Cuando el 5 de septiembre de 1963 se estrenó, en el cine Coliseum de Madrid, Del rosa al amarillo, nos quedamos un poco descolocados, por decirlo de una manera sutil. Y no solo por esa historia tierna y sencilla sobre el amor que narraba la película, sino también por su propio director, Manuel Summers, que debutaba con ella en el cine comercial, y al que todavía hoy muchos seguimos relacionando más con su faceta de humorista gráfico, en revistas como La Codorniz, Hermano Lobo y el diario ABC, que con la de cineasta.
Consideraciones al margen, la película, rodada en blanco y negro, con pocos medios y con un elenco de actores que no eran precisamente de los más cotizados por aquel entonces, nos trajo un soplo de aire fresco, al menos vista en aquellos comienzos de los años 60, que hoy seguramente ya sería otra «película». Para algunos, incluso, Del rosa al amarillo supuso el inicio de lo que pronto se dio en conocer como «nuevo cine español», que parecía no llegar nunca, al menos con la misma rapidez con la que estas nuevas aventuras cinematográficas se habían instalado antes en otros países europeos, especialmente en Italia, Francia y Reino Unido.
Si alguien todavía no la recuerda, lo cual tampoco es un pecado mortal, solo remitirle a la escueta, pero brillante, sinopsis del argumento que aparece en FilmeAffinity: «Dos historias de amor destacan en una película: dos niños de 12 y 13
años, Guillermo y Margarita, obligados a dejar de verse durante el verano, y una pareja de ancianos, Valentín y Josefa, que se aman en silencio en el asilo donde viven». O sea, el hermoso, aunque difícil, paso de la infancia a la adolescencia, así como el tránsito por el tramo final de la vida, donde el amor es, sin duda, el mejor y más enérgico estimulante.
Los adorables niños, por cierto, eran Cristina Galbó y Pedro Díez del Corral, que se hicieron muy populares en aquella época, y los ancianos, José Vicente Cerrudo y Lina Onesti, de los que no tenemos demasiadas referencias, lo que tampoco parece de gran relevancia. De lo que sí conviene tomar nota es de que este filme de Manuel Summers, del que hoy día ni siquiera valoramos ya si era bueno o malo, fue capaz de despertarnos e incluso de convertirse para algunos en una «película de culto», algo de lo que muchas otras no han podido ni pueden presumir.











