Ante las necesidades de la vida, el sabio que ha hecho sus cálculos, estima más repartir que tomar para sí. Epicuro
Quizás tenga razón un amigo cuando repite, con cierta insistencia, que hay mucho masoquista suelto. Parece que nos va la marcha, que nos gusta sufrir y que, al menos, en ciertos ambientes el placer no goza de buena fama. A los amargados les molesta que alguien busque la felicidad o que aspire a vivir en paz una existencia plácida.
Epicuro (341 a. C., Samos, – 270 a. C. Atenas), intentó por todos los medios, que su palabra sirviera para buscar el placer y aliviar al que sufre. Sin embargo, ha sido tergiversado, malinterpretado y calumniado.
¿Qué daño hizo? Ninguno. Aunque es cierto que pudo molestar a los envidiosos, dogmáticos e intolerantes. Fue, por el contrario, un hombre dulce, apacible y su pensamiento no se queda en la mera ausencia de dolor, es decir, en la aponía sino que busca pacientemente, la tranquilidad, el equilibrio y la imperturbabilidad de ánimo, a la que denomina ataraxia.
Sus enseñanzas pretenden ser útiles para ayudar al hombre a liberarse y vivir moderadamente cultivando la amistad y suprimiendo los miedos que amargan la vida. Expresa que la muerte es una quimera. Mientras vivimos, la muerte no existe… y cuando esta llega, quienes no existimos somos nosotros. ¿Por qué preocuparnos entonces? Es indudable que estos pensamientos proporcionan serenidad.
Elijamos un año al azar, el 323 a. C., que por otra parte, es muy representativo. Una visión del mundo parece cerrarse y otra, aun, no se ha manifestado. ¿Qué ocurrió? Epicuro de Samos llega a Atenas, casi simultáneamente, Aristóteles se ve obligado a huir por sus declaradas simpatías pro-macedonias. Poco después abre el ‘Jardín’ un lugar de sosiego, de debate, de diálogo, al que las mujeres pueden acudir y participar en igualdad de derechos, en el que se reunía con sus discípulos, cultivando la amistad y los placeres moderados, especialmente, los intelectuales.
Si buscamos una explicación a por qué se le atacó con tanto odio y dureza, aludiéndolo con expresiones como ‘el rebaño porcino de Epicuro’, quizás sea, porque sus enseñanzas ponían un énfasis especial en liberar al hombre de los temores que lo atenazaban. Buscó denodadamente combatir las supersticiones, los prejuicios y los terrores que alejaban a los aspirantes a sabios, de sí mismos. Les incitaba a la meditación serena y a alejarse de las amenazas de quienes pretendían romper el clima de tranquilidad y sosiego.
Creo, sinceramente, que una idea que toma de Aristóteles y, que desde luego, pertenece al atomismo materialista de Leucipo y Demócrito, es que el alma nace y crece con el cuerpo y muere con él. Defendía, por otra parte, que el mundo es eterno, lo que no es en absoluto de extrañar, pues el concepto de creación es judeo-cristiano, mientras que los griegos, desde tiempos inmemoriales, creían en la eternidad del mundo, que no tiene principio ni tendrá fin.
En lo que la ética epicúrea hace más hincapié es en liberar al hombre de los temores que sufre, principalmente, el temor a los dioses, al destino o a la muerte, dado que quien vive preso de esas turbaciones y presagios no es dueño de sí mismo y vive angustiado.
En un tiempo de crisis, de inestabilidad y cuando una visión del mundo, que hemos dado en llamar periodo clásico, se viene abajo, se hunde y aún no ha nacido el que lo sustituya, se atreve a reivindicar un placer moderado como terapia a los males que se sufren, así como rehuir, siempre que sea posible, el dolor, excepto cuando un dolor presente vaya a suponer un bienestar futuro, por ejemplo, curar una herida hasta que sane.
Epicuro fue un verdadero polígrafo, aunque sus enemigos, particularmente la Iglesia, persiguieron implacablemente sus obras y las destruyeron. Así de sus más de trescientas, sólo se conservan fragmentos, tres cartas: a Herodoto (sobre Física y Teoría del conocimiento), a Pitocles (sobre Astronomía) y a Meneceo (sobre Filosofía moral). Lo que conocemos hoy del filósofo de Samos es gracias a hombres como Diógenes Laercio y Plutarco que nos aportan valiosos testimonios sobre su figura y su pensamiento.
Debemos reflexionar con rigor, estableciendo las conexiones oportunas que nos permitan obtener una información, fidedigna, fehaciente y contrastada. Frente a tanta manipulación que se extiende al pasado y a tantas inexactitudes y a tantos prejuicios.
Se diga, lo que se diga, el leitmotiv de la ética epicúrea es que todo el mundo debe buscar el placer e incluso, que tienen el derecho a encontrarlo. Ahora bien, buscar el placer no es una tarea fácil en modo alguno, requiere habilidad y sabiduría y quienes desean hallarlo deben ser virtuosos y prudentes. El deseo ha de ser encauzado y dirigido hacia lo que es saludable y equilibrado.
Su influencia fue enorme, pese a las descalificaciones y persecuciones que tuvo que soportar su legado. Entre sus seguidores podemos citar a Zenón de Sidón, maestro de Cicerón y, sobre todo, al poeta latino Lucrecio, cuya De Rerum Natura (de la naturaleza de las cosas) analiza con brillantez y hace pedagogía de la teoría atomista.
