Sangre en la nieve es el último título del autor noruego donde su oficio queda, una vez más, patente. En esta nueva entrega la figura de un asesino a sueldo nada convencional hará las delicias de los lectores.
EL ALIENTO DEL MAL. No existe ni una mota de triunfalismo en la verdadera concepción de la novela catalogada como noir. ¿Tendría que haberla? La pregunta viene al caso porque estamos inmersos en una época en la que la contribución a esta pretendida normalidad tras la enfermedad del corona virus, es precisamente eso, ‘nueva normalidad’, pero con tinte oscuro. La autocomplacencia de una sociedad que a pesar de la muerte de sus conciudadanos y con la fervienete necesidad de instigar esperanza como activo económico conviene en hacer borrón y cuenta nueva. La vida es imparable. La memoria, sin embargo, es imprescindible. Se afana si consideramos que bajar los brazos es la mejor opción para que la corriente del tiempo arrastre este presente lastimado. Entonces cobra valor el pensamiento. La desobediencia se piensa como la decisión de El niño con el pijama a rayas que sortea la alambrada de espinos del campo de concentración nazi. Tan sencillo como intercambiar su vestimenta y engañar a la muerte a costa de la misma muerte. Así la tristísma transfiguración de los miles de fallecidos en las residencias de ancianos: vistos y no vistos. Estas instituciones, muchas de ellas de carácter privado y las más en número de muertos, han condensado cifras espeluznantes que unido al caos en los datos oficiales, contiene las trazas de una gran novela negra nacional. Este género se caracteriza por el afianzamiento del pesimismo y la falta de confianza en el posible sentido de este mundo. Dos estructuras se debaten en pugna constante: la superficial con su lectura amable y consentidora de los acontecimientos y la profunda donde la complejidad se vuelve criminal. La novela transgrede esa frontera y hace transitar al lector entre la presunta normalidad y la tentadora perversión. ¿Acaso la literatura no ha ejercido ese principio desde siempre?
SANGRE EN LA NIEVE -Penguin Random House. Colección Roja y Negra. 2020. Traducción de Bente Teigen Gundersen y Mariano González Campos-. Una obra exultante por su capacidad de sumirnos en el trepidante avatar de un asesino a sueldo. Sin desmarcarse de su rol de malhechor logra empatizar con el lector desde el primer acercamiento, que no puede ser otro que el de un asesinato. Esta contradicción aparentemente ruda se convierte en sutil y es conjugada con maestría por el autor. El bien y el mal se entremezclan y confunden. Y de ahí surgen las paradojas y contratiempos, que irán plagando la novela a modo de calculados volantazos para salvar los cambios de rasante y las curvas cerradas a la que la acción argumental nos conduce. Pero los criminales también tienen su corazoncito. Y a este le resuena en cada acción que emprende, por más que la salpicadura de sangre de sus víctimas -todas ellas de su misma estirpe- acabe tiñendo la blancura del duro invierno noruego en su capital, Oslo. Nos encontramos en el año 1977 y a escasos días de la Navidad. Los medios de comunicación señalan que se espera el invierno más gélido desde la Segunda Guerra Mundial. Johansen Olav trabaja para el mafioso Daniel Hoffmann. Se dedica a ‘despachar’ por encargo de aquel que se sirve de su servicio pulcro y profesional. En este momento se afana en el cruento enfrentamiento que sostiene con su contricante el Pescador, por el dominio y control del mercado de la heroína. La única salvedad -o atributo, según se mire- es que sufre dislexia. Entretanto el facineroso con ademanes estilizados tras su fracasada biografía académica en la Gran Bretaña, le tiene reservado otro encargo especial que le suscita cierta incomodidad por las consecuencias que le puede acarrear. Tiene que liquidar a su mujer, Corina Hoffmann, simulando la escena del crimen como un robo para evitar posibles sospechas policiales. Aún con reticencias acepta el trabajo. Más por amenaza velada que por convicción, a pesar de la jugosa cantidad de la que dispondrá.Es el inicio de este rocambolesca historia, que para colmo de males se complica: el amante de Corina es el hijo de Hoffmann a la que humilla y maltrata de manera condescendiente. Pero ahí no queda el entuerto. María Olsen trabaja de cajera en un supermercado. Es coja y sordomuda. La relación tortuosa que mantiene con un yonqui con apellido francés la arroja a la prostitución. En medio se cruza nuestro caballeroso criminal. Este hecho sirve de inspiración para catapultar las reminiscencias salvíficas y protectoras del regio y bendito nombre que tuvo a bien ponerle su madre en loor a Olav II el Santo. A partir de ese momento, mantiene una especial relación en la distancia. Por supuesto esta es una breve aproximación a modo de asomo para el lector, que sin duda disfrutará desde las primeras páginas por su frescura en el tratamiento de la historia en sus diversos trasuntos, la distinción enfatizadora de los curiosos rasgos biográficos, condición de nuestro protagonista y el atípico modus vivendi que profesa.
