturalmente nunca fueron del agrado de la escritora.

El espejo roto

La primera aparición de tan entrañable personaje en la literatura data de 1930 en ‘Muerte en la Vicaría’, así que la dicharachera abuelita tendría que esperar 31 años para su debut cinematográfico en ‘El tren de las 4:50’.

No podemos cerrar esta modesta crónica  sin traer aquí a la otra actriz que dio vida a la anciana: la aclamada Angela Lansbury, que ya había participado en la producción de ‘Muerte en el Nilo’ en la que encarnaba ejemplarmente a una  escritora de novelas eróticas alcoholizada y tanto fue del gusto de los productores su interpretación que la requirieron para protagonizar en 1980 ‘El espejo roto‘ (‘The Mirror Crack’d’),  aunque a todas luces no encajaba en el papel ni de lejos. El reparto, como siempre en estas superproducciones era de campanillas, desde Elizabeth Taylor a Tony Curtis o  Rock Hudson pasando por Kim Novak, Geraldine Chaplin y Edward Fox, campanillas que no hizo sonar como hubiera sido de desear Guy Hamilton. Lo que le da un toque siniestro al film, sin embargo, es lamentablemente extracinematográfico: el productor John Brabourne descargó en la película sus fantasmas personales en un ejercicio de auto exorcismo por la muerte de su hijo en un atentado del IRA, puesto que la trama de la novela describía colateralmente el proceso de sufrimiento de la pérdida de un niño. Lo más destacado de la película es el buen uso de la banda sonora por parte del proteico John Cameron que acentúa el buscado tono crepuscular de la historia con el fraseo de un magnífico blues impregnado de nostalgia.

En fin, un matrimonio entre la novela y el celuloide que, en este caso,  no nos ha dejado demasiados retoños a la altura ejemplar de sus inolvidables progenitores. ¡Qué se le va a hacer!

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