Avancemos, un poco, en esta aproximación. En el periodo Renacentista volvieron su mirada hacia Epicuro, figuras tan señaladas como Erasmo de Rotterdam o Michel de Montaigne. Sin tener en cuenta a otros, que como Fray Luis de León en su Oda a la vida retirada no lo citan pero lo tienen muy presente. Por poner un ejemplo del siglo XX, me referiré a Herbert Marcuse que en su pensamiento defiende un cierto hedonismo emparentado, de alguna forma, con la Ética epicúrea.
Epicuro procura la serenidad de ánimo y nos es más útil que nunca, cuando todos los días caen sobre nosotros, en aluvión, malas noticias que nos sumen en la incertidumbre sobre nuestro futuro e incluso, el futuro del planeta. A nivel personal, no encontramos tiempo ni para nosotros, ni ámbitos para cultivar la amistad. En momentos como estos la figura de Epicuro se agiganta, pues supone, nada menos, que una guía práctica para buscar el equilibrio y la felicidad.
Hace ya tiempo tuve la oportunidad de leer dos libros, que estimo muy recomendables: El primero, de Emilio Lledó: El epicureísmo: una sabiduría del cuerpo, del gozo y de la amistad y el segundo, de García Guall: Epicuro. Son dos textos para abrir boca y para aprender a disfrutar lo que la vida pone a nuestro alcance. Suponen una invitación a ir más allá de lo fácil y lo efímero, buscando un dominio de nosotros mismos para saber aprovechar todo lo que la existencia pone a nuestra disposición.
¿Cuáles son, entre otras muchas, las razones para conocer la filosofía de Epicuro e interiorizar sus enseñanzas? En primer lugar, considera que la Ética es una medicina. Toda medicina tiene una capacidad curativa específica. La Filosofía moral, en concreto, procura la tranquilidad del espíritu, tan necesaria para proseguir la tarea de lograr la imperturbabilidad de ánimo.
Desde hace años, creo que la Carta a Meneceo es una invitación a un nuevo humanismo, ¿en qué consiste? Ni más ni menos que en liberar al hombre de los temores y terrores que lo amenazan, perturban y alienan, diríamos en lenguaje actual.
Los mitos religiosos amargan la vida de los hombres, con sus terribles tormentos de ultratumba. Hay que estar siempre, ojo avizor contra las interesadas amenazas de los sacerdotes.
Epicuro formula la idea del ‘tetrafarmacón’ o cuádruple remedio. De esta forma propone un hedonismo racional y moderado para proseguir el camino que conduce a la ataraxia. Si los apreciamos, en su justa medida, estos remedios no son difíciles de conseguir: No hay que temer a los dioses porque no se ocupan de nosotros y son sus intermediarios quienes nos amargan; no hay que temer a la muerte porque mientras vivimos no existe y cuando llega ya no vivimos;- no hay que temer al destino o bien porque no lo hay o bien porque no nos afecta… A todo esto, podemos añadir que el placer moderado no es difícil de obtener y el dolor, con el entrenamiento adecuado, fácil de soportar.
Para Epicuro no cabe duda de que la superación del dolor produce placer. No obstante los dolores del alma son peores a los del cuerpo porque el cuerpo padece los presentes pero el alma los pasados y futuros.
La vida placentera es la que transcurre rodeada de amigos y de placeres moderados, con el mínimo dolor posible y valorando la apacibilidad. Para él, en eso consiste la felicidad, el orden y el equilibrio.
Contra la imagen de vida desordenada que sus enemigos le atribuyen, Epicuro insiste, una y otra vez, en que el sabio debe buscar placeres espirituales y gozar moderadamente de lo natural.
La Filosofía de Epicuro es gozosamente materialista y, desde mi modesto punto de vista, supone una reacción saludable contra los efectos desaconsejables del idealismo platónico.
Una y otra vez hay que asociar a Epicuro con equilibrio, sensatez y felicidad. En los pensamientos y fragmentos pertenecientes a las Máximas Capitales, Sentencias Vaticanas y Cartas nos encontramos con guías de conducta tan vital y saludable como las siguientes: ninguno de los insensatos se contenta con lo que posee, sino que se aflige más por lo que no tiene. Como los febriles, que por la malignidad del mal tienen siempre sed…, así los enfermos del alma carecen siempre de todo y son impulsados por la avidez a los más variados deseos. O esta otra que se cierra en un círculo profundamente eficaz para propiciar un buen ánimo y saber disfrutar de lo que la vida nos ofrece. No es posible vivir con placer sin vivir sensata, honesta y justamente; ni vivir sensata, honesta y justamente sin vivir placenteramente.
Estamos obsesionados por la salud del cuerpo pero, como Epicuro plantea en la Carta a Meneceo, la salud del alma no parece preocuparnos en exceso. Sería aconsejable que buscáramos el equilibrio por el difícil camino que conduce a la ataraxia y que nos preocupáramos de tomar nuestra decisiones libremente y de forma autosuficiente… así, lograríamos evitar ser presa fácil y caer sin oponer, apenas, resistencia en las redes que diariamente nos acechan para que dejemos de ser nosotros mismos.
Epicuro es, en cierto modo, el filósofo de la alegría, o al menos, de quien busca la felicidad sencillamente a través de lo que una existencia moderada nos ofrece.