abril de 2024 - VIII Año

‘El caso Padilla’, un documental que remueve conciencias

El pasado viernes día 2 de junio se estrenó la película El caso Padilla del cubano Pavel Giroud (1973), un escalofriante documental que denuncia el actual estado de falta de libertades del régimen castrista, a través de la historia del ya fallecido poeta Heberto Padilla. Un film que, en palabras de su director, busca “remover conciencias”.

La primera aproximación de Giroud a la vida de su paisano fue a través de La Mala Memoria, una novela autobiográfica que el escritor publicó desde su exilio en los Estados Unidos.

El caso Padilla nos llega avalada por el premio al mejor documental dentro de la selección del Miami Film Festival y por el Premio Platino del Cine Iberoamericano de este año. Se estrenó mundialmente en el Festival de Telluride y su estreno europeo tuvo lugar en el Festival de San Sebastián. Asimismo, se ha presentado en los festivales de Roma y Cineuropa Compostela, y en este último se llevó el Premio del Público. Además, la película ha tenido una première en el marco del BCN Film Fest.

Pavel Giroud, cineasta afincado en nuestro país desde hace algunos años, nos ha regalado películas tan interesantes como La edad de la peseta y El acompañante, amén de otro magnífico documental titulado Playing Lecuona (2015), que codirigió con Juanma Villar, y en el que ya demostraba su capacidad para manejar los códigos específicos de este complejo lenguaje cinematográfico, por lo que fue reconocido con el premio al Mejor Documental en el Festival de Cine de Montreal y con el Merit Award en el New York International Film Festival.

Es muy posible que, a los espectadores más jóvenes, el terrible episodio que nos cuenta Giroud en El caso Padilla no les resulte familiar. No hay ningún problema por ello para seguir la película puesto que el acierto de Giroud es la claridad narrativa, con la que aborda la trama, en la que sabe poner el acento didáctico y cercano requerido.

El suceso tuvo lugar en La Habana durante la primavera del año 1971. Entonces Heberto Padilla (nacido en la localidad Puerta de Golpe —¿un presagio? — en 1932) era uno de los grandes nombres de la poesía cubana del momento.

Ya desde fines de 1967, el poeta había empezado a ser el blanco de numerosas y acaloradas polémicas, tanto en su país como en el extranjero. Todo había empezado cuando en 1964 Padilla se había puesto de parte de su compatriota Guillermo Cabrera Infante al defender Tres tristes tigres, novela de este que competía con la de Lisandro Otero, Pasión de Urbino, para alzarse por el primer premio del Concurso Biblioteca Breve de la Editorial Seix Barral, en el que ambas eran finalistas. Dado que Otero a la sazón ostentaba el cargo de vicepresidente del Consejo Nacional de Cultura la actitud de Padilla podía verse como un abierto desafío al gobierno castrista: Cabrera habla adoptado una posición ambigua con respecto a la revolución. Y para colmo de males, en declaraciones posteriores al semanario argentino Primera Plana, el enfant terrible de la revolución había repudiado al régimen cubano lo que dejaba a Padilla “en la peligrosa postura de haber defendido a un traidor”.

A pesar de esto, en 1968 el Jurado de la UNEAC (Unión de Escritores y Artistas de Cuba) otorgó a este el galardón en su concurso anual de poesía por su libro Fuera del juego, lo que no impediría que el tono de los poemas fuera tachado de reaccionario por la dirección de la asociación. En el prólogo se podía leer: “Nuestra convicción revolucionaria nos permite señalar que esa poesía sirve a nuestros enemigos, y los autores son los artistas que ellos necesitan para alimentar su caballo de Troya a la hora en que el imperialismo se decida a poner en práctica su política de agresión bélica frontal contra Cuba”. Los responsables de la UNEAC habían presionado previamente a varios miembros del jurado, entre ellos al pope Lezama Lima, para que no votaran a favor de la obra. Después de un recital, en el que Padilla leyó poemas de su libro Provocaciones, el autor es arrestado junto a su mujer, la también poeta Belkis Cuza Malé, por la Seguridad del Estado el 20 de marzo de 1971. Ella será puesta en libertad dos días más tarde, mientras que él, sin embargo, permanecerá 38 días en los calabozos de Villa Marista, cuartel general de la policía política.

