abril de 2024 - VIII Año

Wolfgang Harich ¿no fue rescatable?

¿Fue posible un comunismo soviético y ecologista?

Wolfgang Harich (1923-1995), fue uno de los pensadores alemanes que, tras la Segunda Guerra Mundial, optaron por la República Democrática Alemana (la Alemania Comunista). Fue Profesor de Filosofía en la Universidad Humboldt de Berlín (oriental), entre 1948 y 1956. Y también fue miembro del Partido Comunista Alemán. Su mayor fama la obtuvo con una obra titulada ¿Comunismo sin crecimiento? Babeuf y el club de Roma, publicada en 1975 (hay traducción española, de la Editorial Materiales, Barcelona, 1978). Esta obra de Harich le deparó ser considerado como un precursor del relativamente reciente giro de socialistas y comunistas hacia el ecologismo a finales del siglo XX. Y no faltaban buenas razones para ello.

El ecologismo político se inició en la segunda mitad del siglo XX, y se articuló tras la llamada revolución de mayo de 1968. Con anterioridad, desde el siglo XIX, se había desarrollado lo que inicialmente se denominó “conservacionismo”. Fue esta una corriente de pensamiento, de raíz romántica, que sostenía las “bondades” que derivarían para la vida, si se adoptaban medias para la protección y conservación de la naturaleza. En los años 30’ del siglo XX, el Partido Nazi utilizó ampliamente el conservacionismo en su campaña para alcanzar el poder. Fue en la Alemania nazi donde se dictó la primera legislación ecologista, con la creación de algunas de las primeras reservas silvestres protegidas. La legislación hitleriana fue la primera en reconocer a la naturaleza y a los animales como sujetos de derecho, en vez de como meros objetos. No debe olvidarse que, aunque peculiares, los nazis eran también socialistas.

Algo más tarde, en el marco de los movimientos sociales surgidos, o resurgidos, en el entorno de mayo de 1968, tuvo lugar la aparición del ecologismo actual. Inicialmente “conservacionista”, el nuevo ecologismo iría radicalizando sus posiciones y objetivos, hasta sus posicionamientos actuales, muy centrados en el cambio climático y en la “salvación” del planeta de un inminente apocalipsis. Al igual que ha sucedido con otros movimientos nacidos o rebrotados en el entorno de mayo del 68, siempre se ha erigido en dirigente la variante más radical y, por tanto, la más extrema de este ideario. Como en todos ellos, quizá la razón de esa radicalización sea consecuencia de una curiosa identificación entre radicalidad y autenticidad, muy de moda hoy.

La biografía de Harich ofrece datos personales que merecen destacarse. Incorporado en 1943 a la resistencia anti-nazi alemana, fue perseguido y encarcelado. En 1945 fue liberado de prisión por el Ejército Soviético, y se adscribió al régimen pro-soviético de la Alemania comunista, en la que se le nombró Profesor de Filosofía, en 1948. En la Alemania comunista, mantuvo su amistad con el filósofo Ernst Bloch (1855-1977), a quien se le suele incluir en la llamada Escuela de Frankfurt. Harich era un marxista sólido, pero no muy ortodoxo, que se consideraba discípulo, simultáneamente, del metafísico Nicolai Hartmann (1882-1950), y del marxista György Lukács (1885-1971).

Pese a su oficialismo comunista, Harich contempló con sorpresa y alarma la rebelión antisoviética de Berlín (oriental), en 1953, lo que le llevó a adoptar posiciones críticas sobre el régimen comunista de la Alemania Oriental. Pero su crítica la formulaba desde el marxismo militante, en la confianza de que el régimen pro-soviético alemán podría corregirse y reorientarse desde dentro. Con ese propósito, Harich organizó en la Alemania comunista, desde 1953, un grupo de oposición que fue desarticulado por la policía en 1956, tras la sublevación húngara contra los soviéticos. Procesado y encarcelado, no salió de prisión hasta 1964.

