Nunca fue la lucha del “bien” contra el “mal”, sino la de la verdad contra la falsedad, porque, partiendo de premisas falsas, nunca se alcanzarán buenos resultados. Muchas veces se ha denunciado esa mala práctica histórica de proyectar acríticamente valores actuales sobre el pasado. Quien escribe historia tiene como reto descifrar la mentalidad anterior y explicar la diferencia entre pasado y presente, sin omisión ni deformación alguna, ni siquiera para defender el “bien” contra el “mal” (sea eso lo que sea). Debe vencer la ingenuidad de tomar partido.
La actual crisis cultural europea tiene muchas causas. Una es el incompleto y deformado conocimiento de la historia y desarrollo de los saberes (ciencias y pensamiento) en la modernidad y especialmente en el Renacimiento. Conocimiento falso e incompleto, pero generalmente aceptado. Falso conocimiento por insuficiente y erróneo. Falso saber que oculta o desfigura lo “no adecuado” a los actuales valores dominantes, impidiendo entender el despliegue histórico de la modernidad, pues en las versiones dominantes no se muestra entero, ni libre de deformación o error: no faltan conocimientos, pero ¿se quieren utilizar?
La hegemonía española —también en lo cultural—, mantenida desde finales del siglo XV, declinó a mediados del XVII. La Paz de Westfalia, en 1648, acabó la Guerra de los Treinta Años y constituyó una derrota de los protestantes que, aunque se mantuvieron fuertes en sus bases de Inglaterra, Escandinavia y Alemania, perdieron casi todos los territorios en disputa. Pero España también fue vencida: perdió Portugal y emergió la Francia de Luis XIV, sustituyendo a España como gran potencia católica y continental. La rivalidad francesa y la traición de Austria y hasta del Papado, en el final de esa guerra, sigue siendo mal conocida y peor comprendida en España. Nunca se entendió bien esa derrota en una contienda religiosa perdida por los protestantes.
¿Hubo estrategias de “cancelación” contra España?, quizá, pero sí que hubo campañas, la primera en el siglo XVI: la Leyenda Negra. Mas, es tal la relevancia del siglo XVI para el nacimiento y la evolución de la modernidad, que los creadores del discurso hoy dominante han tratado de ocultar ese momento fundamental protagonizado por los autores católicos hispanos. Campaña para oscurecer y ocultar hechos, autores y personajes esenciales de ese siglo. Y no por algo deshonroso o malvado que se les impute, sino por algo más simple: porque sentaron las bases intelectuales de la modernidad y esa tarea sólo es admisible que la hubiesen hecho otros, como los franceses o los protestantes británicos y germanos.
Tres han sido los mitos básicos del discurso dominante en occidente en los siglos XIX y XX, erigidos sobre errores y falsedades: 1) que Lutero y la Reforma trajeron la libertad y la modernidad; 2) que las “luces” surgieron con la Ilustración; y 3) que España representó el más terrible despotismo, el católico, y retrasó el triunfo de la modernidad (Leyenda Negra). Mitos construidos sobre omisiones y deformaciones, a menudo intencionadas y a veces inconscientes. Errores dedicados a la proyección acrítica sobre el pasado de valores actuales, dominados por los modos del mundo anglosajón, germánico y francés.
Mitos que alcanzaron éxito. La Leyenda Negra anti española, construida en el siglo XVI, resurgió fulgurante en el XIX (independencia de la América hispana), y se ha proyectado desde entonces hasta hoy en toda América e ¡incluso en España! Una Leyenda que convirtió a los reyes de la única monarquía limitada de Europa, los españoles de la Casa de Austria, en los déspotas más tiránicos y en los enemigos mortales de la Reforma Protestante, considerada por el discurso dominante como apogeo renacentista. Pero no es ésta la única ni la más importante mistificación. Son abundantes, por lo que sólo se mencionará alguna de las más destacadas.
Mistificación es referirse a Erasmo de Rotterdam (1466-1536) como habitualmente se hace hoy, destacando su “amistad” con Lutero (1483-1546), cuando sólo coincidieron en ser ambos agustinos, pero que no congeniaron. Y olvidando casi siempre la protección que Erasmo recibió de Adriano de Utrecht (el Papa Adriano VI). O su estrecha amistad con el inglés Santo Tomás Moro (1578-1535) y con el español Juan Luis Vives (1493-1540), en lo que fue la triada más destacada del apogeo renacentista que, junto con el Papa Adriano VI (1459-1523), fueron los primeros en enfrentarse a la Reforma Protestante (1517-1521). A veces se cita a Tomás Moro y a Adriano de Utrecht, pero se olvida siempre a Vives, filósofo fundamental del erasmismo y de la renovación de la filosofía tras la crisis de la escolástica en el siglo XV.
Se oculta que el siglo XVI fue el siglo de la hegemonía española, para realzar la Reforma Protestante, porque el dominio y liderazgo militar y político de España en ese siglo y comienzos del siguiente, también lo fue en lo científico, económico, cultural y religioso, pues la supremacía hispana no fue solo militar. España y sus autores lideraron, espiritualmente también, la Europa de las controversias religiosas provocadas por la Reforma Protestante. Pero el protestantismo no culminó el Renacimiento: fue la reacción contra él. Y eso explica el “borrado” de los autores españoles del siglo XVI y comienzos del XVII, como Vives, Vitoria (1483-1546), Soto (1494-1560), Mariana (1536-1624) o Suárez (1548-1617), etc.
