marzo de 2024 - VIII Año

Saramago a escena

2022 – Centenario del nacimiento de José Saramago

“No hay en el mundo una emoción como ésta” -me dijo un radiante Saramago, ante la explosión de entusiasmo del público del desaparecido teatro Albéniz, mientras esperábamos entre cajas nuestro turno para saludar, la tarde del otoño de 1996 en la que estrenamos LA NOCHE, una de sus piezas dramáticas.

“Uno contempla un ejemplar de alguna novela suya en el escaparate de cualquier librería y piensa con satisfacción: la he escrito yo” –continuó explicándome con todo el entusiasmo que le permitía su bien conocida flema-, “pero no hay nadie cerca que te diga si le ha gustado o no le ha gustado, ni, menos aún, que te exprese su entusiasmo. Sí, claro, está la prensa, la crítica… ¡Pero esto! ¡Este clamor!”-. No pude oírle más. Llegó mi turno y tuve que salir a escena para saludar. Algunos segundos después me seguía hasta el centro de la “corbata”, donde, según el ritual de “las glorias”, quedó solo ante el entusiasmado público, disfrutando de esa intensa emoción que constituye uno de los componentes esenciales del veneno del teatro.

Más tarde vendría el Nobel y tendría sobrada ocasión de saborear en directo el reconocimiento unánime del público. Pero tengo la completa seguridad de que aquella sesión del madrileño Festival de Otoño96 fue algo muy especial para él. La tengo porque el público de aquella noche no aplaudía sólo su talento creador. Aplaudía también su testimonio moral, cívico y político; su vida, en una palabra, un fragmento de la cual tenía  motivos para creer que había acabado de ver sobre el escenario.

Antes de escritor, José Saramago ejerció el periodismo. Profesión que practicó bajo la dictadura de Oliveira Salazar, un dictador autocrático que controlaba la totalidad de los medios de comunicación y entendía la prensa, lo mismo la pública que la privada, como un instrumento publicitario a su servicio. Ni como ciudadano ni como periodista consiguió nunca el Nobel portugués aceptar semejante estado de cosas, al que siempre consideró intolerable, por lo que pronto comenzó, en la medida de lo posible, a intentar denunciarlo en los artículos que publicaba, lo que lo convirtió en un elemento incómodo para el sistema, el cual reaccionó accionando contra él cuantos resortes tenía a su alcance para excluirlo primero del periodismo, y, de la propia sociedad después.

En LA NOCHE Saramago disecciona las bases del funcionamiento cotidiano de la prensa en un sistema político totalitario como el que a él le tocó sufrir. Narra lo supuestamente vivido en la redacción de un hipotético diario progubernamental (en el Portugal de aquellos días no los había de otro tipo) la noche del veinticuatro al veinticinco de abril de 1974, reflejando los esquemas del quehacer diario de la industria mediática en aquella dictadura y la vulgar miseria que se ocultaba bajo el ajetreo desarrollado por la dinámica de aparentar informar sin, en realidad, decir nada.

Para ello recrea una sala de redacción en la que todo parece en calma, sin más tensión que la derivada de los pequeños conflictos que los celos profesionales y la simple convivencia producen entre los periodistas que la ocupan, profesionales sin otra meta que la de cubrir el expediente mientras llega la hora de marcharse a casa. Excepto el director, que suele ausentarse cuantas veces le conviene, cada cual mata el tiempo dedicándose a lo suyo: a la ingesta de sus pastillas y medicamentos diversas, al perfeccionamiento de su manicura, a la escucha de su transistor, al martirio de sus chistes y a sus espionajes, delaciones y denuncias. Sólo la actividad del redactor de deportes, encargado de las noticias sobre el futbol, escapa de la quietud de tan plúmbeo páramo. También lo hacen, cuando está presente, la vanidad del director y, en todo momento, el servilismo del jefe de redacción. El primero, medrando ante las alturas con artículos de vacua e incompresible retórica; el segundo, acatando sumisamente las órdenes de quien aprueba o censura lo que ha de entrar en imprenta: la autoridad militar, la verdadera dirección del periódico. Desde el taller, entre tanto, llegan los ecos de los cajistas, que esperan el momento de poner en marcha las máquinas para la impresión de los ejemplares que han de venderse mañana. A los propietarios, siempre ausentes, se les supone en sus importantes cenas y saraos.

