abril de 2025

San Agustín y la idea de progreso

La idea de “progreso” en el mundo occidental, como sucede con casi todas las ideas que se atribuyen comúnmente a la modernidad (libertad, igualdad, fraternidad, etc.), son más antiguas y responden todas al ideario básico del cristianismo. La contribución cristiana a la idea de “progreso” es, en verdad, considerable. Se duda y niega, en general, la existencia de una idea de “progreso” en el mundo greco-latino y, paradójicamente, también se niega por muchos que el cristianismo sea compatible con la idea de “progreso”.

Pero, casi desde sus inicios, y no caben duda al respecto, aparece y existe en la teología cristiana una verdadera filosofía del progreso humano, que comienza en la Patrística (Eusebio y Tertuliano) y se consolida con San Agustín (354-430), para proyectarse hasta los siglos XVII y XVIII, en que la idea de “progreso” se confrontó con la religión, considerada desde entonces como enemiga del “progreso”.

De Civitate Dei

La Ciudad de Dios (de Civitate Dei), de San Agustín, ha sido considerada como una filosofía completa de la historia del mundo, y es difícil refutar ese aserto. San Agustín fue el primero que insistió enfáticamente en la idea ecuménica (unidad de la humanidad), inspirado por San Pablo.

Un concepto éste que permitió alcanzar la idea de “Historia de la Humanidad” que, aunque predeterminada por Dios en el comienzo, ha experimentado en su desarrollo una realización de su esencia y una lucha hacia la perfección mediante las fuerzas inmanentes de la humanidad. San Agustín integró la idea griega de crecimiento o desarrollo, con la idea hebraica de una historia sagrada.

Por ello, en su La Ciudad de Dios expuso esa historia de la humanidad en los términos relativos a las etapas de crecimiento, tal como entendían el “crecimiento” los griegos, y en los relativos a las épocas históricas en que los judíos habían dividido su historia en el Antiguo Testamento. La filosofía de la historia de Agustín describe un proceso que afecta a todo el género humano. Se trata de una historia universal constituida por una serie de eventos sucesivos que avanzan hacia un fin mediante la providencia divina. ​Y describe los diferentes momentos de la historia: primero, la creación, seguida por la caída provocada por el pecado original, en el que el demonio introduce la degradación en el mundo. Dios ofreció el paraíso, pero el hombre escogió hacer un mal uso de su libertad, desobedeciéndolo. Sigue el anuncio de la revelación, y la encarnación del hijo de Dios. La última etapa se logra con la redención del individuo por la Iglesia.

San Agustín dejó dicho que la educación de la raza humana, representada por el pueblo de Dios, ha avanzado como la de un individuo, a través de ciertas épocas, o, por decirlo así, edades, de modo que pudo elevarse gradualmente de las cosas terrenas a las celestiales, de lo visible a lo invisible. La frase “educación de la raza humana” y la analogía del desarrollo de la humanidad con el crecimiento del individuo persistieron en el pensamiento occidental, y las encontramos en los filósofos ateos de los siglos XVII y XIX, que se habrían asombrado si sus mentes laicistas hubiesen meditado sobre el verdadero origen cristiano de la expresión y de la analogía.

División del tiempo histórico

San Agustín utilizó varias divisiones del tiempo histórico. En una parte de su obra lo dividió en dos períodos, antes y después de Cristo. Pero, en otras, la historia humana aparece dividida, quizá por primera vez, en tres estadios, incuestionablemente la versión más popular de la historia del progreso, que en el siglo XIX expuso Comte en su “Ley de los Tres Estadios”. Y, además, al final de La Ciudad de Dios, San Agustín se refirió a siete etapas de la historia del mundo, afirmando que la séptima y última (la de la felicidad y la paz en la tierra) está aún por venir.

