UNO
Leo por primera vez sobre esta historia en las memorias de Sándor Márai, Confesiones de un burgués. Para ilustrar el desconocimiento que tienen los franceses, tan pagados de sí mismos, del resto de las naciones europeas, el escritor húngaro, que residió durante varios años en París entre las dos guerras mundiales, relata lo siguiente:
Era la época en que Léon Daudet mandó su famosa carta a los seiscientos diputados franceses, un texto lleno de patetismo en el que pedía el apoyo de «los mejores de entre ellos» para la nación eslavona, noble, perseguida y desmembrada, y solicitaba que enviasen sus respuestas al centro del «movimiento nacional eslavón» de Ginebra. Casi todos los diputados contestaron asegurando la mayor simpatía por la nación eslavona, pero a ninguno se le ocurrió comprobar en una enciclopedia si tal nación existía de verdad, y en tal caso, dónde se encontraba… Lo más sorprendente de la anécdota es que es verídica.
Trato de recabar más datos acerca de esta historia, que me parece sumamente curiosa. Encuentro que hay una Eslavonia real, no imaginaria, dentro de las fronteras actuales de Croacia, que formó parte históricamente del Reino de Hungría. Pero no tiene nada que ver con lo que cuenta Márai: en ninguna parte se menciona su relación con esta supuesta carta a los diputados franceses.
Busco también información sobre Léon Daudet (1867-1942), hijo del autor de Tartarín de Tarascón. Daudet, monárquico, ultranacionalista, antisemita, fue uno de los fundadores del diario L’Action Française, junto con Charles Maurras, Henri Vaugeois y Maurice Pujo. Este periódico era el medio del grupo de extrema derecha del mismo nombre, Acción Francesa, cuya ideología no estaba demasiado lejos del fascismo. Sin duda, Léon Daudet, que debía de ser un buen elemento, tuvo una vida rica en anécdotas singulares. Pero no logro encontrar en parte alguna ninguna referencia al movimiento nacional eslavón ni a la famosa carta.
Llego a un cul-de-sac. No hay por dónde seguir. En ninguna parte encuentro quien confirme el caso referido por Márai: mucho menos quien pueda ampliar un poco la información sobre esta famosa carta espuria de la nación eslavona a los diputados franceses.
Me da mucha rabia, porque la historia me parece realmente pintoresca.
Pero me rindo.
DOS
Semanas después, cae en mis manos una novela, bastante divertida, que Raymond Queneau publicó durante la ocupación alemana de Francia, en 1942: Mi amigo Pierrot, relato descacharrante de las andanzas de varios estrafalarios personajes. Me imagino que el traductor, Carlos Manzano, debió de sudar tinta para trasladar al castellano el personalísimo francés de Queneau. Pero ese no es el punto, como se dice ahora.
El punto es que en la novela hay un personaje, Mounnezergues, que, con devoción encomiable, consagra su vida a custodiar la capilla que alberga los restos mortales de un príncipe poldevo. Resulta que Mounnezergues estaba cultivando su huertecillo parisino cuando el citado príncipe, que estaba practicando el muy aristocrático deporte de la equitación, tuvo un percance, se cayó del caballo y fue a caer mortalmente herido entre sus lechugas. La familia del finado compra el terreno y construye una capilla donde el príncipe es enterrado: Mounnezergues queda como guardián de esta capilla y custodio de la memoria del príncipe poldevo, por el que siente inusitada devoción.
Otro país misterioso. Este sí, ficticio. No figura ninguna Poldevia en los mapas, compruebo. Así que me pongo a buscar referencias a este otro país imaginario.
Y, mira por dónde, resulta que la Eslavonia que buscaba antes y la Poldevia que he empezado a buscar ahora son el mismo lugar. O el mismo no-lugar, para ser precisos.
TRES
Sobre Poldevia no es difícil encontrar datos en Internet. De hecho, la Wikipedia en francés presenta información bastante detallada. También tiene su artículo en español, traducido del francés, pero con menos datos y menos referencias. Prefiere, no sé bien por qué, llamarla «Poldavia». Como puede verse, yo no.
El creador de Poldevia no fue, estrictamente hablando, Léon Daudet, sino otro periodista monárquico y ultramontano, Alain Mellet. Militaba en Action Française y escribía en L’Action Française, diario del que Daudet era redactor en jefe (por lo que cabe suponer su participación, directa o indirecta, en el affaire). En este punto no se equivocaba Márai, aunque sí en el nombre del país imaginario.
