marzo de 2024 - VIII Año

Sobre ‘Los besos en el pan’ de Almudena Grandes

Los besos en el pan. Almudena Grandes. TusQuets, 2015

Esta es una novela sobre Madrid, no importa el barrio ni el lugar. Es un homenaje a sus gentes modestas. A sus habitantes variopintos y heterogéneos. A sus calles y a sus plazas, a su vida alegre y sus rincones tristes. Los madrileños son una buena medida de las preocupaciones y del sentir de los españoles.

Siempre hemos sido pobres, incluso en la época en que los reyes de España eran los amos del mundo, cuando el oro de América llegaba sin dejar a su paso nada más que el polvo que levantaban las carretas que lo llevaban a Flandes, para pagar las deudas de la Corona.

Almudena junto con Galdós ha representado esa medida del escritor que ha asumido su papel como relator de la historia. Galdós ha sido el fotógrafo literario del siglo XIX y XX y Almudena ha acometido esa tarea ingente después de ser el cronista desde los crudos años del final de la guerra civil hasta el inicio de la democracia. No podría de otro modo, cuando se ha embarcado vocacionalmente en una obra tan extensa y sentida.

Ha esculpido con su pluma el sentir de muchos españoles desde el barrio castizo de Madrid donde ha vivido. La plaza de Barceló que quedó retratada en una de sus novelas como un rincón de ese Madrid poliédrico que ha servido como crisol de muchos emigrantes, que se han sentido, al final, ciudadanos de la capital de las Españas.

En esta novela la autora la dedica a sus hijos que ya no besaron el pan como sus abuelas porque no necesitaron hacerlo. En ella nos invita a un viaje retrospectivo a ese Madrid profundo, colorista y acogedor, en medio de todas las desesperanzas.

Se superponen en este remanso de reflexión varias décadas de nuestra historia. Por él han deambulado los pacientes del Doctor García, como sombras en la postguerra, y se han acuñado los fríos y largos días de un franquismo insoportable e inacabable, de negras noches y de rostro hostil, iluminados tan solo por sus angustias y sus pensamientos, bajo un cielo azul velazqueño.

Por sus calles y por las plazas, sus habitantes han discurrido a sus quehaceres cargados con la sempiterna mochila a hombros de su supervivencia.

Era una época donde cuando se caía un trozo de pan al suelo, los adultos obligaban a los niños a recogerlo y luego a darle un beso antes de devolverlo a la panera tanta hambre habían pasado sus familias en aquellos años en los que murieron todas esas personas queridas cuyas historias nadie quiso contarles.

Es una novela intima, introspectiva, de valores sencillos y hondas reflexiones, de amor por sus calles y por sus gentes. De sus mujeres que hicieron de la necesidad virtud no solo en la cocina, sino del cariño su bandera, hasta más allá de sus fuerzas. Como dice Almudena, la felicidad es una forma más de resistir.

La gente pronto hizo en ese Madrid que ya se extiende mucho más allá de las Ventas y la Plaza de Castilla, un lugar para acomodar sus intereses y expandir sus anhelos, labrando un espacio vital que se extiende como una prolongación más allá de su piel.

Almudena evoca todas esas sisas sobre la que se escapa la ciudad moderna desde un espacio chiquito, su propio barrio, que era el de la postguerra, hasta los confines de una urbe que no conoce final.

Y en medio de ella, el madrileño ha aprendido a olvidar, ya que el futuro radica en poder vivir. Alguien nos dijo que la democracia se construye sobre ese horizonte como un lienzo infinito donde escribir sus nuevos anhelos. Quizá, dice la autora, hemos olvidado demasiado pronto, todo, incluso nuestro pasado, sin analizar qué nos ha pasado y como ha sido lo acontecido hasta la misma orilla de nuestros días.

¿Para qué recordar la guerra, el hambre, centenares de miles de muertos, tanta miseria? Los españoles, que durante muchos siglos supimos ser pobres con dignidad, nunca nos habíamos sabido ser dóciles. Nunca, hasta ahora.

La novela se detiene a considerar esas cosas chiquitas, que imperceptiblemente han ido cambiando en nuestras vidas, y han forjado otra realidad. Muchas tiendas han cerrado, se han abierto otras más baratas, el perro y las mascotas se ha convertido en un refugio de afectos reconvertidos, y los pulsos ciudadanos se han transformado en sensaciones no reconocidas ni por los ancianos. Se han ido forjando más angustias y menos descansos. Más ruido y contados silencios. Más coches y escasos paseos. Todo se ha acelerado como en las antiguas películas de Chaplin, con comidas improvisadas servidas por un ciclista. Son “Tiempos Modernos” en versión de nuestros días.

La especulación ha dado espacios más pequeños y más caros y las gentes viven en realidades muy diversas. A veces tan solo con una habitación en un piso compartido. Las gentes se separan y se unen a la misma velocidad que los acontecimientos. Tan solo esperan para escapar una semanita a la costa y encontrar allí un hueco para sus tribulaciones. Son vidas infinitesimales. Las otras, las de los de siempre, a buen recaudo, se colocan lejos del ajetreo de la plebe.

Es difícil no leer esta narración sin detenerte a verlo como el relato a través de un caleidoscopio preñado de colores, en que cada cristalito es una vida moviéndose en un espacio diminuto. En cada uno de ellos chirrían las vidas de sus habitantes, como los muelles de un somier, o se traspasa el dolor de sus vidas o sus alegrías a través del tabique. Es de un valor considerable conservar el humor en medio de este enredo. El retrato me resulta tan explícito como aquellas viejas fotografías obtenidas bajo una tela a través del ojo entrenado de una cámara de fuelle iluminado con un disparo de magnesio.

Almudena nos obsequia con una mirada aguda y pormenorizada de un Madrid transformado, como una equilibrista asomada al vacío, en este caso, asomada a una atalaya con un catalejo puesto del revés.

Hemos perdido una gran cronista de Madrid y de los españoles, de nuestro pasado y de nuestro presente, de sus vicisitudes y de sus angustias, con una sonrisa imborrable en la boca y un cigarrillo en sus labios. Tan solo un poeta sería capaz de estar a su lado para completar la belleza de sus narraciones, y admirar el amor de sus compromisos que son los nuestros.

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