A pesar de tener que soportar tan duras pruebas, Harich no modificaría sus planteamientos comunistas: siguió creyendo en la bondad del socialismo soviético y en sus posibilidades para transformarse desde dentro. Desde esa visión fue, más que testigo, atento observador de las convulsiones políticas de 1968, especialmente en Francia. Inicialmente estuvo muy interesado en los nuevos movimientos sociales que emergieron en Europa y en Estados Unidos en 1968, pero estos le produjeron finalmente una cierta decepción. En 1969, Harich publicó su obra Crítica de la Impaciencia Revolucionaria (también traducido al español), en la que trató de los movimientos político-sociales aparecidos en el entorno del mayo de 1968.

En esa obra realizó una crítica demoledora de lo que Harich denominó neoanarquismo. El libro constituyó una respuesta marxista a El Radicalismo Izquierdista, obra de los hermanos Cohn-Bendit, quienes habían participado de manera destacada en los desórdenes estudiantiles en París y en la huelga general francesa de la primavera de 1968. Harich trataba de incorporar al movimiento socialista representado por el Bloque Soviético a esa “nueva izquierda” cautivada por el neoanarquismo. Pero no por eso dejaba de denunciar la escasa “novedad” de la mayor parte de las propuestas y formas de lucha de esa “nueva izquierda”. No le faltaba razón

La pretendida “nueva izquierda” surgida del 68 no tenía apenas nada de “nueva”. Los activistas de esa “nueva izquierda”, en la huelga general de Francia, de 1968, habían retomado en su casi totalidad, quizá inconscientemente, la vieja y fracasada estrategia revolucionaria anarquista de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Un siglo después, en el siglo XXI, la izquierda que se pretende revolucionaria ha seguido más las antiguas formas y modos de lucha del más viejo anarquismo. Lo que Harich criticaba del neoanarquismo del 68 era el rechazo y negación, por éste, de lo que Harich entendía por la evidencia, la racionalidad o la realidad, en favor de consignas y lemas ingeniosos y de fantasía, pero de gran impacto movilizador.

Pero, sobre todo, criticó la impaciencia revolucionaria de los estudiantes de 1968, que aspiraban a revolucionar, de golpe y a la vez, todos y cada uno de los ámbitos de la sociedad, públicos y privados. Esto, a su juicio, solo podía conducir, como de hecho condujo, a que el neoanarquismo abordase los problemas políticos de las sociedades desarrolladas desde la confusión y la desorientación más desconcertantes. Una crítica que se extendía a la insistencia con que se dedicaban los neoanarquistas a revolucionar aspectos de la vida cotidiana individual, totalmente irrelevantes en lo político. Aunque reconocía que era esto último lo que les daba audiencia.

En 1972, el Club de Roma, organización no gubernamental con sede en Suiza, publicó un informe titulado Los Límites del Crecimiento, elaborado por diecisiete investigadores del Massachusetts Institute of Technology (MIT). Los resultados de este informe denunciaron por primera vez como riesgos el aumento de la población mundial, la creciente industrialización y el incremento de la polución consustancial a ella. Para los autores del informe, la continuidad de la vida humana misma sobre el planeta estaba seriamente amenazada. Su conclusión era que, de no poner fin al crecimiento económico y poblacional, la vida en la Tierra, y hasta el propio planeta, podría llegar a colapsar a mediados del siglo XXI. Este informe, reeditado varias veces con adendas, hasta 2012, ha sido determinante en el desarrollo del ecologismo actual.

La obra de Harich ¿Comunismo sin crecimiento? Babeuf y el club de Roma (1975) constituyó la respuesta al informe del Club de Roma de 1972, de más altura teórica en el entonces denominado mundo del “socialismo real”. Hasta Harich, el socialismo soviético había mantenido serias reservas hacia los movimientos ecologistas, a los que consideraba movimientos burgueses y pro-capitalistas. La ecología no había sido una preocupación de los regímenes comunistas nacidos de la revolución soviética. Harich apreció que el ecologismo planteaba unos límites materiales absolutos al crecimiento de las sociedades humanas, mientras que el socialismo planteaba desde Marx que estos límites no podían establecerse de antemano, de forma absoluta. Aceptada esta contradicción, Harich creyó posible “superarla” proponiendo un giro ecológico en la tradición socialista marxista.