El objetivo de Mellet y sus conmilitones no era otro que chancearse de los diputados de izquierda, poner de relieve su desinformación en política internacional, su falta de cultura y la facilidad con que podían ser manipulados. Para ello tuvo Mellet la ocurrencia de inventarse este país imaginario, vagamente eslavo, en el que reina, según deducimos de las cartas que Mellet escribe, una tremenda injusticia social, a la que los diputados no deberían ser insensibles.
Mellet envió el 18 de marzo de 1929 copias de una primera carta a varios diputados franceses. Iba firmada por Lineczi Standoff Lamidaeff, en nombre de un supuesto Comité de Defensa Poldevo, con sede en Ginebra. Un observador atento habría podido descubrir que estos nombres de tan eslava apariencia no eran más que juegos de palabras: «l’inexistant» (el inexistente) y «l’ami d’A.F.» (el amigo de Action Française). Lamidaeff solicitaba la solidaridad de los diputados franceses con «cientos de miles de infortunados poldevos, que gimen bajo el yugo de algunas decenas de terratenientes». Cayeron en la trampa, y expresaron su apoyo por los oprimidos ciudadanos de este país imaginario, solo un puñado de diputados. Otros, desconfiando, pidieron más información: el 4 de abril era distribuida una nueva carta del tal Lamidaeff donde se advertía de los graves acontecimientos que estaban ocurriendo en Poldevia, donde ―contaba― había estallado una contrarrevolución fascista con un centenar de muertos. Otra carta, el día 12 de abril, explicaba, con numerosos disparates y anacronismos, la historia de Poldevia desde la Edad Media. A pesar de que las cartas eran cada vez más delirantes y contenían cada vez más nombres inventados que apenas enmascaraban referencias a la actualidad, siguió habiendo incautos que se dejaron engañar, tanto a la izquierda como a la derecha. Aunque fueron una minoría, y no «casi todos», como afirmaba en sus memorias Sándor Márai. Veintiocho es la cifra total de diputados incautos que nos transmiten las fuentes, lo cual no está nada mal.
Finalmente, el diario L’Action Française desveló el fraude y se choteó cuanto pudo de los bienintencionados diputados que se habían solidarizado con los sufrimientos de un país inexistente
CUATRO
Entre 1930 y 1970 afloran referencias a Poldevia en diversos medios, lo que demuestra que el fraude no se había olvidado. En 1939, por ejemplo, un diputado llamaba a la no intervención ante el expansionismo alemán asegurando que «los campesinos franceses no sienten ningún deseo de morir por los poldevos»
Son varias también las referencias en la literatura: en la novela de Raymond Queneau Mi amigo Pierrot, que ya hemos citado, en la que conocemos a todo un príncipe poldevo y al guardián de su mausoleo; en un relato divertidísimo de Marcel Aymé, llamado «Leyenda poldeva», antimilitarista, anticlerical y de un sarcasmo feroz (incluido en su libro El hombre que pasaba las paredes); y en un muy curioso poema en alejandrinos de Boris Vian. Entre otras varias que se han identificado y que están recogidas en la página correspondiente a «Poldévie» en la Wikipedia en lengua francesa.
Hasta los tebeos llegaron también Poldevia y los poldevos. En la aventura de Tintín El Loto Azul, que se publicó por entregas entre 1934 y 1935, los malhechores japoneses secuestran por error, creyéndole Tintín, al pobre cónsul de Poldevia en Shanghai. Apareció en Le Petit Vingtième el 22 de agosto de 1935. Hasta se pregunta uno si no pudo haber estado Poldevia en el origen de Sildavia, ese otro país imaginario, mucho más conocido, en que iba a desarrollarse una nueva aventura del reportero belga, El cetro de Ottokar
CINCO
De la historia y la geografía de Poldevia sabemos poco. Se encuentra en el este de Europa, desde luego, pero hay quien la sitúa en los Balcanes y quien defiende que se encuentra en el Cáucaso. No figura en los mapas, como tampoco figuran Sildavia ni Ruritania. Peor: mientras que de Sildavia, gracias a Las aventuras de Tintín, o de Ruritania, leyendo El prisionero de Zenda, podemos conocer detalles de su paisaje, de su forma de gobierno o hasta de su gastronomía, de Poldevia nos queda apenas un nombre, solamente un puñado de menciones en textos dispersos de distintos autores.
Aunque ―¿quién sabe?― acaso en el futuro tengamos noticias más concretas de esta nación misteriosa. Tal vez encontremos una forma de llegar hasta allí. Como decía aquel príncipe de Dinamarca ―de una Dinamarca también brumosamente literaria―, «hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, de las que han sido soñadas en tu filosofía».