marzo de 2024 - VIII Año

Salvador Reyes Figueroa: novelista, ensayista y poeta chileno

En su literatura el mar tiene una importancia sencillamente decisiva

“Es uno de esos narradores de gran calidad que han pasado,
injustamente, al olvido o a un inmerecido segundo plano”.

Camilo Mraks
Canon  (Cenizas y Diamantes de la Literatura  Chilena)

Hace años conocí y trabé amistad con un exiliado chileno. Vino a España tras el sanguinario golpe de estado de Augusto Pinochet… y ya no regresó. Me gustaba departir con él sobre literatura chilena, en particular y, latinoamericana en general, sobre política y sobre muchas más cosas.

Me ayudó a descubrir a escritores chilenos de largo recorrido. Siempre he creído que para conocer una época, pongamos por caso, el siglo XX, hay una serie de autores, novelistas, ensayistas, poetas que están olvidados, mas, que son imprescindibles para reinterpretar esos años importantes y decisivos.

Recuerdo que en Águilas (Murcia), hablamos una tarde entera, de la importancia del mar en la literatura de Salvador Reyes. Quizás, por eso, este artículo es en cierto modo un homenaje a ese amigo y compañero chileno con el que compartía mi admiración por Salvador Allende y la vía chilena al socialismo.

Una lectura apresurada de las obras de Salvador Reyes (1899 – 1970), puede dar una visión superficial que no acierte a captar que sus novelas son mucho más que relatos de aventuras. Estuvo dotado de una sólida imaginación poética y, en sus páginas se trasluce una admiración por Cervantes. Puede decirse que era cervantino y cervantista.

Se aprecia, por ejemplo, la huella del autor de “El Quijote” en los dos volúmenes de sus memorias donde aparece, en un lugar destacado, “La del alba sería”; poco después en 1960, dio a la imprenta “Duelos y quebrantos”, en cuyo título no hace falta buscar mucho para encontrar resonancias cervantinas.

Su prosa es brillante y vigorosa. Compuso en perspectiva. Sabe como penetrar en nuestra imaginación de lectores de un modo indeleble. ¡Cuántas cosas se traga el tiempo! Su paso es inmisericorde… lo traga todo y son pocas las obras literarias que respeta. Lo que naturalmente, no debe ser óbice ni obstáculo para intentar rescatar lo que merece la pena que se conserve en el imaginario colectivo.

Recuerdo, de algunas lecturas, sus espléndidos cielos azulísimos o los lentos y agradables atardeceres, cuando termina de apagarse la tenue luz en un puerto de mar, pongamos Valparaíso. Es un escritor sobrio, en algunos momentos, áspero… siempre certero que demuestra esa fe en lo imposible que se deja llevar por alientos utópicos. Sentía una atracción irrefrenable por revivir y recuperar historias que otros pensaban que ya habían caducado. Le gustaba llevar a sus páginas hombres sencillos, sin dobleces, acostumbrados a lidiar con los mares o con las arenas del desierto y que no caen nunca en la tentación de convertir en sospechoso al que necesita ayuda.

Se ha dicho de él que perteneció a la Generación del 27, que ha sido eclipsada, diluida y dispersada por la voz poderosa de Pablo Neruda. Otros prefieren ubicarlo en la Generación de 1920, que se gestó en torno al Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Varios de sus integrantes llevaron una vida bohemia,  jugaron a ser ‘malditos’ con los riesgos que esto implica y, murieron muy jóvenes. Hoy, quizás, sólo recordamos de sus integrantes a Alberto Rojas Jiménez, Romeo Murga y Salvador Reyes. La sombra de Baudelaire, Rimbaud o Verlaine es, desde luego, alargada… y peligrosa.

En 1935, publica la novela “Ruta de sangre”, muy representativa de su literatura posterior. Relata las incursiones de los piratas ingleses por las costas de Chile. No es una novela histórica, no es tampoco, una novela de aventuras, mas, tiene elementos nada desdeñables de una y otra. Cuenta con un interesante prólogo de Augusto D’Halmar.

Años más tarde, en “Mónica Sanders”  narra las relaciones, un tanto tormentosas, de la protagonista con un ballenero.

El mar aparece profusamente, en una de sus mejores novelas “Valparaíso, puerto de nostalgias”. El mar con su inmensidad lo seducía; su obra está repleta del trasiego de los puertos, las estrechas callejas, los bares, cafés y tugurios donde beben, intercambian proezas exageradas con ron, capitanes y marineros rudos, amantes de la libertad, ingenuos y soñadores. La naturaleza le atrae, fuera de ella todo es menos auténtico… el espíritu se ahoga.

