mayo de 2024 - VIII Año

Lorca: luna, muerte y amor

La muerte de Federico García Lorca, una muerte absurda, injusta, fruto de la mayor de las intolerancias y que nos arrebató de una manera tan temprana a una de las más bellas voces de nuestra literatura. Según el hispanista Ian Gibson, el mejor poeta español de todos los tiempos. Tal vez no estemos de acuerdo en lo absoluto de esta afirmación, pero creo que se le aproxima bastante.

Enfrentarse a un artículo sobre Federico García Lorca es romperse el magín pensando qué se puede decir que no se haya dicho antes sobre este genio de las artes. Difícil reto. Pero en este caso he decidido dar unas pinceladas sobre tres símbolos, luna, muerte y amor, porque es una triada que sin duda impregna no solo la poesía del autor granadino sino, también, toda su obra literaria e incluso gráfica y musical, en la que maneja estos símbolos, junto a otros tantos muy particulares.

La genialidad de Lorca tiene un sinfín de muestras. Desde joven asume una identidad que entiende como diferente a la de la gente que le rodea. Bebe de la cultura andaluza con pasión y, con su marcha a Madrid en 1919, descubre un nuevo ambiente liberal que le dará nuevas perspectivas sobre la vida y lo vivido.

Allí será un artista excepcional rodeado de semejantes, cuyo grupo de escritores serán incluidos en lo que conocemos como Generación del 27, pese a no cumplir los requisitos propios de una generación y resultar más apropiado el término constelación, como señalan algunos especialistas. En Madrid convivirá con los otros artistas (su estancia en la Residencia de estudiantes se prolongó durante diez años), que se posicionarán junto con el granadino en el epicentro cultural internacional. Pintores, escritores, artistas en general que como él se vieron seducidos por la libertad de la vanguardia, pero que al mismo tiempo permanecieron fieles a su cultura, fuertemente arraigada en sus vidas y obras, y que con esta nueva perspectiva se asentarán con fuerza en el panorama literario y artístico español y mundial.

Pero volvamos al sistema de símbolos en la obra de Federico García Lorca, y tomemos el primero de ellos: la luna.

Una luna que en el universo lorquiano puede simbolizar el erotismo, la fecundidad, la esterilidad o la belleza, y en muchas ocasiones, aunque parezca paradójico, la Muerte. Un ser, se puede humanizar así, que marca el destino, a veces de manera macabra. En el Romance de la Luna, podemos encontrar estas claves que maneja Lorca y que enraízan con su origen andaluz, de ese sur de primera mitad del siglo XX, lejos de la industria y la tecnología. El sur de esa gente que vive arraigada a su tierra, a su folclore y creencias seculares, que disponen la fuerza de la acción, el destino y la pasión fuera del cuerpo.

(…) ¡Cómo canta la zumaya,
ay cómo canta el árbol!
Por el cielo va la luna
con un niño de la mano.
Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela vela.
El aire la está velando.

Tomemos ahora el segundo elemento de este trío lorquiano: la muerte. En García Lorca el tema es obsesivo. Pedro Salinas observa: “El reino poético de Lorca, luminoso y enigmático a la vez, está sometido al imperio de un poder único y sin rival: la muerte”.

Por su parte José Luis Vila-San Juan nos dice que desde pequeño García Lorca tuvo una obsesión fatalista por la muerte: “La muerte en general, la muerte de sus amigos, la muerte de sus héroes de creación y, sobre todo, su propia muerte”.

En la por todos y todas conocida elegía de Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías la muerte se presenta como algo terrible y fatal porque está ausente la seguridad cristiana de la inmortalidad. Ya en la primera parte del poema se advierte la victoria de la muerte con insistencia obsesionante, con ese repetido “a las cinco en punto de la tarde”, que termina cubriéndolo todo con un capote negro: “¡Eran las cinco en sombras de la tarde!”, cerrando el poema con el irreductible materialismo, con su reducción del hombre a polvo, ceniza y a la nada, que aparece en este verso expresivo:

Porque te has muerto para siempre.