Harich había leído el informe del Club de Roma y había quedado impresionado por las denuncias respecto a la inminente crisis ecológica. Una crisis que, a su juicio, obligaba a modificar por completo la teoría marxista, ya que ponía límites objetivos a la promesa de abundancia material con la que el marxismo tradicional había vinculado la libertad comunista y el proceso de extinción del Estado. La crisis ecológica denunciada por el Club de Roma significaba un gran cambio. Harich consideró que las más atrasadas economías del campo socialista, en general, no por ello estaban en desventaja respecto a los llamados países capitalistas. Esas presuntas desventajas eran todo lo contrario, si se las contemplaba desde los criterios de la crisis ecológica. Para Harich, esto demostraba la “superioridad histórica” del modelo soviético de socialismo, pues su estructura de bajo consumo era más apta para sobreponerse a la crisis ecológica y asegurar el mantenimiento de la vida en el planeta.

La crisis ecológica, para Harich, lo había cambiado definitivamente todo. El paso del socialismo al comunismo era ya posible, ante el grado de desarrollo de las fuerzas productivas, y además era urgente y necesario. Para él, solo un sistema comunista permitiría combinar las medidas de emergencia a tomar, como la limitación del consumo y de la población, o como el racionamiento de productos, con el principio de igualdad. El resultado sería un comunismo soviético sin crecimiento, o en equilibrio, que desplazaba el punto de atención, desde el componente más libertario, al más estrictamente igualitario. En esto, Harich no se apartaba de Marx, que nunca consideró el aumento de la producción como un fin en sí mismo. A cambio, el horizonte de superación de las relaciones de producción capitalistas, para Harich, no consistiría en una edad de la abundancia, como había prometido Marx en el Manifiesto Comunista.

En el nuevo comunismo habría que distinguir entre las necesidades a mantener, como herencia cultural, de las necesidades de las que se tendría que desacostumbrar a los individuos. Eso se debería realizar preferiblemente mediante la “reeducación” y la “persuasión ilustradora”. Pero también, llegado el caso, mediante medidas represivas rigurosas. Entre otras Harich proponía, por ejemplo, la paralización de ramas enteras de la producción, acompañada de tratamientos masivos de reeducación de la población, impuestos por ley. El cuño soviético del pensamiento de Harich se aprecia desnudamente en este punto. Los cambios que proponía no eran posibles sin aplicar el autoritarismo dictatorial propio de las sociedades soviéticas. La mayor parte de las medidas de protección ecológica no podrían aplicarse sin una fuerte coacción impuesta desde dictaduras, como las de los Estados Socialistas. Harich tampoco creía en la democracia, y la emergencia ecológica le parecía una buena justificación de las medidas autoritarias a tomar.

El intento de construir un “comunismo ecologista” se vería finalmente anegado en el devenir histórico de los años finales del siglo XX. La realidad del declive imparable del mundo soviético, que colapsaría en torno a 1990, impidió que el comunismo oficial se pudiese plantear siquiera el abrir un nuevo frente de lucha ecologista, tal como lo proponía Harich a la vista del desafío ecológico denunciado por el Club de Roma.

Actualmente, lideran la causa del ecologismo personajes muy alejados de la tradición marxista-leninista propia de los viejos partidos comunistas. Algunos tan destacados como Albert A. Gore (Vicepresidente USA con Clinton), que consiguió alzarse con el liderazgo ecologista mundial en 2007, cuando le fue concedido el Premio Nobel de la Paz por sus contribuciones a la lucha contra el cambio climático. También de rasgos similares está el surcoreano BanKi-moon, quien fuera Secretario General de Naciones Unidas entre 2007 y 2016, que creó el Panel de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Y ha habido también algún otro personaje algo atrabiliario, como Greta Thunberg, menor de edad hasta 2021, pero renombrada activista de la lucha contra el cambio climático, que ganó en Madrid, en diciembre de 2019, el reconocimiento de la Revista Time, como personaje científico (¡!) del año 2019.