San Agustín no indicó con precisión las duraciones de esas etapas: podrían ser cortas o largas, pero indicó claramente que antes del Día del Juicio y de la destrucción final de la tierra, la humanidad, o al menos los bienaventurados, conocerán un paraíso terrenal como resultado del inexorable desarrollo histórico del mundo a partir del Paraíso original, antes del pecado.

De todas las contribuciones cristianas a la idea de progreso, ninguna es más trascendente que esta sugerencia agustiniana referente a un período final en la tierra, de carácter utópico, e históricamente inevitable. Cuando estas dos ideas —es decir, la necesidad histórica y un período utópico que es la culminación “del progreso del hombre en la tierra”— se secularizaron en los siglos XVII y XVIII, se despejó el camino para la aparición de los modernos utopismos laicos, como los de Saint-Simon, Comte y Marx. La idea de “progreso” propuesta por San Agustín fue aceptada por la filosofía cristiana en virtud de la omnipotencia de Dios.

Para San Agustín, el progreso entraña un origen preestablecido en el cual existen las potencialidades para todo el futuro desarrollo del hombre: 1) un único orden lineal del tiempo; 2) la unidad de la humanidad; 3) una serie de etapas fijas de desarrollo; 4) la presunción de que todo lo que ha sucedido y sucederá es necesario; y 5), por último, aunque no lo menos importante, la visión de un futuro estado de beatitud. Gran parte de la historia ulterior de la idea de progreso equivale a poco más que a la exclusión de Dios, aunque dejando intacta la estructura del pensamiento.

San Agustín y el progreso

San Agustín estuvo siempre preocupado con la idea de Dios, de la Trinidad y del Espíritu Santo. Mas, su temprana educación pagana, en la que leyó a los pensadores griegos y romanos, le inspiró una firme concepción de los logros y maravillas del progreso material en el mundo. Pocos discípulos de San Agustín tomaron nota de de los contenidos de La Ciudad de Dios, que rivalizan en elocuencia con todo lo que Protágoras, Esquilo o Sófocles escribieron sobre los prodigios realizados por la humanidad, y en los cuales San Agustín se refiere al “genio del hombre”.

Incluso llegó a proponer en esa obra una relación de los grandes inventos y descubrimientos científicos que permitieron a la humanidad, lentamente, en el curso de períodos muy prolongados, dominar la tierra y, al mismo tiempo, realiza una descripción de todos los deleites sensuales que el hombre ha hecho posibles para él como resultado de ese mismo “genio”. Su apreciación de las bellezas tanto físicas como espirituales de la figura humana es de naturaleza completamente pagana, pero no deja de ser por ello una parte notable de la contribución agustiniana a la filosofía occidental del progreso.

La influencia de San Agustín

El legado de San Agustín sobre el progreso incluye algunos otros elementos adicionales como lo son: 1) la concepción de un tiempo lineal y divisible en etapas de desarrollo histórico; 2) la doctrina de la necesidad histórica que, una vez expurgada de los elementos divinos, sería el caballito de batalla de una cantidad de historiadores “científicos” y evolucionistas sociales y 3) la más que atractiva seductora concepción de un futuro estado terrenal en el cual el hombre podría liberarse de las fatigas y tormentos de tiempos pasados y conocería, por primera vez, el paraíso terrenal.

La influencia del pensamiento agustiniano y el legado que dejó en la filosofía llega hasta el presente. Bajo su influjo se elaboraron obras como las filosofías de la historia de pensadores cristianos, como la de Orosio en el siglo V, discípulo de San Agustín, quien le encomendó la tarea de escribir sus Siete libros de historia contra los paganos); o como Otto de Freising, quien en el siglo XII escribió Dos historias, basadas en el pensamiento de San Agustín y de Orosio; y, ya en el siglo XVII, el Discurso sobre la Historia Universal de Bossuet, dedicado a San Agustín. Un texto éste que, tras perder su fe religiosa, tomó Turgot como modelo para escribir su Historia Universal, si bien con un enfoque laico y no religioso.

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