abril de 2024 - VIII Año

El liberalismo en el siglo XXI (y II)

Lee la primera parte del artículo enLiberalismo2 p El liberalismo en el siglo XXI (I)

3. Los rasgos principales del liberalismo

liberal2Por grandiosa que sea, una filosofía política no puede vivir sólo de sus pasadas glorias, también ha de renovarse. El liberalismo, que afirma la destrucción creativa como base del desarrollo económico, siempre ha estado en constante renovación. Pero en la actualidad, la democracia liberal precisa de una renovación de su discurso y de su mensaje, para enfrentar el desafío de los movimientos populistas que proliferan en nuestros países.

Los tiempos han cambiado, sí, pero los valores fundamentales permanecen. En las líneas básicas del liberalismo clásico están ya los rasgos que lo caracterizan, que aún lo hacen y que le obligan a reformularse como ese movimiento político que entiende que el tríptico liberal clásico, ‘libertad, igualdad, fraternidad’, ha sido el inspirador de las grandes empresas transformadoras de los últimos 200 años, en España y en el mundo. Un lema que, en sí mismo, constituye un programa de reformas que sigue estando vivo y que expresa la fuerza de unas ideas que son, han sido y serán siempre las únicas verdaderamente revolucionarias.

La libertad, el gran principio inspirador

Pero de los tres, es a la libertad a la que corresponde la primacía. Porque la libertad es el concepto maestro y el fundamento principal del liberalismo. La libertad es el derecho en el que se fundan todos los demás derechos. Un derecho que es condición de existencia de todos los derechos individuales y que se confunde casi con el derecho a la vida. Sin embargo, muchos desprecian la libertad hoy en día, pocos subrayan su importancia actualmente y algunos tienden a darla por supuesta.

Ya no sorprende a nadie contemplar cómo los populismos en general, y muy especialmente los que se autodefinen progresistas y de izquierdas sienten indiferencia, cuando no reservas expresas, hacia la libertad. Incluso llegan a contraponer, como opuestas, la libertad y la democracia. En todo el mundo los populismos pretenden restringir y limitar y, en suma, negar la libertad. Para ello se invocan los derechos de los pobres, o se centra el foco en la reivindicación de los derechos de minorías oprimidas, como si eliminar la libertad facilitase superar la pobreza y la opresión.

libertadY es que la libertad, y nuestra propia historia nos lo demuestra, nunca está consolidada del todo, más bien está por realizarse, por alcanzarse plenamente en todo el mundo. La libertad y los valores que la acompañan no son viejos, sino que se encuentran en su infancia, pendientes aún de alcanzar a todos los pueblos y países del planeta. Y no será con el olvido o el menosprecio de la libertad como nuestras sociedades logren avanzar en bienestar y en justicia. La libertad necesita salvaguardias y garantías para asegurar su existencia y desenvolvimiento pues, como nos enseña la experiencia, sólo en contextos de libertad es posible la generación continuada de la riqueza, del bienestar y de la justicia. Y han sido las ideas liberales las únicas que han demostrado tener capacidad para extender la libertad y el bienestar en todo el mundo.

La Ciudadanía, base de la Sociedad Civil y de la Democracia

La idea de libertad va indisolublemente unida a los conceptos de democracia y de ciudadanía. La ciudadanía, en tanto que reunión de los que se encuentran sujetos a la misma ley, es la nación. Y la democracia liberal se fundamenta en una ciudadanía nacional que interviene en los asuntos públicos, en condiciones de igualdad, con la finalidad de promover el interés común de la sociedad. El desarrollo de la democracia se ha apoyado en el mecanismo de la representación a causa de la extensión de los estados y del elevado número de sus habitantes, a través de la participación de los ciudadanos que, mediante el sufragio, eligen libremente entre los distintos candidatos que compiten. Es la Soberanía Nacional, en su dimensión de soberanía popular.