Ante situación tan flagrante, un nutrido grupo de intelectuales americanos y europeos (Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, los hermanos Goytisolo, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Margarite Duras, Susan Sontag, entre otros) le hacen llegar una carta a Fidel Castro pidiendo la liberación del poeta, lo que consigue que este sea liberado cinco semanas después, pese a que la respuesta inicial del dictador a la petición fue furibunda, calificando a sus responsables de “ratas intelectuales”.

Aunque en la misiva figuraba la firma del autor de Cien años de soledad, éste no había expresado su consentimiento, pero su amigo Plinio Apuleyo Mendoza lo había dado por bueno y de ese modo lo había comunicado a la redacción de la revista parisina Libre, que había canalizado la protesta.

El que sí había firmado una extensa autoacusación desde la cárcel era el propio Padilla el 5 de abril, para pronunciarla como discurso la noche del 27 de abril de 1971 ante medio centenar de intelectuales citados por la Seguridad del Estado en la sede habanera de la UNEAC. Nicolás Guillén había excusado su presencia en el acto por motivos de salud, como se dijo desde la mesa. El otro senior de la intelligentsia cubana, Lezama Lima, al que curiosamente no se alude, también estuvo ausente de aquella abyecta mascarada. Como en todo auto de fe el condenado debía retractarse públicamente abjurando de sus pecados para mostrar su arrepentimiento, lo que haría posible tanto su reconciliación con las autoridades como su advertencia a todos aquellos que se habían congregado en el acto para que a su vez proclamaran solemnemente su adhesión al credo ideológico ofendido.

Así pues, Padilla comparece “libremente” ante el gremio de escritores donde escenifica una “sentida autocrítica”. Vamos, ya se sabe: “Donde dije digo, digo Diego”. Se declara culpable como agente contrarrevolucionario y no deja de atacar a aquellos críticos extranjeros que, como René Dumont, Enzensberger y Karol, habían prestado demasiada atención a “mis análisis que eran siempre derrotistas”. Asistimos, pues, al autodestructivo y desgarrador examen de conciencia de un Padilla crispado hasta el ridículo.

No sólo se contenta con condenar su poesía y sus actuaciones, entonando un ignominioso mea culpa, sino que incluso acusa públicamente de complicidad a algunos de sus colegas por compartir con él “errores muy similares a los que yo cometí, porque creo que la experiencia mía puede tener algún valor para muchos de mis amigos y de mis compañeros”.

La denuncia de las conductas desviacionistas de estos, todos ellos presentes en aquella bochornosa quema de brujas, tiene nombre y apellido: César López, Pablo Armando Fernández, Manuel Díaz Martínez, Norberto Fuentes… De la pira ni siquiera se salvará la esposa del mismo renegado, Belkis Cuza. “Y si estos compañeros no llegaron al grado de deterioro moral al que yo llegué, eso no los exime de ningún modo de ninguna culpa”, será el reproche del pusilánime represaliado a unos asistentes que le escuchan con cara de circunstancias. Todos ellos irán subiendo por turno al “estrado de los acusados” tras las respectivas delaciones de Padilla para asumir su propia responsabilidad, incluso su mujer.

Tan sólo Norberto Fuentes tendrá el valor necesario durante su intervención para elevar una protesta en defensa de su posición, que se saldaría con la acalorada reconvención, en violenta oratoria, del responsable militar de la revista cultural El Caimán Barbudo, órgano “comprometido con lo más avanzado y revolucionario de la cultura cubana”. En esos momentos, el silencio se podía cortar con un cuchillo. Es uno de los puntos álgidos de la película de Giroud.

Reinaldo Arenas, que también se vería sometido a una persecución política por su condición de homosexual, asistió asimismo aquella noche a aquel acto infame, como testimonia en su libro Antes que anochezca: “La noche en que Padilla hizo su confesión fue una noche siniestramente inolvidable. Aquel hombre vital, que había escrito hermosos poemas, se arrepentía de todo lo que había hecho, de toda su obra anterior, renegando de sí mismo, autotildándose de cobarde, miserable y traidor”.

