Cada 30 de abril, recordamos uno de los episodios más oscuros del siglo XX: el suicidio de Adolf Hitler en 1945. Esta fecha marca simbólicamente el final de una era de horrores, pero también nos invita a una profunda reflexión cultural e histórica sobre las raíces del mal y la condición humana. Una obra literaria especialmente impactante que explora estos temas es Las benévolas (Les Bienveillantes), novela de ficción histórica escrita en francés por el estadounidense Jonathan Littell.
Publicada en 2006, Las benévolas narra la vida de Maximilian Aue, un exoficial de las SS que participó en las atrocidades del Holocausto. La novela recibió prestigiosos premios literarios franceses, entre ellos el Grand Prix du roman de l’Académie française y el Prix Goncourt. Fue la primera novela escrita en francés por Littell, quien anteriormente había publicado un libro de ciencia ficción titulado Bad Voltage en 1989.
El título Las benévolas remite directamente a la trilogía griega Orestíada, de Esquilo. En esta antigua obra, las Erinias, también llamadas Euménides o Furias, son diosas vengadoras que persiguen a quienes cometen crímenes familiares. Esquilo muestra cómo estas diosas, tras juzgar a Orestes por el asesinato de su madre, aceptan la justicia impartida por Atenea y se transforman en seres benevolentes, las Benévolas. Este simbolismo añade una profunda capa de significado a la novela de Littell.
El autor, inspirado por una fotografía de la partisana soviética Zoya Kosmodemyanskaya y profundamente impresionado por la película documental Shoah de Claude Lanzmann, dedicó cinco años a una exhaustiva investigación que le llevó por Alemania, Ucrania, Rusia y Holanda, consultando centenares de fuentes históricas. Littell buscaba explorar los mecanismos internos del genocidio y el democidio, intentando comprender cómo personas corrientes podían tomar decisiones que llevasen a masacres masivas. El personaje central, Max Aue, fue concebido con la inquietante pregunta de cómo habría actuado el propio Littell en circunstancias similares, un dilema personal que también estuvo influenciado por su infancia durante la guerra de Vietnam.
La novela está estructurada en siete capítulos, cada uno con el nombre de una danza barroca siguiendo la secuencia de la Suite de Bach, reflejando así los ritmos narrativos específicos de cada sección. Desde la introducción en «Tocata», donde Aue establece su distanciado punto de vista como perpetrador y observador, hasta los últimos capítulos como «Giga», ambientado en el caos final del Berlín nazi, Littell ofrece una narrativa compleja que muestra al lector los aspectos más oscuros del nazismo.
El libro
Jonathan Littell se impuso una tarea monumental al abordar una historia y un contexto tan particulares: narrar el día a día de un oficial de las SS desde los inicios de la campaña rusa en 1941 hasta la caída final en la primavera de 1945, tratando tanto hechos históricos conocidos (desde la campaña en Ucrania hasta Stalingrado, pasando por Hungría y Auschwitz) como los mecanismos psicológicos del personaje (hasta donde el narrador, con sutil ironía, permite conocerlos, ya que el libro se presenta como memorias escritas por el protagonista mismo).
El interés del libro reside principalmente en su trama y narración, aunque ciertos recursos dramáticos pueden parecer algo forzados (como el episodio «amoroso»). Literariamente, esta obra no presenta una forma singular o una escritura especialmente distintiva, resultando bastante clásica en su estilo. Su fuerza radica fundamentalmente en el fondo, en la contundencia de los temas que aborda.
La novela trata a la vez la campaña rusa, la guerra en el Este y el exterminio de judíos y otros grupos considerados «nocivos» por el régimen nazi (gitanos, discapacitados, etc.). A diferencia de gran parte de la literatura sobre la Shoah, centrada en las víctimas, Littell adopta la perspectiva de los verdugos, narrando las experiencias del oficial SS Maximilien Aue, un burócrata más que un militar directamente implicado en las acciones bélicas, a través de diferentes destinos y misiones.
Ya en el impactante primer capítulo, sabemos que este doctor Maximilien Aue sobrevivió a la guerra y al destino fatal que le correspondía como oficial de las SS. Aue, ahora residente en Francia, es un próspero empresario anciano, cortés, aunque distante con su esposa. Decide, al final de su vida, relatar su recorrido desde su llegada a Ucrania en 1941 hasta el desastre de 1945.
El libro es una monumental labor documental, una acumulación de detalles que difuminan la frontera entre lo plausible y lo verdadero. El verdadero interés no radica en saber si el protagonista escapará (algo revelado casi desde la primera frase), ni en conocer el desenlace (que se precipita abruptamente al final, dejando cierta perplejidad por su simplicidad y coincidencias improbables). Más bien, Littell pone el acento en el contexto, la introspección psicológica y moral, y las cuestiones que suscita esta época histórica.
Esta obra refleja probablemente una profunda obsesión personal del autor con el tema nazi, dada la minuciosidad documental y narrativa con la que lo aborda. Su intento de acercarse a la realidad cotidiana de un oficial SS puede sorprender e incluso escandalizar por su aparente neutralidad, narrada fríamente por un protagonista que carece de arrepentimiento y apenas considera sus actos como «faltas». Esto generó controversia debido al riesgo de empatía o voyeurismo hacia los verdugos.
Sin embargo, quienes conocen las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial difícilmente se sorprenderán por esta narración fría y metódica. El libro se convierte en un testimonio duro y perturbador, que enfrenta al lector con la realidad concreta y brutal de los crímenes nazis, y deja al descubierto el horror que subyace detrás de simples estadísticas históricas.

En el fondo, Las benévolas remite al concepto de «banalidad del mal» de Hannah Arendt, mostrando oficiales nazis ordinarios atrapados en la maquinaria monstruosa del régimen. Aunque Aue reflexiona sobre lo absurdo y grotesco de lo que observa, no cuestiona realmente sus ideales nacional-socialistas. Esta ambivalencia evita que se genere una empatía real hacia el personaje, mostrando en cambio la capacidad de individuos comunes de convertirse en engranajes esenciales del mal.
En definitiva, aunque Las benévolas es un trabajo profundamente documental, no deja de ser una novela. Su singularidad y fascinación radican no tanto en la trama ni en un estilo literario único, sino en la riqueza y profundidad psicológica de su protagonista, comparable a los personajes creados por Dostoyevski. No obstante, a diferencia del gran escritor ruso, Littell no sitúa la cuestión moral en el centro de su personaje, quien prioriza su propia supervivencia y bienestar sobre cualquier dilema ético.
La novela contiene momentos literarios memorables, como el impresionante capítulo inicial o el episodio ambientado en el caos de Stalingrado. También destaca una peculiar sesión científica sobre la posible ascendencia judía de una población caucásica, ejemplo de absurdo kafkiano y rigor narrativo. No faltan, sin embargo, algunas exageraciones en encuentros históricos improbables, ciertos personajes demasiado convenientes o referencias que bordean la caricatura, lo que a veces recuerda más a un «Forrest Gump» nazi.
A pesar de estos defectos menores, Las benévolas es una novela poderosa, perturbadora y evocadora, un logro notable en su intento de documentar con precisión el horror histórico desde una perspectiva singular y profundamente inquietante.