Pero surgen serios problemas cuando la política se profesionaliza y se burocratiza. Inevitablemente aparecen problemas cuando los representantes tienden a interpretar o priorizar, de modo unilateral, las demandas ciudadanas y a secuestrar la voluntad de los electores. Unos problemas que pueden poner en riesgo la existencia de la misma democracia, cuando la democracia representativa se convierte en partitocracia. La democracia queda con ello falseada y las élites políticas se sienten completamente a salvo, bien atrincheradas en sus puestos. Con ello, las posibilidades de participación de los ciudadanos en la política quedan completamente defraudadas por su falseamiento y secuestro a cargo de las élites dirigentes de los partidos.

Uno de los principales peligros para la democracia en nuestro tiempo radica en que ‘los representantes del pueblo soberano’ se conviertan en ‘los soberanos representantes del pueblo’. Por ello hay que reforzar los mecanismos institucionales de participación cívica y control democrático, con el fin de que se puedan exigir responsabilidades políticas y rendición de cuentas. Hay que establecer sistemas electorales de representación de los ciudadanos y de la sociedad civil, no de representación de los partidos.

La fraternidad como justicia y solidaridad

congresoContrariamente a lo que se sostiene habitualmente, el liberalismo tuvo una fuerte preocupación por la justicia social, desde sus albores. Thomas Paine, el Conde Saint-Simon o Stuart-Mill y los denominados ‘social-liberales’ , dan idea de las inquietudes liberales en materia social desde sus primeras reflexiones. Para los liberales el verdadero secreto del bienestar social está en la creación de riqueza. En materia social, los social-liberales han establecido una relación básica: sin derechos sociales los derechos civiles y políticos están vacíos, y sin derechos políticos y civiles, los derechos sociales son inviables. De nada le vale a nadie disponer de derechos si no puede atender siquiera su manutención y la de los suyos. Y la justicia social no se impone desde la tiranía, como la realidad de los países comunistas del siglo XX, y sus epígonos en este siglo que comienza, nos señala.

Una de las líneas que separan al liberalismo del socialismo se refiere exactamente a la propiedad individual. Mejor dicho, a la concepción que tienen unos y otros respecto a la función de la propiedad. Los liberales sostenemos la defensa de la propiedad privada, si bien subordinada al interés público y a la utilidad social, tal y como estos han sido definidas en la legislación sobre expropiación forzosa. Lo que bulle detrás de esta polémica, en su fondo, es una concepción diferente del hombre y de sus lazos con la sociedad. Frente al colectivismo ácrata, frente al corporativismo fascista y frente al ‘colectivismo de clase’ de socialistas y comunistas, los liberales siempre hemos sido partidarios del individualismo filosófico, que afirma la primacía del individuo.

Por esa razón, los liberales de todas las épocas han ratificado esa filiación, esta inclinación a favor del individualismo —político y económico—, que no siempre es fácil defender por razón de la influencia de que han gozado los postulados socialistas durante años. Pese a ello, los liberales han mantenido siempre que la democracia es una doctrina derivada y basada en el humanismo. Por ello los liberales proponen un triple objetivo: la extensión de la libertad en el ámbito de la sociedad, la promoción social por el trabajo y por el mérito y, en materia económica, la prioridad para la iniciativa individual y el espíritu creativo en la empresa. El gran problema de nuestra época, en todo el mundo, sigue siendo el mismo de siempre: la creación de la riqueza y la mejora de su administración, de modo que los beneficios de su distribución alcancen al mayor número posible de personas.

La afirmación de la libertad ha de ser la base de que ha de partirse para la resolución de los problemas sociales. La acción del Estado en estas materias, tras la consolidación de los sistemas de seguridad social, no puede ya incrementar mucho más su función asistencial. Para romper la dinámica de la precariedad social hay que abrir la economía para facilitar la creación de riqueza, único modo de que la pobreza y la exclusión social disminuyan. La tarea del Estado debe centrarse, pues, en remover los obstáculos administrativos y políticos que dificultan la creación de empresas y su acción, y ha de limitar el impacto de la fiscalidad sobre el ahorro. Y, sobre todo, ha de asegurar la igualdad de condiciones para la promoción social, porque se trata de acabar con la pobreza, no con la riqueza

La comprensión cabal del laicismo

Liberalismo2Otro gran principio liberal es el laicismo. El laicismo, en su origen, surgió como la garantía para la efectividad de la libertad de conciencia. La separación de lo espiritual y lo temporal, es decir, del Estado y las confesiones religiosas fue una vieja aspiración de los liberales.

