noviembre de 2024 - VIII Año

La poesía acogedora de Carmen Vega

Fotografía: Nata Rico

El pasado año 2022 aparecieron en el panorama poético tres libros de Carmen Vega, cuyas páginas atesoran poemas espléndidos. En el fin del continente, Jardín de Frailes y Pacífico del Sur son los títulos de estos poemarios. A priori no parecen configurar una trilogía, ya que cada obra tiene una entidad definida. Sin embargo, por ellas parece fluir una corriente literaria que les confiere una homogeneidad que no pasa desapercibida. Una característica que dota de equilibrio y sutileza a los textos que descubrimos al adentrarnos en su interior. En este sentido, diríase que estos poemarios conforman entre sí un sugestivo tríptico.

Por otra parte, antes de continuar con la recensión del contenido de los tres poemarios de Vega, resulta conveniente anotar que la edición de los mismos ha contado con aportaciones de la fotógrafa Nata Rico, la artista Cristina Carroquino, la diseñadora gráfica Victoria Cienfuegos y fotografías de la propia Carmen Vega, cuyos trabajos plasmados en la cubierta de los libros contribuyen a generar una atmósfera propicia para la lectura, donde “las palabras escritas descansan tranquilas y sabiamente mimadas”. Una edición cuidada es siempre un elemento a tener muy en cuenta. Más aún cuando estamos ante un libro de poesía.

En el fin del continente

Siguiendo el orden cronológico de publicación, sobre el primero de los libros, En el fin del continente, parece pertinente comenzar citando a la escritora Carmen Peire, cuando en el prólogo a esta obra afirma: “La esencia de este libro es un perfume destilado en pequeñas dosis, gota a gota, que taladra el sentimiento, que te hace volver una y otra vez a leer lo que nos cuenta”. Para aconsejar a los lectores, unas líneas más tarde, “disfrutar de las palabras, los silencios, las evocaciones que los versos de Carmen Vega nos regala. Hay belleza. Hay literatura.”

En efecto, belleza y literatura es lo que hallamos en este poemario, al igual que en los siguientes como luego advertiremos. Versos que tratan sobre el poliédrico discurrir de la existencia. Una poesía delicada, preciosista en ocasiones y sencilla a un tiempo. Construida para emocionar y llegar muy adentro, algo que, sin duda, consigue la autora.

Precedido por tres citas pertenecientes a Ilse Aichinger, Robert Musil y Blanca Varela, el primer apartado de este poemario anuncia en su título como aquí las ‘palabras’ […] ‘se cuelan por los huecos’, para componer textos colmados de poesía con independencia de la forma que adoptan: poema o prosa poética.

Quien se sumerja en las páginas de En el fin del continente no tendrá que esperar mucho para percibir que esta obra es una puerta abierta a los territorios más íntimos de la autora. Una poesía surtida de reflexiones lúcidas, afabilidad, dulzura, juegos de palabras y un inaprensible aroma a tristeza o nostalgia. Versos en los que Carmen Vega, como a través de un imaginario espejo retrovisor, medita sobre la infancia y la juventud ya recorridas o sobre el paso del tiempo y el acontecer de la existencia, con sus referentes personales y culturales. Lo mismo que sucede, como se pondrá de relieve en su momento, en los otros dos poemarios ya mencionados. Una evidencia de este hondo sentir pueden ser los versos siguientes: “Poquita cosa es ya existir como un zángano / Abrumada manera que me abruma / Despierto, si despertar despierta alguna vez / Detrás de un paso otro, y detrás de ese otro ya no hay paso”.

Otro rasgo significativo que atisbamos en los tres libros es como la poeta prescinde de los signos de puntuación. De este modo, parece querer desprenderse de todo lo material con la finalidad de disponer un entorno más liviano, más etéreo, más armónico, para que la poesía fluya sin obstáculos.

Ciertamente, son numerosos los aspectos o elementos que comparten estos poemarios, pues responden al estilo personalísimo que emplea Carmen Vega a la hora de confeccionar sus textos. Uno de ellos es el empleo de recursos descriptivos que, a mi juicio, poseen una señalada disposición cinematográfica. Algo probablemente motivado por la dilatada trayectoria profesional de la autora en el ámbito del séptimo arte. Nos percatamos de ello al leer fragmentos como el que se cita a continuación: “Dentro de unas horas volverá el día, y con él de nuevo la rutina, esa rutina de un tiempo absurdo cargado de dudas e incertidumbre en el que los sueños se reflejarán en cristales empañados.”