JO NESBØ, CALIBRE NUEVE MILÍMETROS. En esta nueva obra el autor noruego de reconocida trayectoria en la novela negra, no se contenta y toma la mochila para retomar caminos por los que transitaron autores clásicos norteamericanos. En primera instancia es un guiño complice que progresivamente se transforma en homenaje por esa distinción relatora centrada en los altibajos del personaje que habla en primera persona. El perfil autobiográfico se desdobla en el psicológico. Es una grata sorpresa atender a quien trabado por la dificultad neurobiológica que sufre para la lectoescritura, sus desnudas reflexiones tienen el mismo acierto que cuando ‘despacha’. Son disparos a bocajarro. El lector es arrastrado a la sombra de este. Le respira en la nuca. Olav consigue que formemos parte de su destino. Y lo somos también en el paulatino descubrimiento de su atormentada y violenta vida familiar. Un padre alcohólico, maltratador, delincuente y una madre atrapada en el callejón sin salida de la abducción emocional y sentimental de aquel que la coacciona y amenaza de muerte. En su sencillo y honesto código profesional existen cuatro trabajos para los que no se considera competente: conducir, atracar, el comercio de las drogas y la prostitución, porque ‘aparte de los encargos no sirvo para muchas cosas más’. La experiencia que certifica su verdadera capacitación proviene del conocimiento de sus propias limitaciones. Nesbø retroalimenta esta primaria sapiencia aunque como buen constructor de historias las apelmaza con un sentido del humor que rebosa irreverencia hacia la muerte. Se ríe de ella y de paso nos recuerda que cada uno de nosotros somos algo porque, como reflexiona Olav, somos el destino de alguien. Y aunque en su caso se trate de desenlaces fatales, es un símil que describe los inescrutables caminos a los que nos llevan las interrelaciones vitales y su interpretación puntual o extensa en nuestro día a día.
LA RICA NEGRITUD DEL MUNDO ANALÓGICO. Hace cuarenta y tres años a internet y su universo digital ni se le conocía ni se le esperaba como a Godot en la obra teatral de Samuel Beckett. La apuesta del autor por trasladarse al siglo XX es un aliciente más en las posibilidades de la historia y los personajes. Un mundo donde se reconocía a la radio o a los periódicos en papel como informates de la cotiadianidad. Donde las cabinas de teléfono eran islas en las que se encerraba el misterio que desentrañaban las guías telefónicas. Los libros en papel se convertían en mariposas sobre las manos que volaban en préstamo. Se escribían cartas que contenían una vida en sí misma y se introducían en sobres de papel bajo la custodia del servicio de Correos como un vörðr fidealizado a su espíritu guardían en la mitología nórdica. No existían pantallas, ordenadores, redes sociales, cámaras microscópicas, teléfonos portátiles. Nuestra intimidad no se aireaba. Permanecía inédita. El imperio, ahora totalitario, de la imagen balbuceaba. El GranHermano que presagiaba George Orwell no estaba muy lejos de su novela 1984. La atadura cibernética era una distopía que se ha hecho inevitable realidad. Liberado de estos elementos la trama se hace de esa naturalidad en la que los términos anglosajones -anglicismos tecnológicos- para designar elementos informáticos o relacionados con ellos no tienen arte ni parte. No existe sofisticación virtual. Todo pende de encuentros y desencuentros. No hay información privilegiada conseguida a golpe ratón. Esa espontaneidad luce con viveza en los pasos que crujen sobre la nieve o en la muda onomatopeya de los disparos que resuenan en las páginas de Sangre en