Wolfgang Harich en 1954

El ecologismo ha aumentado su ascendencia en la opinión pública en este siglo XXI de la mano de estos nuevos líderes. Y no ha disminuido su influencia el hecho de que hayan resultado fallidas todas sus predicciones sobre un inminente colapso, el llamado “apocalipsis climático”. Así, entre otras, resultaron fallidas las previsiones de Gore, que predijo en 2007 el deshielo del Polo Norte para 2014; o las de Ban Ki-moon, que retrasó ese deshielo al año 2015, en una proclama dada en Madrid en 2008. Tampoco se han cumplido los augurios de Greta Thunberg, que predice el apocalipsis climático para cada año. Nada de eso ha sucedido, pero sus mensajes han seguido calando en amplios sectores de la opinión, pública y publicada, y entre muchos dirigentes sociales y políticos.

El ecologismo ha sido acogido también con mucho interés, casi con entusiasmo, por el denominado Foro Económico Mundial y organizaciones ligadas al mismo. El Foro Económico Mundial fue creado en 1971 por, entre otros, su actual Presidente, el empresario alemán Klaus Schwab. Es una organización sin fines de lucro, formada por empresas, políticos, intelectuales y dirigentes de todos los países, dedicada a “mejorar” la situación del mundo. Esta organización hizo público en junio de 2020 un gran proyecto, titulado el “Gran Reinicio” o el “Gran Reseteo”, en acto presentado por el Príncipe Carlos de Inglaterra, en Davos (Suiza). Con esto, el Foro Económico Mundial se ha constituido en uno de los principales referentes del ecologismo.

El Gran Reinicio es una propuesta global para planificar la economía de todo el mundo. Su objetivo es dirigir la reconstrucción de la economía en términos de sostenibilidad, tras la pandemia de COVID-19. Esta catástrofe se presenta como oportunidad única, además de para dar forma a la recuperación económica, para planificar y dirigir las relaciones globales, las economías de todos los países y la selección de prioridades y objetivos. El Gran Reinicio recoge la práctica totalidad de las reivindicaciones del ecologismo, con especial hincapié en la lucha contra el cambio climático. Incluso da cabida a reivindicaciones más extravagantes, como las propuestas de reducción de la población mundial, o los programas animalistas.

Este Gran Reinicio constituye un ambicioso objetivo de planificación económica que, a diferencia del fallido experimento socialista del siglo XX, parece que estaría impulsado desde el sector privado. Una planificación que se inspira en propósitos como la justicia social, la igualdad, la protección del planeta y hasta la felicidad general. Sin embargo, ha sembrado una creciente inquietud el aumento del protagonismo de China en este foro. En este año, el foro presentó al máximo dirigente chino, Ji Xinping, como la gran figura mundial invitada de la reunión del Foro Económico Mundial de 2021. Su discurso del 25 de enero de este año, constituyó también un motivo de inquietud. Como está siendo causa de creciente inquietud la plena adopción por la Unión Europea de los postulados del Foro Económico Mundial.

El pensamiento del viejo marxista-leninista Harich, promotor del ecologismo al final de su vida, se perdió inevitablemente también, con la desaparición en Europa del socialismo real. Su ideario impregna el actual ecologismo, pero su referencia ha desaparecido. La dinámica histórica de los años finales del siglo XX y la evolución del ecologismo en el siglo XXI, terminaron por impedir que se pudiesen desarrollar planteamientos como los esbozados por Harich, como antes se indicó. La línea teórica que él pretendió iniciar nunca llegaría a abrirse camino bajo criterios marxista-leninistas. El desplome del mundo soviético, entre 1989 y 1990, con la desaparición de la Unión Soviética y la reunificación de Alemania, sumieron al comunismo oficial, y hasta al socialismo, en una profunda crisis de la que no se han podido recuperar, al menos hasta ahora.

Los comunistas europeos, y también muchos partidos socialistas, han quedado reducidos a la marginalidad. Y no solo en lo estrictamente electoral. También han sido desplazados de la dirección de los movimientos anticapitalistas y antisistema de todo tipo, desarrollados después de 1990 y sobre todo en este siglo XXI, en los que dominan los elementos “antisistema”, igualmente autoritarios, pero de otras inspiraciones. Los partidos comunistas actuales participan en estos movimientos, pero están muy lejos de tener la influencia que llegaron a disfrutar en los años centrales del siglo XX. Y el ecologismo, en su actual línea de acción política y social, ha procurado separarse de referencias al viejo socialismo real y al marxismo en general.

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