noviembre de 2025

Natalie Wood, esplendor en la hierba

Hoy, 20 de julio, hubiera cumplido ochenta y siete años una de las actrices más hermosas del cine de Hollywood: Natalie Wood.

Se fue muy pronto, en 1981, en noviembre, ahogada cerca del yate Esplendor, donde pasaba unos días con su marido Robert Wagner (nonagenario ya) y Christopher Walken, con el que se sospecha que mantenía una relación, ya que acababan de rodar una película juntos (Brainstorm). Lo que pasó aquella noche nunca se supo, pero Natalie aparecía ahogada, parece ser que había bebido mucho, que había mantenido una fuerte discusión con Wagner y poco más se sabe.

Natalie fue esplendor en la hierba, como la hermosa película de Elia Kazan, con un estupendo Warren Beatty, aquella historia de amor imposible. Pero fue estuvo magnífica en La pícara soltera, con Tony Curtis, una comedia divertida de los sesenta. También en La carrera del siglo, con Lemmon y Curtis, dos mitos del cine.

En 1955 interpretó otra película mítica, Rebelde sin causa, con el malogrado James Dean y un jovencito Sal Mineo, también malogrado, ya que fue asesinado por un psicópata a finales de los sesenta. Hay una película maravillosa, West Side Story, la hermosa María, junto a Richard Beymer y Russ Tamblyn. La película de Robert Wise es una delicia de principio a fin, donde Natalie está magnífica.

Empezó siendo niña en el cine, pero en su juventud se convirtió en uno de los símbolos de la belleza y la personalidad más interesante del cine de los cincuenta y sesenta. Amores con un extraño, con Steve McQueen, otro de los malogrados actores con los que trabajó, es una joya. La famosa escena en que invita a cenar a su nuevo novio y la familia de ella le rechaza es antológica.

Lo que pocos saben de Natalie es que fue Ana Muir, la niña de El fantasma y la señora Muir: ya tenía esos ojos grandes, esa mirada apasionada y esa fuerza interpretativa.

Cuando murió, yo, cinéfilo empedernido desde niño, sufrí un shock, ya que también perdimos a la bella Romy Schneider a la misma edad.

Quizá fue su destino, el de esta mujer condenada a papeles fatales, con actores que muchos de ellos también desaparecieron jóvenes. Pero cuando llega el 20 de julio, un día antes de mi cumpleaños (que coincide con otro malogrado actor, Robin Williams, grande como pocos), me acuerdo de Natalie y de su grandeza y su belleza. Qué pasó aquella noche, nunca lo sabremos y Robert Wagner ya no nos dirá nada nuevo. Puede que se cayera al agua desde el yate y nos dejara sin una actriz que hubiera triunfado como la Taylor, Kim Novak y otras, durante algunos años más. Quién sabe. Cada 20 de julio, Natalie revive en mi recuerdo.

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Archivo Entreletras

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