La crítica, unas veces lo sitúa como imaginista y en otras ocasiones, lo considera un escritor de vanguardia. Para mí, unos y otros elementos se solapan, es más, se funden en su literatura. De lo que caben pocas dudas, es que este ‘copiapino’ es el máximo exponente de lo que podríamos denominar la ‘literatura marítima chilena’. No es extraño a tales efectos, que utilizara profusamente el pseudónimo ‘Simbad’ que nos trae, inevitablemente a la memoria, aventuras a lo largo y ancho de los mares.

Este creador que llevó a cabo tareas diplomáticas, formó parte de la Academia Chilena de la Lengua y obtuvo el Premio Nacional de Literatura, fue un hombre culto, cosmopolita… mas, como les ha sucedido a otros, los puertos que en su adolescencia y juventud ha recorrido Caldera, Antofagasta, Valparaíso, acuden una y otra vez a su imaginación. Por eso, no es casual que escribiera “Yo hablo del mar no para dármelas de extraño, exótico o desarraigado, sino porque lo he visto y vivido”

En todo escritor tiene más importancia de la que parece sus lecturas juveniles, ya que marcan, excitan la imaginación y dan ‘alas a la fantasía’. Leyó con fruición a Emilio Salgari, Robert Louis Stevenson, Alejandro Dumas, Walter Scott y Conan Doyle. Ni que decir tiene que estos autores le dejaron una profunda huella y que, aunque en su madurez leyó a autores en prosa y verso, especialmente europeos, muy representativos del periodo histórico que le tocó vivir, en las páginas de sus libros asoman, aquí y allá, estas lecturas juveniles.

Hace años, cuando cayó en mis manos, “Nocturno en Chile”  de Roberto Bolaños, un escritor para mí de referencia, experimenté una sensación de alegría al leer el nombre de Salvador Reyes en las páginas de este apasionante libro y es que el alma de un escritor persiste en la memoria a través del recuerdo de los lectores.

Me alegró saber igualmente que cuando recibió el Premio Nacional de Literatura, mi admirado Jorge Edwards figuraba en el jurado, representando a la Sociedad de Escritores. Creo que merece la pena señalar que al conocer que le había sido concedido, regresó a Chile, donde murió tiempo más tarde. Son expresivas las palabras que pronunció tras su concesión: “No esperaba este Premio, aunque tampoco me sorprende. Lo recibo no como escritor, sino como cronista de la vida”  No es aventurado afirmar que eso fue lo que esencialmente, caracterizó su literatura.

Cuando dedico alguno de mis ensayos a hablar de una figura desconocida, o casi, me gusta sugerir la lectura de alguna de sus obras. En el caso de Salvador Reyes hay donde elegir. No obstante, he de manifestar que “Rostros sin máscaras”, (1957), es un libro muy original. Consiste en una serie de entrevistas a personajes variopintos; a muchos lectores no les dirá nada algunos de los entrevistados, aunque sí con toda seguridad, otros. Lo mismo cabría decir de “Peregrinajes literarios en Francia”,  ya que Salvador Reyes era un excelente conocedor de la literatura europea. En cuanto a sus novelas tiene no poco encanto “El café del puerto”  y las novelas cortas agrupadas en “Norte y Sur”.

Por extraño que pueda parecer, mezcla momentos de tensión y de acción, con otros de calma y sosiego, en los que se desprende una cierta sensación de ataraxia. Merece la pena leerlo y disfrutarlo, por la curva ascendente de su invención y de su capacidad creativa. Un estilo depurado, las más de las veces, es fruto de un trabajo incansable. Podría afirmarse que su teoría estética consiste en dejar que la belleza y la sensibilidad se manifiesten y que parezcan casuales.

Creo que no es aventurado señalar que daba forma a las historias que más favorecían y propiciaban lo que quería contar. No sé porqué, me viene a la memoria una cita de Laurence Sterne “siempre resulta más perdonable la falta de verdad que la de belleza”. Aquellos que pretenden ocupar el lugar de los ídolos recientemente derribados… suelen pagar cara su osadía. El empleo de la fuerza tampoco suele conseguir los propósitos pretendidos. La verdad no es como algunos piensan, la versión de la tribu dominante. La fuerza bruta, no alcanzará nunca el recorrido del valor, la astucia y la inteligencia.

Da la impresión que conoce de memoria los paisajes que sus ojos contemplaron. Es un escritor con el oído atento a los rumores de la calle. Los materiales que le llegan los pule, los ‘poetiza’ y los eleva… casi podríamos decir que les aplica el ‘concepto filosófico’ de reflexividad.