la nieve. Como el sonido del tiroteo de una película del Oeste donde el espectador también dispara. La novela posee ciertos rasgos que la aproximan a este género cinematográfico por el cuidado a la hora de establecer los momentos de acción y la mezcla del bien y el mal según quien desenfunde. La verosimilitud, el ingenio, la agudeza van de la mano. Otro aspecto interesante de la obra es la inclinación de Olav hacia la lectura. El autor profundiza indirectamente en la metaliteratura. Somos hijos de nuestras costumbres y la lectura es un hábito contráido en esa pertinaz lucha por conseguir su propia autonomía. Las diversas referencias infantiles, narrativas y líricas se ensamblan en su pensamiento mientras su cuerpo de Gigantes y cabezudos es portado por un niño que lee Los miserables, de Victor Hugo, y escribe cartas de amor con la lentitud de un galápago.
EL AMOR Y LA CONMISERACIÓN. La relación mística y la carnal se retuercen el alma de Olav.Y aunque es la segunda por la que se decide, en primera instancia, una vez consumada su fantástica y embaucadora efervescencia. Sin embargo es la primera la que concentra la convergencia de dos mundos que se atraen por su desgracia: la dislexia de un matón y la sordomudez y cojera de María, favorecida por el alma caballerosa, galante y desprendida de aquel. La mano asesina se resiste a ser locuaz con sus sentimientos. Se limita a seguir a su amor platónico a hurtadillas en su itinerario de vuelta a casa tras la salida laboral. Realmente hermoso el seguimiento en la distancia descrito durante el viaje en metro y su declaración en voz alta. Apagada oportunamente en cada viaje por el furioso traqueteo que se produce en el trayecto al paso por el corazón de una aguja de entrevías. Una cuestión no menor que, en cierto momento unido a su audacia, le salvará la vida. Ese fogueo amoroso le es suficiente para aliviar el dolor ajeno que también lo es propio con su malograda existencia. Amor y dolor se recubren en la misma piel. El destino del sicario escandinavo es febril y onírico canto de cisne. El soliloquio que mantiene al final de la historia es de alta tensión y deviene en una simbólica imagen de rey destronado cuyo testamento es sencillamente una carta fedataria de sus sentimientos escrita a trancas y barrancas para su consorte. Una obra no solo recomendable para quienes desean disfrutar de la lectura.También de la jugosa detección de ese otro mundo donde los depredadores andan sueltos. Negocios oscuros en los que la heroína provoca que Noruega sea uno de los países con mayor número de muerte por sobredosis. Como señala su autor, ‘Lo peor es que antes se hablaba de ello, parecía un preocupación social, hoy ya no, se ha normalizado, y eso no es bueno’. Esa presunta normalidad no casa con la novela negra que se precie. El escepticismo forma parte de su personalidad más acusada. El mismo Olav lo certifica en uno de sus muchos comentarios tratando de autoconvencerse ‘Como cuando un buen día descubrimos algo que no sabíamos que podía existír. Sentimos algo que no sabíamos que podíamos sentir. Oímos un sonido hueco al golpear la pared y nos damos cuenta de que pueda que haya otro cuarto al otro lado. E ilumina una esperanza, una esperanza dolorosa y enervante que nos carcome y simplemente no podemos ignorar. La esperanza de que existe una vía de escape, un callejón que lleva a un lugar desconocido. Que existe un sentido. Que existe un relato’. Quizás porque como señala el refrán la esperanza es lo último que se pierde. Aunque esta permanezca encerrada en La caja de Pandora mientras los males del mundo no dejan de importunarnos.