octubre de 2025

PALOMITAS DE MAÍZ / De Las Vegas a la nube: la transformación del juego según el cine

¡Mis queridos palomiteros!

El cine ha sabido apropiarse de todos los territorios de la experiencia humana, pero pocos resultan tan fértiles como el del juego. Apostar, arriesgar, ganar o perder son acciones que condensan una carga simbólica irresistible: hablan de poder, de deseo, de azar y de control. Por eso, desde sus orígenes, el séptimo arte ha encontrado en el universo del juego —en todas sus formas— una metáfora perfecta de la condición humana.

Omar Sharif con José Luis Panero

En la gran pantalla, los dados ruedan con la misma intensidad con la que giran los destinos de los personajes. Martin Scorsese lo plasmó magistralmente en Casino (1995), radiografía implacable de un imperio construido sobre la ilusión del azar. En 21: Blackjack (2008), dirigida por Robert Luketic, un grupo de estudiantes del MIT transforma las matemáticas en un arma contra el sistema. Pero antes y después de ellas, el cine ha regresado una y otra vez a ese espacio donde la suerte se mide en fichas: desde The Cincinnati Kid (Norman Jewison, 1965) hasta Croupier (Mike Hodges, 1998).

En el fondo, todas estas películas funcionan como espejos de una época. Si en los setenta y ochenta los casinos eran templos del exceso y del glamour —El golpe (George Roy Hill, 1973) o California Split (Robert Altman, 1974)—, hoy el territorio del juego ha mutado: ya no se entra por una puerta giratoria, sino con una contraseña, y la experiencia se vive en el brillo frío de una interfaz digital.

El cine, siempre atento a los movimientos del mundo, también anticipó este cambio. Rounders (1998), dirigida por John Dahl, retrató al jugador como estratega, el prototipo del jugador online que dominaría las décadas siguientes. Y Molly’s Game (2017), de Aaron Sorkin, llevó esa misma pulsión al terreno de la élite y del control femenino, mostrando cómo la organización de partidas de póker podía funcionar como un microcosmos de poder y riesgo.

Omar Sharif: del cine al bridge

Entre los actores que encarnaron la fascinación por el juego, Omar Sharif ocupa un lugar único. Más allá de su aura cinematográfica en Lawrence de Arabia (David Lean, 1962) o Doctor Zhivago (David Lean, 1965), cultivó otra pasión tan intensa como su carrera: el bridge. Fundó su propio equipo, The Omar Sharif Bridge Circus, viajó por el mundo compitiendo y escribió columnas en prensa y publicó libros que popularizaron el juego. Incluso prestó su nombre a un videojuego, Omar Sharif on Bridge.

Sharif veía en el bridge una metáfora de la vida: un espacio donde el azar se encuentra con la estrategia y cada decisión refleja la personalidad del jugador. Aunque frecuentó casinos y reconoció pérdidas considerables, su fascinación residía en la inteligencia aplicada al riesgo. Como decía: “El bridge no es un juego, es una forma de vida”. Su figura encarna el tipo de jugador que el cine retrata: elegante, cerebral y siempre dispuesto a apostar contra el destino.

Pero el vínculo entre cine y juego va más allá de los casinos. En Apuesta final (Owning Mahowny, Richard Kwietniowski, 2003), Philip Seymour Hoffman encarna la compulsión de quien no puede dejar de jugar, mientras que en Uncut Gems (Benny y Josh Safdie, 2019) Adam Sandler representa al jugador contemporáneo atrapado entre codicia y euforia. Incluso El color del dinero (Martin Scorsese, 1986) y La huida (Sam Peckinpah, 1972) reflejan la dimensión moral del riesgo: el juego no solo como pasatiempo, sino como espejo del alma.

Hoy, cuando las plataformas digitales han convertido el juego en una experiencia global, estas películas adquieren un nuevo significado. Ya no se trata solo de ruletas y cartas, sino de interfaces, datos y algoritmos. Pero el impulso sigue siendo el mismo: desafiar al azar, tentar al destino, creer —aunque sea por un instante— que podemos ganarle a la suerte.

El cine, en su permanente diálogo con el azar, no se ha limitado a retratar el juego: lo ha convertido en una parábola sobre la vida misma. En cada apuesta late la ilusión del control y el vértigo de perderlo todo; en cada giro de ruleta, la certeza de que el destino también juega sus cartas.

Hoy, cuando el azar se ha digitalizado y el riesgo se mide en algoritmos, estas películas nos recuerdan que la fascinación no radica en ganar, sino en el impulso de apostar. Porque, en última instancia, el juego —como el cine— sigue siendo una forma de creer que, por un instante, podemos desafiar las reglas del mundo.

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