Ni siquiera logra alterar la monotonía imperante el prudente “sotto voce” con el que, bajo la silenciosa mirada de ofidio del redactor parlamentario, confidente de la PIDE, la temible policía política del régimen, se confían su respectivo desacuerdo con el estado de cosas del país y su mutua decepción  con el funcionamiento de su profesión, los dos únicos miembros de la redacción que desentonan en medio de tanta mediocridad, Manuel Torres, el postergado redactor de provincias, y Claudia, la casi ignorada meritoria, el experimentado maestro de periodistas y la joven aprendiza del oficio.

Con esos rápidos trazos José Saramago dibuja en el primer acto de LA NOCHE los rasgos fundamentales del funcionamiento de la prensa portuguesa durante aquella dictadura y los de  la desmotivadora situación en la que desarrollaban cotidianamente su trabajo los periodistas y demás empleados de una empresa de comunicación lusitana de aquellos días. Situación idéntica a la que se encontraba la redacción ideada por nuestro Nobel a las doce de la noche del veinticuatro al veinticinco de abril de 1974, cuando en el transistor de Faustino, el botones, comenzó a sonar la canción de José Afonso “Grandola Vila Morena”, dando comienzo a la Revolución de los Claveles y final al primer acto.

A esas alturas de la obra los caracteres de los personajes están pintados, las relaciones entre unos y otros esbozadas, y los intereses de cada cual expuestos. Tan solo falta que entren en contradicción para que la falsa armonía reinante salte por los aires hecha añicos. Lo que ocurre a poco de dar comienzo el segundo acto y empezar a llegar los primeros rumores acerca de un levantamiento militar en contra del régimen y de la existencia de supuestas columnas de tanques que se acercan a Lisboa con el objetivo de derrocar al gobierno que lo apoya.

No tarda la incredulidad en deja paso al pánico, ni éste en estallar conforme los rumores se tornan en verosímiles indicios, mientras que desde el entorno gubernamental sólo se obtiene el silencio como única respuesta a las demandas de un deseado desmentido. Contribuir, en la medida de sus posibilidades, a impedir que el golpe se consolide, desmintiendo su existencia en la primera edición del siguiente día, se convierte en el objetivo prioritario del director, que se ha visto obligado a volver a su despacho precipitadamente, del jefe de redacción y de la mayoría de los periodistas. Pero Torres y Claudia, partidarios exactamente de lo contrario, maniobran con rapidez, logrando ésta el apoyo de los miembros del taller, al avisarles de lo que está pasando, mientras aquel consigue escapar en busca de la confirmación definitiva de la noticia.

La tajante negativa del taller a imprimir el mendaz desmentido provoca tal caos entre los distintos sectores de la empresa que hasta los propietarios se ven obligados a dejar sus fiestas y hacer acto de presencia, para intentar imponer de nuevo el viejo orden y lograr la impresión y publicación de la falsa noticia. La vuelta de Torres con la confirmación del triunfo del golpe y el consiguiente final de la dictadura lo impide, al tiempo que, con la entrada en máquinas de la buena nueva, comienza a prepararse un orden nuevo en la redacción y en el país.

Acepto que las coincidencias existentes entre la profesión del autor y la de su personaje principal, Manuel Torres, así como entre las ideas y la actitud política de uno y otro, no constituyen pruebas suficientes para permitirme asegurar que LA NOCHE sea una obra autobiográfica, pero sí para atreverme a mantener que se trata de un autorretrato. Realista o idealizado; como el autor es, o como le gustaría haber sido, pero, en cualquier caso, un auténtico reflejo de sí mismo. Si, además, también vivió en persona la peripecia argumental que describe en su obra, mayor razón para explicar la especial satisfacción con la que recibió la cerrada ovación del público, según él mismo me confió emocionado entre las cajas del escenario del desaparecido teatro Albéniz la noche de su estreno.

Nota del editor: Las imágenes inéditas que ilustran este artículo han sido cedidas por Joaquín Vida

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