Son líneas en definitiva donde encontramos “pensamientos sin estridencias, palabras simples”, para afrontar “este ahora, ese pasar de días”. Un discurso poético en el que emergen versos de gran fuerza expresiva, como “Y al fin, quizá, habrá un encuentro donde los mudos no / podrán ser castigados”. Poemas que nos hablan de “Silencio, como única nota, como posibilidad, las cintas de las palabras se engrescan en el entendimiento, con el dolor, la ira, y quizá también con una cierta felicidad…,”; de “…si la muerte viene a ceñirme el cuerpo, atravesaré ríos y montañas hasta llegar al mar del silencio y allí, […] recordaré pasajes de la vida que viví…,”; de “…la angustia intermitente por lo que comenzó como una huida hacia un mar de otra vida…”; o de como los “…monstruos que han bebido la leche podrida desde el principio se pegan a mi cuerpo…,”. Percepciones de quien “En la casa de dolor y miedo […] pasea por las habitaciones, […] sumergido en el interior de un pensamiento recurrente…,”.

Seis deliciosas prosas poéticas integran el segundo apartado del libro, bajo el título ‘Agua que desemboca en la intimidad del otro’. Aquí la autora hace memoria y exaltación de episodios vividos con intensidad que trascienden por medio de la palabra escrita: “Amiga, aguárdame en el campo de la esperanza y allí esperaremos que el tiempo se vaya desgranando morosamente mientras miramos cómo crecen las camelias.”, anota Carmen Vega. La figura del viajante que “…lleva en su maleta una soga de esparto como un rosario.”, trae consigo una poesía con tonalidades que recuerdan al poeta francés René Char. Prosas, como la XIV o la XVI del poemario, están habitadas por una poesía que aporta una interpretación singular de aquello que sale al encuentro de la poeta o reclama su atención. Elaborando, para tal fin, atrayentes y originales escenas, donde “una barquita varada en la playa. […] es un llanto de sueños perdidos, de palabras rotas, de cantos de sirenas que resuenan en un templo arbitrariamente abandonado.” o “La boca de una pistola marca el fin del amor y del dolor, los ojos que miran también alcanzan la libertad.”

Carmen Vega indaga, busca, ‘Quizá…huellas perdidas en un continente’ (tercer apartado del libro) en los últimos nueve textos que comienzan por evocar “…un tiempo en que quizá hubiésemos podido comprar un sueño.” y aunque la poeta precisa que luego “Vinieron las lluvias borrosas y lo inundaron todo…,”, en medio de la “adversidad” reserva un lugar para la esperanza, para que “…siga habiendo un tiempo de trigo y uvas, de amaneceres soleados y prados verdes…”. Son textos o versos en los que Carmen Vega arriesga su intimidad, para relatar instantes en los que ha demandado una mano amiga “y como zarpa de tigre has rasgado mi alma…”; otros en los que rememora una voz, unos ojos…; o momentos lejanos en un contexto propicio de un tiempo pasado.

Leemos entonces poemas envueltos en cierta melancolía y en los que germinan preguntas sobre el sentido de la existencia. “Ese hombre despertará cualquier tarde / preguntándose / a qué distancia estarán sus sueños.”, escribe Vega, para aludir luego a un otoño pretérito “con sus hojas desparramadas por la tierra como palabras perdidas” o “el invierno con su frío caliente de sueños no cumplidos”, también escenas de juventud en el poema XXIII y, dando un giro argumental, por decir así, una visión de Europa que “…albergó guerras y más guerras / que acotó a hombres enredados por mentiras / y que ahora empañan cristales del futuro con el aliento de la fe perdida…,”. Es “Sentada en la roca / en el fin del continente…” como Carmen Vega, “mirando desde lejos esa Europa desangrada por la furia y la zozobra” va tejiendo el final de este primer libro, sabiéndose “…obligada […] / a levantarme y caminar portando despertares.”.

Jardín de Frailes

Titulado Jardín de Frailes, en clara referencia al jardín de mismo nombre ubicado en el imponente Monasterio de El Escorial, el siguiente poemario de Carmen Vega objeto de estas consideraciones contiene veintiún textos donde los poemas prevalecen sobre la prosa poética.