Mas, al “borrar” a esos autores, el siglo XVI ha quedado casi como un vacío del pensamiento, que “no pudo” volver a despuntar hasta Bacon (1561-1616), Descartes (1596-1650) y Spinoza (1632-1677), “primeros” filósofos modernos. Sin embargo, las obras de Descartes y Leibniz (1646-1716) son tributarias de las Disputationes Metaphísicae de Suárez. Algo semejante pasa con Spinoza, quien siempre dijo que debía mucho a Suárez. En cuanto al método científico de Bacon, a éste le precedió Vives. Y Grocio (1583- 1645), casi un mero divulgador de Vitoria y Suárez, se ha visto elevado a creador del derecho internacional y casi de los derechos individuales. O Locke (1632-1704), cuyo pensamiento político procede de los siempre olvidados Juan de Mariana y Suárez.
En el siglo XVII, despertó el pensamiento en Francia y en la Europa protestante, germánica y británica que, en el siglo XIX, desplegaron la “revolución industrial”, tras las revoluciones científico-filosóficas de los siglos XVI y XVII. Pero la aportación hispana a los grandes cambios del siglo XVI continuó ocultada o deformada. El luterano Kristoph Martín Keller (1638-1707), conocido por Cellarius, marcó un nuevo hito al periodificar la Historia Universal, en 1685, dividiéndola en Edades, Antigua, Media y Moderna, pronto universalmente aceptadas. Su hito fue fijar el paso de la Edad Media a la Edad Moderna, que estableció en la conquista de Bizancio por los turcos (1453), en lugar del descubrimiento de América (1492), hecho mucho más trascendental, que quedaba así reducido a casi un suceso local. Quizá no fuera esa la pretensión de Cellarius, pero si fue su resultado.
En el siglo XVIII, la “Ilustración” dio pasos definitivos. Las protestantes Inglaterra y Alemania profundizaron el anti-catolicismo iniciado con la Reforma. Y Francia se radicalizó con el impulso de un ateísmo anticatólico. Hegel (1770-1831), en sus Lecciones de Filosofía de la Historia, indicó que, si se trataba de liberarse del catolicismo, el Gran Libertador había sido Lutero. Y llegó la “solución final”: El artículo Espagne de Masson de Morvilliers (1740-1789) en la Encyclopédie méthodique (1782), provocó un gran debate con su pregunta ¿qué se debe a España?, desde hace dos, cuatro, diez siglos, ¿qué ha hecho España por Europa, en lo científico, literario o artístico?, a la que contestó que nada. Nada. En los siglos XIX y XX, el pensamiento dominante intentó dar verosimilitud a esa falsa “nada”.
Ya en el siglo XIX, en sus Lecciones de Historia de la Filosofía, Hegel sólo incluyó a un español, San Raimundo Lulio (1232-1316), escolástico medieval. Ni un solo autor español de los siglos XVI y XVII aparece en su obra. No mucho después, en 1828, apareció la Historia General de la Civilización en Europa, que hizo famoso a su autor, el protestante francés Guizot (1787-1874), que reivindicó el papel innovador, a su juicio, del protestantismo en Europa frente al catolicismo. A la omisión de autores católicos, añadió la acusación “denigrante”, contra españoles y católicos, de “medievalizantes” y “retardatarios” de la modernidad. En representación del “mal” quedaron católicos y españoles (Leyenda Negra), en lo que ya era el discurso dominante en occidente.
El siglo XX mantuvo esas omisiones y deformaciones, pero la realidad es testaruda y la modernidad tiene ineludibles raíces hispanas. Quienes critican el tiempo presente deberían recordar que el actual discurso dominante sobre el siglo XVI y la modernidad, es la visión franco-anglosajona y protestante, que “representaría” la modernidad, el progreso y el “bien”. Mientras, el componente hispano, el “mal”, se ha despreciado, deformado y excluido. Son famosas muchas historias de la filosofía occidental, como la del británico Bertrand Russell (1872-1970), que repasa los grandes pensadores occidentales, desde los presocráticos hasta principios del siglo XX, sin citar ni un solo pensador hispano, antiguo, medieval o moderno. Acompañado todo de las omisiones, mistificaciones y deformaciones habituales, que lejos de informar al lector sobre la filosofía y el pensamiento modernos, le desinforman.
Pero existe hoy una gran diferencia. En 1609, Quevedo respondió a todo eso en su España Defendida, como respondieron todos los ilustrados hispanos a la provocación de Mason de Morvilliers, en 1782. En el siglo XIX, Balmes (1810-1848) contestó a Guizot, como Menéndez Pelayo, Pardo Bazán o Juan Valera denunciaron el olvido y deformación de la historia española; y en el XX, Julián Juderías (1877-1918) también lo hizo. Pero, en los tiempos más recientes, esas mistificaciones se han extendido hasta por España y América. Ortega y Gasset, por ejemplo, negó el Renacimiento y la Ilustración hispanos. Más recientemente, en 2011, Pérez Reverte declaró que siempre he dicho que nos equivocamos de dios en el Concilio de Trento, considerable enormidad. Y del anti-españolismo americano, ¿qué decir?
Es imposible comprender la modernidad y su desarrollo sin el pensamiento hispano y, como al principio se indicó, en asuntos del conocimiento y del saber, nunca se trata de elegir entre el “bien” y el “mal”, sino entre la verdad y las mentiras.
Contenido relacionado: pincha en cada uno de los números (1, 2, 3)