marzo de 2024 - VIII Año

Camandulero

Garciasol y Buero Vallejo

DURANTE una larga y provechosa temporada de mi vida, mantuve una cordial, fraternal amistad con el escritor Miguel Alonso Calvo (conocido en el mundo civil, como Ramón de Garciasol). Oigamos con sus propias palabras, el porqué del seudónimo: “El 31 de mayo de 1936, El Sol, prestigioso diario madrileño, daba cuenta de la aparición del libro “Poemas del tiempo nuevo”, de Miguel Alonso Calvo, estudiante de veintidós años: “Se trata de un poeta que siente con gran riqueza de contrastes las vibraciones de la vida actual; por tanto, sus poemas son a la vez nuevos y humanos”. La noticia, de Antonio de Obregón, crítico connotado, colaborador de Revista de Occidente, al que la guerra civil cortó la prometedora carrera literaria, me trajo satisfacciones primerizas: cualquier cosa bastaba a nuestra humildad. Durante muchos años lo he callado, no tanto como “Alba de sangre”, aparecido en Madrid en 1937, momento enconado de la guerra. Aparte de no considerarlo poéticamente demasiado, por el peligroso testimonio que podía aportar contra mí. Muchos amigos consideraban que “Alba de sangre” era “un libro de paredón”. Para evitarlo, en lo que me correspondiese, me acogí al Ramón de Garciasol, que se me ocurrió en Murcia, soldado prisionero de guerra en el 45 -atención al número- Batallón de Trabajadores, donde pasé apurados mis campos de concentración, perdido en la masa, salvado en el anonimato y en la pequeñez de mi tamaño. Alguien, acostumbrado a la perspicacia y buen juicio, creyó que se trataba de una metátesis- aquí no vicio de dicción, sino homenaje- al eternamente jugoso Garcilaso…”

CADA viernes por la tarde, hasta rematar la obra: RAMÓN DE GARCIASOL. CUADERNOS DE MIGUEL ALONSO, publicados por Anthropos (Editorial del Hombre), y el Servicio de Publicaciones de la Junta de Comunidades de Castilla -La Mancha. Colección dirigida por Carlos Gurméndez. Marzo, 1991.), me acercaba en tren, desde El Escorial, hasta la estación de Nuevos Ministerios.  Allí me recibía con mi sobre bajo el brazo, en el que contenía, los manuscritos entregados la semana anterior, con los pasados a máquina, en los oportunos folios.

GARCIASOL ya no veía con la precisión necesaria, y, no dudé en transcribir lo que sería sus dos tomos, de más de dos mil páginas. De allí, hasta su domicilio, jugosas conversaciones e inolvidables lecciones. Muchas de las veces, tenía compañía. Me he encontrado con Juan José Cuadros, Leopoldo de Luis, Rafael Alberti o Antonio Buero Vallejo. De esto que digo, hay una publicación del cuatro de agosto, de 1989, leída en la Tertulia del Cafetín Croché, dirigida por Manuel Andújar, y patrocinada, tanto por el Cafetín, como por la Librería Arias Montano; obra de Juan José Cuadros, bajo el título: “Unas cuantas palabras para hablar de Miguel (Miguel Alonso Calvo).

GARCIASOL siempre escribía rodeado de cuantos diccionarios necesarios tenía sobre su mesa de trabajo. En una ocasión le pregunté: “¿Cómo un creador de lenguaje necesita de tantos diccionarios?”. “Que te lo diga Buero” -que estaba allí, aquella tarde-, me contestó: “Como cada trabajador necesita de herramientas. ¿Te imaginas a un fontanero, arreglando una cañería sin ellas?

DEBO decir que, a lo largo de mis visitas, me ha ido regalando, tanto libros de lectura (“con estos cien libros que te leas, evitarás leerte mil”), como de diccionarios (no procede aquí su enumeración; sin embargo, me han sido de total utilidad). En uno de ellos, encontré el adjetivo coloquial, que me lleva a este opúsculo: “CAMANDULERO” (ver referencia al pie). En este caso, lo voy a aplicar al ámbito en el que nos estamos centrando en este artículo. Del resto de las disciplinas, ya no hace falta ni recordarlo. En éste, en lo literario, escuchemos un texto de este Cuaderno de Miguel Alonso: “A más de que los sabios, quienes tienen respuestas propias a los retos de la vida, no leen a los ignorantes cubileteadores de palabras, viento insignificante”.

Y COMO no podía ser de otra manera, no podíamos dejar en el aire, cuanto nos dice José María Irribarren, en otro diccionario, sobre la frase: Tener muchas camándulas, es lo mismo que “tener muchas truhanerías. De aquí camandulero, camandulería y camandular, que se aplica al hipócrita, embustero y bellaco que quiere aparentar una falsa devoción. Se refiere a la camándula, nombre que se da a una especie de rosario que compuso el padre Miguel de la Camándula y que consta de treinta y tres cuentas, en memoria de los años que se cree vivió Jesucristo.

Referencias RAE y Oxford Languages:
camandulero, ra
De camándula y -ero.
1.
adj. coloq. Hipócrita, astuto, embustero y bellaco. U. t. c. s.
camándula (OL)
nombre femenino
Coloquial: Marrullería o astucia para conseguir algo.»gastar muchas camándulas»
camándula
De Camáldula, orden monástica fundada en el siglo XI en la Toscana.
1.-
f. Rosario de uno o tres dieces. U. m. en Am. 2. f. coloq. Hipocresía, astucia. Tiene muchas camándulas.
2.-
m. y f. coloq. Persona poco fiable.
camandulear
De camándula y -ear.
1.- intr. Ostentar falsa o exagerada devoción.
2.- intr. Sal. Corretear, chismear.
3.- intr. Arg., Méx., Par., Ur. y Ven. Intrigar, obrar con hipocresía.

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Escrito por

Archivo Entreletras

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