Sin embargo, en los poemas de acento autobiográfico Lorca contempla la muerte sin fatalismos ni oscuridades de fin. La vida le lleva hasta la tumba, pero la esperanza le dice: adelante. Así, en Lamentación de la muerte dice:

Vine a este mundo con ojos
¡Sueño del mayor dolor!
Y luego,
un velón y una manta
en el suelo.
Quise llegar a donde
llegaron los buenos.
¡Y he llegado, Dios mío!

En Memento eleva casi una oración, un ruego, que no tiene nada de trágico, sin embargo. Pide ser enterrado con su guitarra:

Cuando yo me muera,
enterradme con mi guitarra
bajo la arena.

Cuando yo me muera,
entre los naranjos
y la hierbabuena.

Cuando yo me muera,
enterradme si queréis
en una veleta.

¡Cuando yo me muera!

Termino con último miembro de esa triada: el amor. Toda la obra de Lorca está plagada de amor. Amor frustrado, ansiado, prohibido, incestuoso, reducido al deseo, como objeto de la violencia sexual…  Las mil caras del amor que vemos en sus poemas y en sus obras dramáticas. El amor en infinitas perspectivas es uno de los principales temas de la obra de Federico García Lorca.  Un ejemplo lo vemos en el poema Es verdad, del Romancero gitano:

¡Ay qué trabajo me cuesta
quererte como te quiero!

Por tu amor me duele el aire,
el corazón
y el sombrero.

¿Quién me compraría a mí
este cintillo que tengo
y esta tristeza de hilo
blanco, para hacer pañuelos?

¡Ay qué trabajo me cuesta
quererte como te quiero!

Si hablamos de amor no cabe duda que la condición de homosexual del poeta marca no solo su vida sino su obra poética, sobre todo si hablamos de “Sonetos del amor oscuro”, escritos en los últimos años de su vida y recopilados póstumamente. En ellos podemos encontrar claros ejemplos de amores maltrechos, no correspondidos, prohibidos. Como ejemplo estos versos del poema Llagas de amor:

Son guirnalda de amor, cama de herido
donde sin sueño, sueño tu presencia
entre las ruinas de mi pecho hundido.

Esta condición, esta manera de ser diferente en un país en donde la homosexualidad se revestía con la palabra de marica, tuvo la oportunidad de ser visionado desde otra perspectiva. En su viaje Nueva York, Lorca pudo dejar atrás esta visión negativa y machista que se destinaba a los homosexuales afeminados, para dar lugar a tiempos mejores consigo mismo. Eso mismo quiso plasmar en su ‘Oda a Walt Whitman’ de la obra Poeta en Nueva York de 1930:

Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whitman,
contra el niño que escribe
nombre de niña en su almohada,
ni contra el muchacho que se viste de novia.

Para terminar, quiero detenerme unos momentos y compartir una reflexión que siempre acude a mí cuando pienso en esa última noche en Víznar, esa noche del 17 al 18 de agosto de 1936, la última noche antes de ser asesinado.

Pienso que quizá entonces hubiera luna llena, esa luna que tanto cantó Federico, única compañera de sus últimas horas; pienso que, quizá su angustia se convirtiera en poema, tal vez de amor, de amor ausente; pienso que ese rayo de luz de plata se enredara en su pelo negro, y le diera ese último abrazo de consuelo ante la temprana muerte, en un susurro, tal y como canta el Romance a la luna de su obra dramática Bodas de sangre:

 No quiero sombras. Mis rayos
han de entrar en todas partes,
y haya en los troncos oscuros
un rumor de claridades,
para que esta noche tengan
mejillas dulce sangre,
y los juncos agrupados
en los anchos pies del aire.

Lorca, luna, amor y muerte.
Lorca, siempre.

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Archivo Entreletras

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