Cinco semanas habían bastado a Padilla para revisar sus opiniones desafectas a la revolución que habrán de dar paso a la sentida rectificación del poeta que acaba por agradecer a sus “benefactores” la oportunidad que le ofrecen de reafirmarse como revolucionario. A este cambio de conducta le podríamos etiquetar, con generosidad, en el mejor de los casos, de “síndrome de Estocolmo”.

Aquella kafkiana inmolación fue filmada y las cintas han permanecido ocultas durante medio siglo. Milagrosamente, una copia le cayó en las manos a Pavel Giroud y esto fue lo que le llevó a plantearse la posibilidad de hacer el documental. Las imágenes son tan sobrecogedoras que en un principio llegó a pensar que las utilizaría como base para una película de ficción, pero valorando la fuerza expresiva que tenía el material original no dudó ya en apostar por trabajar directamente con él y transformarlo en el inquietante film que ahora tenemos la posibilidad de ver. Es algo único por cuanto que hasta la fecha sólo se conocían unas transcripciones editadas con las palabras de Padilla por Lourdes Casal en el libro El caso Padilla: literatura y revolución en Cuba (Ediciones Universal. Miami, 1971). Antes de acometer el documental el cineasta se había inspirado en la “autocrítica” para escribir el guion de un corto para una colaboración con el ahora desaparecido colectivo de artistas cubanos Los Carpinteros.

El poeta Díaz Martínez había escrito en un texto titulado Intrahistoria abreviada del caso Padilla algo harto elocuente: “Una cosa es leer la autocrítica de Padilla ahora y otra bien distinta es haberla oído allí aquella noche. Ese momento lo he registrado como uno de los peores de mi vida”, y añade: “Adentro, la atmósfera era densísima. La gente apenas hablaba y los saludos se reducían a un leve apretón de manos o un movimiento de cabeza y una sonrisa de circunstancia, como en los velorios». Por eso es tan meritorio el empeño de Giroud por rescatar esas escenas para que podamos asistir en primera persona a ellas como le pasó a Díaz Martínez. Las imágenes hablan por sí solas porque, si leyendo las mencionadas transcripciones editadas podemos llegar a la conclusión de que hay sinceridad en la declaración del poeta, cuando vemos los gestos y la agonía de aquel hombre electrizado nuestra sensación es otra: no hay lugar a la menor duda de lo que ocurrió aquella noche en la UNEAC. Es más importante lo que se insinúa que lo que se muestra.

¡Ese es el poder revelador del cine!

Tanto la confesión de arrepentimiento como las delaciones de Padilla pueden recordar a los juicios de los años 30 en Moscú, y acabaron por provocar una segunda carta de los Intelectuales el 20 de mayo de 1971, en la que se echan en falta algunas firmas presentes en la primera. Los firmantes de la segunda carta en la que expresan su consternación por un acto que “recuerda los momentos más sórdidos de la época del estalinismo” y condenan la confesión porque “sólo puede haberse obtenido por medio de métodos que son la negación de la legalidad y la justicia”.

Firmaron la carta unos sesenta intelectuales: Goytisolo, Vargas Llosa, Pasolini, Duras, Semprún, Enzensberger, Gil de Biedma, Moravia, Monsiváis…

Pero a su vez se desmarcaron otros tantos que no veían con buenos ojos esas críticas en un momento en que Cuba, a su juicio, sufría el bloqueo y las amenazas de los Estados Unidos. Esta nueva protesta abrió, pues, una brecha entre los que rompieron su idilio con Cuba y quienes, a pesar del escándalo internacional, prefirieron cerrar filas con la revolución. Entre ellos se encontrarán: García Márquez, Cortázar, Carpentier, Benedetti o Galeano. Algunos de ellos llegaban a acusar a Padilla de haber orquestado su monólogo al estilo de los procesos de Moscú como si se tratara de una pantomima forzada con el único objetivo de dañar la imagen de Cuba.