Llama la atención en primer lugar las citas que anteceden a los poemas, ya que junto a dos autores clásicos como Sor Juana Inés de la Cruz y Antonio Machado podemos leer una frase del personaje Joker, perteneciente a los diálogos de la estremecedora película de Todd Phillips. La elección de las citas que preceden al contenido de un libro no suele ser casual, pues anticipan ciertos registros que subyacen en el proceso creativo de los textos.

Una vez más, debemos prestar atención al prólogo del poemario, firmado por la escritora y médico Isabel Cienfuegos. Según las palabras de esta autora, Carmen Vega opta en Jardín de Frailes por “el poema cada vez más despojado, más silencioso, […] para que las palabras, las frases, las imágenes elegidas con acierto sorprendente, nos hagan ver mucho más allá de los explícito, lo que no puede ser nombrado si no es con el poema.”

Ciertamente, lo que apunta Cienfuegos, es una clave sustancial de este poemario: la búsqueda de Carmen Vega por abordar esos ámbitos sutiles a los que quizá solo se puede llegar a través de la poesía. Por ejemplo, cuando nos habla de un “instante” que pudiera haberse convertido en “…amapolas esparcidas por el suelo / caballitos de mar riendo en la almohada / campos de algodón de azúcar / librillos abierto por cualquier página”.

Asimismo, para ingresar en esas esferas inaprensibles y expresar aquello que sólo alcanza la palabra poética, hilvana versos de una escenografía cercana al surrealismo y casi pictórica. Exponente de ello puede ser el siguiente poema del libro: “Templo de maravillas / membrilleros que se mueven como humanos / La manzana de Newton acribillada por el dardo de la mentira / de mil mentiras con paso largo / Un anciano con voz de niño / aviva tropas de coroneles perdidos en la ira / Y mientras tanto / la niña duerme un sueño injusto”.

El quehacer del poeta y la construcción del poema es también tema de estos versos del Jardín de Frailes: “El poeta / poema / con cincel de un escultor ausente / con la paciencia de un ebanista anciano / con la esperanza del joven alpinista”. La poeta hace de su poesía canto y vuelo, “Como cigarra me doy al canto / me doy al vuelo de la golondrina”. Un ejercicio literario, destinado a rasgar el velo, para entrar en un espacio reservado a la poesía…: “Y con la mano rompo el misterio / De lo que fue / Ya aún no ha sido”.

El comienzo del día en ocasiones supone para Vega afrontar un “Tiempo de desvarío”, donde surge una sugestiva iconografía: “… los galgos desprendidos de la soga entonan cantos de petirrojo / deshoje de margarita por mano ingenua / el oso hiberna mientras la nieve generosamente cierra la cueva”. Verso a verso la obra nos lleva hasta un “Poema blanco” en el que “Antígona cuestiona a Ismene” y, tras la referencia al mundo clásico, una llamada a infundir “amor en todo / amor sin la duda de amar”. Hasta el inevitable encuentro con Godot, siempre esperado, con “Rumor de pensamiento inacabado / Sombra que esconde otra sombra / El mar en bruma aviva el tiempo de los deseos”.

Como todo jardín que se precie, Jardín de Frailes atesora rincones singulares. Así, las páginas finales del libro nos reservan varios poemas, a modo de placenteros recovecos, que podemos mencionar con sus primeros versos: “Dioses de los vientos”, “En paso corto llego a la ermita”, y la hermosa prosa poética que comienza “Con este pensamiento alojado en una cascara de nuez…,”. Un Jardín donde sentir el impulso clarividente y renovador de la poesía.

Pacifico del Sur

“El viajero de este poemario nunca tomó el expreso Pacifíco del Sur; […] nunca estuvo en ningún lugar ajeno a su devenir diario. El viajero escribe y escribe de lo vivido, de lo no vivido; de lo soñado, de lo no soñado. Escribe a pulso abierto, a imagen fracturada, a palabra hecha y deshecha, como quien teje lana.”  Ya se indicó al principio de esta extensa recensión que cada uno de estos libros son un todo. Lo que contiene su interior, las imágenes exteriores que los adornan y esos textos impresos en las contracubiertas, como las líneas a modo de síntesis que acaban de citarse.

