diciembre de 2025

Un homenaje a Octavio Uña en su ochenta aniversario

Por los perfiles de Octavio Uña vive el paisaje castellano, la meseta, la luz del atardecer de una tierra de vino y de cosechas, abierta como una ventana a la luz del amanecer.

Octavio nació un 15 de diciembre de 1945 y aquí dejo una semblanza de este amigo, sabio como pocos, que destila la cultura castellana en las entrañas, que ha paseado por todas las Universidades del mundo, impartiendo conferencias, dando clases, etc.

Octavio Uña es poeta, ensayista, gran docente que ha alumbrado con su sabiduría a muchas generaciones y hombre que ha cultivado la palabra, su verdadero y hondo significado en cada rincón del mundo. Con Octavio uno siente la cercanía del amigo, del confidente, del sabio que camina al lado en un diálogo socrático con un tiempo adverso como este, donde los necios ocupan el poder, donde la cultura es de usar y tirar, donde los jóvenes no tienen referentes. Caminar con Octavio es transitar por las palabras, darlas el alto vuelo de una paloma o el crescendo de la música.

En su libro Castilla, Plaza mayor de soledades, que publicó Dykinson en el 2001 y que lleva ya tres ediciones, podemos sentir el apego a la tierra de un hombre que sabe que el caminante, siguiendo la senda de Antonio Machado, hace camino al andar.

En la “Elegía a León Felipe Camino” dice versos verdaderos:

“No morirán por siempre los pasos que tú diste / midiendo los senderos, / las voces que gritaste / el alma poseída de la noria. / Ni morirá el molino / mientras vuelva tu viento / sus contornos”.

Y ese poeta errante que lleva la voz de muchos emigrantes, ese poeta que late en cada paso y respira la desdicha de la vida. Para Octavio, resucita el espíritu de un hombre único que dejó su estela en el paisaje castellano.

Con un prólogo del eminente Pedro Laín Entralgo, donde dice de nuestro poeta:

“Qué sencilla, qué honda y patética hermosura la de las estampas que —simbólicamente— ponen ante nuestros ojos la vida y las cosas de que el adobe es marco”.

Pedro Laín, sabio indudable, pensador infatigable ve en la poesía de Octavio Uña el universo de un hombre que sabe y piensa en Castilla, en la tierra adusta, donde la vida se hace a golpe de azada y a golpe de corazón.

Y El Escorial, ese paisaje donde Octavio enseñó y ha hecho de él su hogar, su lumbre y la llama de sus palabras. Ha cultivado el poeta el lenguaje como el que cuida del telar, del rebaño, ha hecho del verbo el paso del tiempo, la fogata de la eternidad. Por ello, dice en “Cantoral”:

“Abierto el cantoral, de inéditos aromas / gimieron los espacios: ¿una pena? / ¿ilusiones quizá?, ¿tal vez las pompas / nemónicas en humo de mil velas?”.

Y llamará al Quijote “danzarín guerrero”, porque en Octavio vive el espíritu soñador del hidalgo de Cervantes, la voz de siglos que busca en el idioma la noche de los tiempos.

Y dirá a la madre: “Madre / ya no cruza Castilla aquel heroico tren de mis infancias”.

Pocos caminantes como Octavio Uña que ha hecho de este libro paisaje y paisanaje, árbol y rama, luz y sombra, de una Castilla a la que ama hasta las entrañas.

Me imagino paseando con Octavio, envuelto en el aroma de la tarde, mientras se avecina la noche del invierno en la silueta del monasterio de El Escorial. Juntamos las manos como dos solitarios que hemos hecho de la tarde un mimbre para abrigar ya la oquedad de la vida, la holgura del tiempo que quema, la brasa del lenguaje verdadero.

En Octavio Uña no solo vive un sabio, sino un amigo y un poeta que da alas a la tierra amada, a su Zamora, paseando con un Claudio Rodríguez que sigue vivo en nosotros, con un León Felipe que se marcha hacia ninguna parte.

Somos errantes, Octavio, pero volvemos siempre a nuestra España, esa que le dolió a Unamuno y que ahora está rota, como un cuenco que se hace pedazos. Pero la poesía y nuestra voz sigue viva y nuestra amistad, eterna ya en la noche de los tiempos.

Castilla, plaza mayor de soledades
Octavio Uña
Editorial Dykinson, tercera edición, 2001

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