Pero lo que el laicismo es realmente, hay que buscarlo en la garantía de la libre elección de creencias y de su ejercicio dentro de la ley. El laicismo no es, y hay que difundirlo, el ataque a las religiones y la prohibición o limitación de su práctica. El laicismo ha servido en las sociedades europeas como concepto clarificador de la frontera entre el poder espiritual y el poder temporal, afirmando la soberanía del segundo en el orden político. A partir de las premisa básicas del laicismo, es el poder político el que ha de asumir la responsabilidad, no siempre bien atendida, de hacer reinar en la sociedad la tolerancia y el respeto a la conciencia íntima y a las creencias personales.

Pero laicismo es también -¡y lo olvidamos demasiado!- el principio de la neutralidad del estado frente a los intereses particulares y contradictorios, de la sociedad civil . El laicismo recomienda a los Poderes Públicos la vigilancia sobre los grupos de presión, sobre los corporativismos, sobre las confesiones religiosas y los localismos indiferentes, cuando no hostiles, por definición, al interés general. Neutralidad del estado y de las instituciones, que deben constituirse en garantes de la libre elección de creencias. Laicismo es, ante todo, asegurar la libertad religiosa y de conciencia en la sociedad civil.

A modo de conclusión

En las condiciones actuales, la acción de los liberales ha de centrarse en la difusión en la sociedad del liberalismo y de su historia, en una acción de permanente debate. Un debate dirigido a la sociedad y a los políticos. Se ha hablado muchas veces de los ‘socialistas de todos los partidos’. Pues bien, esa proyección de ideas liberales debe dirigirse también hacia los partidos políticos, pues en muchos de ellos existen tendencias liberales, sean liberales conservadores, social-liberales, liberal-demócratas, etc…

En los últimos años se está produciendo un retroceso paulatino en la apertura de mercados y en la situación de la libertad en el mundo. Incluso, según ha avanzado el nuevo siglo, se ha visto como China, que pronto será la economía más grande del mundo, demuestra en la práctica que las dictaduras pueden llegar a ser prósperas, aunque no sabemos por cuánto tiempo. Y, por si fuera poco, asistimos a los recientes fenómenos del Brexit y del proteccionismo económico de la Administración Trump en USA, y también en otros países.

Y ante esto, los liberales no podemos limitarnos tan sólo a reivindicar los éxitos logrados por la humanidad durante los últimos 200 años, como el aumento de la esperanza de vida, o los constantes aumentos de la renta per cápita y del bienestar social general existente en los países que se rigen por democracias liberales. Es preciso también defender, en todos los foros y en todas las tribunas, que el único modo de que esos logros perduren y de que se puedan alcanzar más elevados niveles de bienestar, en todo el mundo, depende de que los hombres de nuestro tiempo comprendan que es necesario el mantenimiento y la defensa de los principios liberales, pues constituyen la base y el fundamento de nuestras sociedades. En fin, es necesario difundir la idea de que sólo desde los principios inspiradores de la democracia liberal pueden las sociedades proponerse a sí mismas como asociaciones realmente beneficiosas para todos o, al menos, para los más.

La historia y el presente se dan la mano al afirmar el compromiso universal de los liberales con la dignidad individual, con los mercados abiertos, con las limitaciones y controles a los gobiernos, y con la profunda convicción de que el debate en libertad y las reformas permitirán a la humanidad continuar el camino del progreso adoptado desde hace más de 200 años.

Pero los liberales proclamamos, ante todo, la libertad, porque dejar a las personas que hagan lo que quieran es sabio, es justo y además es rentable.

Notas:

6.- Especialmente el Thomas Paine de «Rights of Man» (Derechos del Hombre, de 1791), en la que plantea por primera vez la necesidad de incorporar los derechos sociales al liberalismo.
7.-La laicidad positiva a la que se refirieron Benedicto XVI y el Presidente francés Sarkozy, en su encuentro de octubre de 2008 (https://www.abc.es/20081007/opinion-tercera/sarkozy-benedicto-20081007.html y https://elpais.com/diario/2008/09/12/internacional/1221170408_850215.html).

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