Trabaja con calma ‘la arquitectura’  de personajes y situaciones. La realidad impone su fortaleza. Por su coraza mohosa, resbalan las tendencias de cada época, que cometieron el pecado de soberbia de creerse definitivas.

El poder deja siempre espacios vacios… que no tardan en ser ocupados. Hay que tener dotes de observación para percibir el equilibrio precario entre estabilidad y cambio.

Fue un innovador. Lo mejor que puede decirse de un escritor es que no se limite a seguir las normas y corrientes del momento, sino que sea capaz de cuestionarlas, enfrentarse a ellas, poniendo así en circulación otras ideas y otras formas de expresión.

La literatura en Chile estaba apresada en los estrechos límites del criollismo. Se atrevió a romper ese esquema, esos moldes y, hasta puede hablarse de un antes y un después. La revista “Letras”, que fundó junto a un grupo de amigos y colaboradores, de los que quizás haya que ocuparse otro día, como Luis Enrique Délano y Hernán del Solar, es buena prueba de ello.

Puede que sea apropiado señalar que ingresó en la Masonería, concretamente en la Logia Cóndor nº 9. Como es sabido, la Masonería tuvo y tiene un fuerte predicamento en Chile. Nosotros, por el contrario, en nuestra juventud, nos formamos oyendo esa pestilente retahíla de conjuras judeo-masónicas… y descalificaciones, sin más.

En su discurso de ingreso en la Academia Chilena, que considero una pieza que tiene mucho más valor del que se le ha concedido, expone lo que podríamos denominar su ‘modus operandi’, o lo que viene a ser lo mismo, su método para componer sus obras. Estas son sus palabras: “cualquier cosa, a mi manera de ver, puede sugerir un tema novelesco; una conversación oída al pasar, una silueta dibujada en la bruma, hasta el nombre de una persona”.

En muchas de sus obras se aprecia un profundo amor a la naturaleza, el mar fue frecuentemente motivo de inspiración, hasta tal punto que llega a fundirse con su propio ser; por eso no es de extrañar, que deseara fervientemente que sus cenizas fueran esparcidas, concretamente en la Costa de Antofagasta. Durante toda su vida fue un marinero en tierra y es un gesto relevante que por sí mismo explica muchas cosas, que eligiese el océano como mortaja.

Tampoco quisiera dejar en el olvido que su espíritu aventurero le llevó a viajar constantemente, favorecido eso sí, por los destinos diplomáticos que fue asumiendo: París, Barcelona, Londres, Roma, mas también, viajó por la India, Tailandia o Vietnam desde su enclave diplomático en Turquía. Me parece de justicia señalar que visitó la Antártida y que le impresionó. Dejó hermosas páginas de esa experiencia en “El continente de los hombre solos”.

París le fascinaba, regresaba una y otra vez, a esta ciudad de las vanguardias que tanto le atraía y le inspiraba. Llegó a conocer muy bien la literatura francesa y fue elegido, por las autoridades chilenas, para actuar como edecán en la visita que el novelista y político André Malraux, realizó a Chile.

El tiempo es voraz, poco escapa a su capacidad destructora. Haríamos muy bien, sin embargo, recordando el legado creativo e intelectual de algunos hombres olvidados o despreciados por la historia.

¿Puede ayudarnos Salvador Reyes a entender lo que está sucediendo en Chile? Sinceramente, creo que sí. La infame herencia de Pinochet va a ser definitivamente enterrada, cuando se redacte la nueva Constitución que, aunque a trancas y barrancas, ya está en marcha. Por otro lado, ‘la trágica experiencia’ de la pandemia, si sabemos extraer las consecuencias adecuadas, puede ayudarnos a afrontar algunos problemas enquistados, de otra manera más cuerda.

Los europeos vivimos un momento crucial para el futuro de la Unión Europea, donde por primera vez, quizás en décadas, podemos avanzar, mas si por cobardía o porque no seamos capaces de atajar los problemas endógenos, podemos empantanarnos y caer en un círculo vicioso del que nos sea tremendamente difícil salir.

En cualquier caso, no puede venirnos mal analizar y repensar cómo nos han visto desde fuera, especialmente desde Latinoamérica, dejando impresiones, reflexiones y vivencias que haríamos bien en tenerlas presentes en este tiempo de incertidumbre.

Releer y repensar a Salvador Reyes tiene hoy un profundo sentido ¿Por qué? porque puede ayudarnos, en un tiempo inestable como el presente, a volvernos hacia nosotros mismos y encontrar opciones de futuro… en lo mejor de nuestra tradición europeísta.

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