¡Mis queridos palomiteros!
Cuesta escribir estas líneas. El director de cine estadounidense Rob Reiner se va de golpe a los 78 años con la sensación de que ya no se hacen películas como las suyas, es decir, sin alardes, sin cinismo, confiando en que una buena historia bien contada todavía puede dar sentido a un todo.
Reiner fue, ante todo, un narrador. Nunca pareció interesado en demostrar nada, y quizá por eso acabó demostrando tanto. En Cuando Harry encontró a Sally (1989) sigue siendo el mejor ejemplo. Se trata de una película que muchos recuerdan por sus chistes, por el orgasmo fingido o por el Año Nuevo, pero que en el fondo habla de algo muy cotidiano y muy serio —el miedo a quedarse solo y la dificultad de admitirlo—. Reiner la dirigió con una naturalidad tan elegante que parece que el filme se hubiese rodado solo, como si la cámara simplemente hubiera llegado a tiempo.
Y luego está Misery (1990), que juega en otra liga pero con la misma inteligencia. Ahí Reiner se quitó cualquier etiqueta de “director amable” y rodó el terror sin prisas. Nada de sustos fáciles. No en vano, el verdadero miedo nace del encierro, de la dependencia, de esa admiración que se vuelve posesiva. Kathy Bates —inolvidable actriz que se alzó con un premio Oscar por esta película— no habría sido lo mismo sin su mirada…, por no hablar de las que comparte con James Caan.

Pero reducir a Reiner a esas dos historias sería injusto, insuficiente. Con Cuenta conmigo (1986) nos enseñó que crecer es perder algo sin saber exactamente qué. En Algunos hombres (1992) buenos convirtió un drama judicial en un excelente debate moral sobre el ejercicio de la culpa.
Incluso en sus trabajos más irregulares había una voluntad clara de no tratar al espectador como un tonto.
Su muerte violenta junto a su mujer son la antítesis del tono amable, y decente, de su cine. Tal vez por eso duele más. Además, Reiner pertenecía a la peculiar familia de directores que no querían ser protagonistas, tan solo le interesaba contar bien las cosas.
Y eso, al final, hoy día, es lo que más se echa de menos.
Descansa en paz.