Viajar por el poemario Pacifico del Sur de Carmen Vega, es leer poemas sobre el “Hombre herido”, la “Tonadilla de una guerra” o escuchar a “…la orquesta cantando el aire de la esperanza”, versos para el tiempo vacilante, áspero y confuso que vivimos, lo apunta de nuevo Isabel Cienfuegos en el prólogo: “La urgencia y el miedo nos atraviesan, los colores se pierden. Hay enfermedad, guerra, pateras, hambre dentro y fuera de nosotros. La incertidumbre se impone como realidad muy difícil de habitar.”

Citas de Virgilio, Ezra Pound y Hildegard von Bingen ponen pórtico a los poemas del libro, donde la autora nos habla de cómo “Hui hasta el centro de la tierra” empleando, una vez más, imágenes intensas y persuasivas: “Hui, / como el desmán del cieno / como el saúco de su tala / como el gorrión de la honda”.

De nuevo hay debe señalarse que el discurso poético de estas tres obras comparte una raíz común: el devenir diario, lo vivido, pensamientos que parecen germinar casi siempre entre la noche y la madrugada, y lo soñado. Los tres poemarios han sido confeccionados con un lenguaje pulido, cuidado y un estilo con denominación de origen Carmen Vega. Libros sólidos en los que la poeta se expone con honestidad ante el público lector. Dicho esto, a mi juicio, Pacífico del Sur es la obra más compacta del tríptico, quizá por ser la desembocadura de las ideas y cavilaciones vertidas desde el primer verso con el que se inicia En el fin del continente.

Entre otras cuestiones, aquí la poeta va a subrayar la constante e inútil urgencia de una sociedad en la que “todo es urgente”. Asimismo, proclama el “Dolor de madrugada vacía de palabra noble” o como “Dormida en la calabaza convertida en farolillo / Entre sueños verticales visito paisajes desconcertados / Viajo en trenes que cruzan campos de verde helado / Anhelo puentes intransitables”, versos que enlazan otra vez con las palabras de Isabel Cienfuegos para esclarecer como de la mano de la poeta “… evocando a Duras o Proust, encontramos la puerta secreta que permite pasar, a través del arte, del sufrimiento a la Belleza.”

En este sentido, traigo a colación una cita entresacada de la reseña que sobre este libro publicó en agosto de 2022 el poeta Antonio Herranz —voz imprescindible de la poesía actual— en la revista Entreletras: “Cuando alguien decide escribir poesía está tomando decisiones, entre ellas la de encontrar una identificación personal con la vida. Identificarse en el sentido de entender ese complejo conglomerado de sentimientos, normalmente en un estado de caos donde se mezclan nuestros miedos, nuestras dudas, nuestras tristezas, etc. Ordenarlo mediante la escritura es la única forma de acabar con la confusión, abrir el camino para desenmascarar una falsa dependencia.”

Por ello, la lectura del poemario Pacifico del Sur nos sorprende con poemas de fundamento popular, como el que comienza “Camino verde / va a la ermita”,  y con otros donde la autora emplea la poesía visual para hacernos saber que “Inútilmente busco palabras, busco los huecos que me / permitan que fluya el agua, de las verdades, de las mentiras…,”. Palabras entre las que sobresale con pujanza una: “INCERTIDUMBRE”, escrita diez veces seguidas con mayúscula para darle una visibilidad inequívoca. “Palabras sueño”, “palabras ocultas”, escritas por la figura de esa “niña nardo / niña de piedra dura / niña viajante”, por esa niña cuya figura surge —tácita o expresa— de manera recurrente en estos libros, o bien palabras para comunicarse cuando “Los muertos bajan las escaleras”. Y Proust “…mira mientras se pone los guantes”. Mientras la poeta continua con su labor literaria: “SÍ / ESCRIBIR”.

Escribir, sí, una poesía apacible y acogedora, como la que podemos leer en estos tres poemarios comentados. Una poesía que —hay que apuntarlo por una cuestión de actualidad— ha tenido continuidad recientemente en un nuevo poemario publicado por la autora en 2023 con el título La Lejanía y sus Alrededores, otro itinerario poético por el que Carmen Vega nos invita a transitar y que, a buen seguro, en breve se sumará al viaje que ya hemos emprendido por los versos de esta excelente autora.

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Escrito por

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