marzo de 2024 - VIII Año

Pensamiento fabulador

La psicopatología de la vida cotidiana es más que un título afortunado con el que Freud inició la descripción de los actos fallidos. La psicopatología ya estaba fuera del manicomio; siempre lo ha estado, porque los cuadros nosográficos, que han servido para extender recetas y recluir personas, nos afectan a todos los seres humanos. Convencionalmente, sirven para determinar el límite entre sanos y enfermos, según la intensidad y gravedad de los síntomas y conductas peculiares; pero, realmente, toda patología psicógena es un gradiente.

Las distorsiones del pensamiento son preámbulo de alteraciones emocionales. Éstas últimas asustan mucho, porque el descontrol emocional puede acarrear males irreversibles. Sin embargo, es la disfunción del pensamiento la que rompe el equilibrio emocional, y éste sólo se recupera previa la reestructuración cognitiva. Pensar y sentir siempre van juntos, como siameses.

El pensamiento fabulador se produce por una deficiencia en el manejo del juicio, que derrapa, se aleja de la realidad y genera una parafrenia fantástica, dentro de la cual la persona vive en un marco de grandeza, rico, muy excitante, que alienta su locuacidad y desvanece todo tipo de dudas. Emocionalmente, genera un cuadro maníaco, pletórico de poder e ilusión, carente de temores, alegre a rebosar, entusiasta y maravilloso.

La parafrenia se sostiene gracias a falsificar la memoria y hacer una revisión maravillosa del pasado, pisoteando cualquier atisbo de contradicción que pudiera amenazar la coherencia de su relato y la excelencia de la persona fabuladora. La mentira necesita seguir mintiendo para sostenerse. O lo que es igual: el fabulador no puede dejar de ser creativo e inventa ocurrencias que sean congruentes con su parafrenia, sin preocuparse de la irrealidad de sus invenciones.

Al principio, la persona tiene consciencia de la intencionalidad de su mentira; pero, una vez instalada ésta en su mente, él, o ella, le da crédito absoluto y empieza a vivir de su mentira y para su mentira; busca más argumentos a favor de sus embustes; falsifica su memoria y rechaza la realidad con tal que su fantasía prevalezca. Fabular se ha convertido en una necesidad de supervivencia, algo a defender para que no se derrumbe el artificio creado.

El origen de una parafrenia parece sensato. El fabulador se sincroniza con un estado de necesidad real, o con alguna peculiaridad de la idiosincrasia de aquellos a quienes va a engañar. A partir de ese enganche, frunce, con bastante ingenio, su fábula maravillosa, o la sarta de fábulas, que satisface, plenamente,  las demandas físicas y psíquicas de sus víctimas.

Esta dolencia puede afectar a cualquier persona, sin importar su rango y categoría social, el empleo que tenga o el cargo que detente. Recuerdo a una simple chica de servicio, analfabeta, que descubrió los delirios de grandeza de su patrona. Como quiera que otro familiar de la criada servía en una casa de alto abolengo, cuando la mucama quería imponer algo a su jefa, relataba cómo lo hacían en la casa de postín. La historia era inventada ad hoc; pero el ama, hambrienta de señorío, claudicaba humildemente, para parecerse en algo a los otros señores y nunca sospechó que su sirvienta  fuera fabuladora y la manipulara con embustes.

En el ámbito social, el fabulador que ocupa un alto cargo también se sincroniza con algún rasgo de la personalidad colectiva, o algún estado de necesidad crónico, o acuciante. Así, se constituye en el papel de salvador: un líder carismático que viene a resolver todos los problemas y seduce con sus expectativas halagüeñas. El pueblo, la masa, necesita creer lo que le dice: la bondad de un mensaje es una garantía de felicidad que no admite duda. Como es obvio, el papel complementario al de salvador es el de víctima.

Cuando Adolfo Suárez pronunció aquel famoso discurso de “Puedo prometer y prometo…” previamente, se había asegurado que tales promesas eran viables, que las  podía realizar. Efectivamente, su consecución fue posible y sobre ella descansaba el plan de cambios ambicioso que aún disfrutamos. No logró consolidar un partido dispuesto a seguirlo; aunque él fue responsable de la palabra empeñada y cumplió sus compromisos. No era perfecto, pero sí confiable.

Hacer promesas, a sabiendas que no se pueden cumplir constituye una perfidia nefanda, por el desprecio al electorado que entraña ir de farol. Esta es una valoración moral, que abochorna a cualquiera que tenga empatía y criterio moral. Es decir, a la persona que tiene conciencia moral, pudor y principios éticos, que sentirá vergüenza ante el reproche social al ser descubierto. Si no, hay que presumir una estructura psicopática, impertérrita ante el sufrimiento ajeno y siempre dispuesta a huir hacia adelante, ofreciendo otras fabulaciones.

Además, cuando se crean expectativas insostenibles económicamente, el proceso desemboca en la frustración colectiva, cuya evolución es imprevisible, porque nos topamos con una masa social, que habrá cambiado su papel de víctima por el de perseguidor, cargado de rabia al percatarse de la fabulación y tener que asumir la frustración de sus expectativas.

La demolición de una parafrenia tiene muchos riesgos, porque deja a la persona fabuladora en situación de insolvencia y vacía de sentido, tras descubrirse sus embustes. Si el fabulador es un líder social, el grupo de seguidores, convertidos en perseguidores, puede decretar el sacrificio real o simbólico de su “traicionero” jefe.

En castellano, hay un refrán que nos encaja, como tópico y sentencia sabia:”Hechos son amores y no buenas razones”. Incluso, en paralelo, hay una sentencia bíblica: “Por sus frutos los conoceréis”.

Cuando alguien, a través de su conducta, ha dado varias muestras de una cierta tendencia, si no media un proceso de revisión de la personalidad, podríamos pensar que estamos ante una compulsión de repetición, un hábito, o una característica de identidad. Por eso, el hombre tropieza varias veces con la misma piedra… Tras el primer tropiezo hay que reflexionar e integrar aprendizaje, para no incurrir en el segundo.

Ciertamente, el hombre es un proceso de cambio constante; pero tiene sus condicionamientos, se afianza en actitudes que le garantizan comodidad, costumbres  que lo protegen de imprevistos, o de males mayores como puedan ser los retos. Y sobre todo, cada uno tenemos nuestra neurosis: el refugio en lo ya conocido, la esclerosis del aprendizaje.

Si sospechamos que alguien adolece de pensamiento fabulador, cuanto menos confiemos en esa persona, tanto más seguros estaremos y menos tropezones tendremos.

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Archivo Entreletras

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