Las imágenes del documental de Giroud reviven con crudeza aquel terrible episodio. Es una certera radiografía de la insondable condición humana, en el que el cineasta ha sabido guionizar con sumo rigor un espléndido documental de cinéma vérité, que articula una línea expositiva en la que la soflama de Padilla, es salpimentada, para su perfecta contextualización, con testimonios del propio Fidel Castro y de los escritores García Márquez, Cortázar, Vargas Llosa, Sartre y Jorge Edwards. Este último en conversaciones con el periodista Joaquín Soler para el programa de TVE A fondo, donde el escritor chileno hablaba de su experiencia como primer diplomático hispanoamericano en la Cuba castrista. También podemos ver imágenes de Castro en su primer viaje a la Unión Soviética de Khruschev durante la primavera del 63 y leer algunos versos de Padilla que a Giroud le sirven de contrapunto lírico en su humanización del personaje. Así, por ejemplo, leemos fragmentos del poema ‘En tiempos difíciles’ de su controvertido Fuera del juego, que resultan sin duda altamente conmovedores:

“A aquel hombre le pidieron su tiempo / para que lo juntara al tiempo de la Historia. / Le pidieron las manos, / porque para una época difícil / nada hay mejor que un par de buenas manos. / Le pidieron los ojos / que alguna vez tuvieron lágrimas / para que contemplara el lado claro / (especialmente el lado claro de la vida) / porque para el horror basta un ojo de asombro”.

Giroud ha elegido audazmente el eslogan «ni mártir ni traidor» como subtítulo de la película siguiendo la afirmación que Cortázar haría en un artículo que publicó en 1969 en la revista francesa Le Nouvelle Observateur, donde trataba de hacer justicia a Padilla con esas palabras.

Pero si queremos seguir con el juego de las paráfrasis no tendremos más remedio que apelar a aquel título del clásico de Michael Powell — El fotógrafo del pánico— para darnos cuenta del encomiable logro de Giroud.

Porque las imágenes que vemos son estremecedoras. Un Padilla sudoroso, exaltado, inquieto, vehemente, quizá irónico —negándose/afirmándose a sí mismo— y a su obra: un espectáculo lamentable, una paródica puesta en escena para sonrojo de las autoridades militares castristas que pone en evidencia que la postura de Padilla es el resultado de un miedo cerval después de cinco semanas de “torturas” (¿cuáles?) en los siniestros calabozos de las dependencias de la Seguridad del Estado. Escuchamos frases como esta: «Yo he difamado, he injuriado constantemente la revolución, con cubanos y con extranjeros. Yo he llegado sumamente lejos en mis errores y en mis actividades contrarrevolucionarias».

Heberto Padilla malvivió en el país haciendo traducciones para el Instituto del Libro Cubano hasta 1980. Afortunadamente, pudo exiliarse en los Estados Unidos, donde llevó una vida “normal” con su familia. Pero como bien dice Pavel Giroud: “Él estaba intentando salvar su pellejo. Lo obligaron a hacer algo y no tuvo la suficiente valentía para negarse. Creo que es evidente que no se creía ni media palabra de lo que estaba diciendo y estuvo tres horas mintiendo, sudando, casi agonizando. Lo que ignoraba era que ese día murió en vida; nunca más volvió a ser el mismo”.

Un año antes de que el poeta llegara a la ciudad de los rascacielos, el realizador italiano Lucio Fulci filmó la película de culto Nueva York bajo el terror de los zombies. Aunque Padilla fallecerá de un ataque cardíaco el 25 de septiembre de 2000 —a los 68 años—, en su apartamento norteamericano, era un muerto viviente desde aquella noche fatídica del 27 de abril de 1971. Como en el largometraje del italiano cabía preguntarse cuántos zombies sedientos de “sangre” se habían quedado en la isla…

Una historia espeluznante que tristemente sigue vigente hoy día en la Cuba actual. Pues eso, un film distópico que nos pone los pelos de punta…

Ficha técnica

Título original: El caso Padilla
Año: 2022
Duración: 78 min.
País: Cuba
Dirección: Pavel Giroud
Guion: Pavel Giroud
Montaje: Pavel Giroud
Música: Pablo Cervantes
Género: Documental / Revolución Cubana. Política. Años 70. Biográfico. Literatura
Coproducción: Cuba-España
Lia Rodriguez y Alejandro Hernández
Compañías Productoras: Ventu Productions, Plataforma FlixLatino, Centro Cultural
Español en Miami y TV5Monde USA.
Distribución: A Contracorriente Films

Estreno en España: 2 de junio 2023

Para ver un tráiler de la película pinche aquí

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Escrito por

Archivo Entreletras

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