Obscena sabiduría
Pauline Le Roy
Grupo editorial Sial Pigmalión
Colección “Pigmalión Poesía”, nº 112
Prólogo de Vicente Araguas
Madrid, 2020; 88 páginas.
Pauline Le Roy (Santiago de Chile, 1966), una de las pintoras expresionistas más interesantes no sólo de su país sino de toda América, además de una figura extraordinariamente activa en el ámbito del asociacionismo artístico –sobre todo, desde mediados de la pasada década hasta el momento presente-, debutó en el campo de las letras hace ahora doce años, en 2009, bajo el seudónimo de Marina Germain. A aquel primer poemario, Magma, aparecido en tierras chilenas, le siguieron otros dos de cuna estadounidense, Himinam (2011) y Vulom (2013), firmados con idéntico nombre artístico. Estambul, un par de años después, supuso algo más importante que el regreso editorial a Chile –al fin y al cabo, la carrera literaria de la autora ha acabado teniendo un carácter fundamentalmente internacional-; Estambul fue la ocasión del encuentro definitivo de Pauline Le Roy con Pauline Le Roy. Soslayado el seudónimo –soslayado aunque no olvidado-, y tras la publicación de sus dos primeros libros en España, Amanto (2016) y Neón (2017), Marina, en 2019, representó la oportunidad de acometer, en clave autobiográfica, y al calor de un fascinante juego de espejos de estirpe cubista, el esclarecimiento nominal pendiente. “Mi segundo nombre es Marina, mi ex seudónimo es Marina Germain, pero también mi abuela (…), quien fue pintora o más bien quiso serlo (…), se llamaba Marina”, reveló entonces Pauline Le Roy, de manera que aquel libro, ya en el seno de la colección madrileña “Pigmalión Poesía”, vino a dar “espacio en el mundo real a la Marina que soy yo, y a Marina, mi abuela, y a Marina, seudónimo”. Puesto en orden todo cuanto debía estarlo, en un ejercicio encomiable de introspección lírica, la poética, vivísima siempre, de la autora iberoamericana se enriquece ahora con Obscena Sabiduría: una nueva entrega donde han quedado agavilladas sesenta y tres composiciones, repletas de las búsquedas expresivas tan reconociblemente peculiares de Pauline Le Roy.
Esta vez, las indagaciones no se han detenido ante la barrera del pudor. No el que tiene que ver con la salvaguarda de la estimación propia –algo, a fin de cuentas, meramente individual-, sino el que impediría acceder a ese región secreta llena de vasos comunicantes entre el latido universal del cosmos y las pulsiones de la especie humana. Lo cósmico, qué duda cabe, se yergue como capital asunto en el devenir de toda esta poética; sólo que aquí, y gracias al trabajo literario que únicamente es capaz de propiciar y materializar la poesía –entiéndase el voltaje, el vigor, la intensidad del lenguaje poético-, el cosmos penetra nuestra esencia, y nuestras existencias, sin asomo de dudas ni contemplaciones estériles. Si la sabiduría puede llegar a ser obscena –el título mismo de la obra viene a afirmarlo tajantemente-, lo será en la medida en que el conocimiento participe, al mismo tiempo, de lo cósmico, lo artístico y lo humano.
Pauline Le Roy sale bien librada de la ambiciosa empresa, en el que ya se postula como uno de sus trabajos más radicalmente libres y mejor resueltos. Un torrente de imaginación se desata desde los poemas iniciales; caudal impetuoso que tiene algo de implícita bacanal metafórica (“De mi terciopelo bajan duendes con agallas magníficas (…) / y de regalo obtuve el crujiente sonido de mi tanque corazón”). Así, la pulsión erótica se instala en una suerte de sublimación pluridimensional y estelar: “Naturaleza instintiva de mujer / que carece de manos / y florece en otra dimensión, / (…) obscena de sabiduría”; “…si usted ve una Diosa que no tenga manos / sepa que es una rosa de otra galaxia”. No obstante, en el poema “Ensimismada de pasión”, una valiente idea global de masculinidad, conectada fervientemente con el universo femenino, es defendida con carnales y fogosos acentos: “Hombre mío, ya vienes, como antaño / desde mares navegando a mi cueva que es tu amor”. Y “siendo el mundo de los que adoran al amor / como se adora una estrella cuando se está solo”, lo transparente, a la vez, puede ser recibido como un “borde neutro”; como un “dolor sin dolor” o “una historia sin final”. Panorama cósmico, perspectivas totalizadoras en las que caben la ternura concreta de la maternidad –atención a la página titulada “La belleza de un niño, un hijo”-, el flirteo con la escritura automática en “Capitán manos aguadas” –uno de los cinco poemas en prosa del volumen-, la soledad de lo telúrico casi como una invocación o una secreta identificación con la diosa Gea –“Recógeme, Cordillera / (…) soy la musa de mil hombres / soy la sola de tus montes”-, y la apertura múltiple al fenómeno de la sinestesia, por ejemplo a través de la música y su arpegio, como “el arranque del ave / que no quiere contacto / pero busca la gran visión”.
Escribe Pauline Le Roy, desde su chilenidad entusiasta: “Vengo del país de los poetas”. Y escribe Pauline Le Roy, desde su entusiasmo de exploradora artística: “En el abismo todo se abrió y yo reí”, para luego recordarnos que es “en mundos desconocidos (…) donde se da la unión de la vida”. La gran visión, las grandes visiones de esta obra se sustentan en el absoluto poder de la poesía; lenguaje al que, en puridad, Obscena Sabiduría rinde ofrenda en cada una de sus páginas. También en lo que no se dice (“La pasión del silencio, / el deseo en el secreto”). Y, por supuesto, en lo que ha de decirse –y acierta a expresarse, además, con rotunda hermosura- porque nadie alcanzó a verlo: “….cuando las ballenas daban hermosos saltos en un rincón del océano donde nunca hubo alguien que las pudiese ver”.