marzo de 2024 - VIII Año

‘Tierra amada. Espíritu de perfección’ de Victoria Caro

Tierra amada. Espíritu de perfección
Edición trilingü
e: árabe, castellano e inglés
Victoria Caro
Poemario traducido al árabe por Saiid Alami
Prólogos y epílogos traducidos por Ahmad Yamani
Traducido al inglés por Anthony Michael Wilson
Nueva Estrella Editorial, 2019

Un primer aspecto a resaltar de este poemario en su muy cuidada edición bilingüe –hecha por “Diwan”- en castellano y en árabe, son los varios prólogos que la introducen, y epílogos que la despiden. Todos, hay que decirlo, escritos por personalidades de acreditados conocimientos de poesía, de filosofía y de filología. Ello, junto a quienes acompañan a Victoria este lunes en el Ateneo presentando el libro -empezando por un poeta de la talla de D. Octavio Uña, catedrático además de Filosofía y de Sociología-, evidencia la atención de la cual es merecedora esta obra.

Cabe decir que “Tierra amada. Espíritu de perfección” no es en modo alguno un poemario sencillo. Sus versos son límpidos, sin alambicamientos ni fuegos de artificio, dentro de un tono -eso sí-, muy seguro y mantenido en todo momento. Pero si la escritura fluye de manantial claro, sus significados más hondos –que son bastantes-, se nos ocultan premeditadamente. Quien lea debe profundizar, pues hay mucho bajo la superficie.

En los prefacios y en los posfacios incluidos en el libro, escritos –como ya he señalado-, por autores de contrastada solidez, se nos refieren las concomitancias que tiene “Tierra amada. Espíritu de perfección” con la poesía mística y la filosofía hermética. Es verdad. “Todo eso” –Hermes Trismegisto, los sufíes, Santa Teresa…-, y más, “está ahí”, macerado en la propia personalidad poética -que indudablemente posee y lo demuestra-, de la autora. Este libro no puede disociarse del conocimiento filosófico que tiene Victoria Caro. De su especialidad en la materia.

Como es sabido, desde Platón, filosofía y poesía tienen una relación compleja; llena de recelos por ambas partes. Alguna vez D. Carlos París y yo bromeamos sobre ello. Durante mucho tiempo la filosofía tenida por seria y sistemática, rehuyó a su pariente tarambana, la poesía, expulsada de la república ideal platónica. Y sin embargo, la revolución filosófico-existencialista iniciada por Nietszsche en la segunda mitad del siglo XIX, amplificada en el XX, va a procurar la reconciliación, como fórmula para superar un racionalismo que ya en la época podía degenerar en holocausto tecnificado, industrial. Así, para la gran filósofa María Zambrano -consocia nuestra del Ateneo de Madrid y exiliada cuarenta y cinco años de España por su defensa de la II República española-, “el poeta es el único capaz de destruir los monstruos construidos por la razón”, como bien nos recuerda la investigadora Sandra Lázaro.

Me viene a la cabeza -además de nuestra querida Zambrano-, otro filósofo, coetáneo suyo, menos entrañable, pero en cuya obra la idea poética resulta también esencial: Martin Heidegger. Pese a los muy distintos hechos de ambos, existen varios paralelismos en su “razón poética” (uso aquí el término desarrollado por la filósofa española). Así el alemán dice: “Cantar y pensar son los troncos cercanos del poetizar. Crecen del ser y se alzan hasta tocar su verdad (…) Solo el que ya entiende puede escuchar”. Y dice la española: “No se encuentra el hombre entero en la filosofía; no se encuentra la totalidad de lo humano en la poesía (…) Ningún poeta puede ser escéptico; ama la verdad”.

Pero esa re-conciliación histórica, no es fácil ni mucho menos. Muchos vates –incluso grandes vates-, se han despeñado en el intento, con versos áridos. Y pensadores se han estrellado también, con aforismos ingeniosos, pero hueros. No es nada fácil, ya digo, congeniar filosofía y poesía dignas de tales nombres. Menos en la tradición hispánica, más dada a la idea –que bien puede ser brillante-, que al pensamiento sistemático.

No son muchos los nombres no muy antiguos que ahora vienen a mi recuerdo… parte de Antonio Machado, aunque a veces limitado por la canción. Poesías de Unamuno, sin bien en ocasiones -en el opuesto machadiano-, duras al oído. No es -reitero-, la tradición poética hispana. Más prédica ha tenido, en la Edad Moderna, en latitudes nórdicas. Pienso aquí en poetas como Hölderlin, Keats, Eliot… en nuestro vecino hermano Portugal, influencia inglesa al cabo, hay una notable excepción: Pessoa.

Si digo que la filosofía, como tal, no es el elemento mayoritario en la poesía española moderna (menos aún la filosofía hermética; ahí sólo puedo yo destacar un nombre, muy rara avis: Juan Eduardo Cirlot), es también para señalar la valentía de Victoria Caro y lo especial de su libro “Tierra amada. Espíritu de perfección”, por más que al lector habitual de poesía, y precisamente, le pueda causar cierta extrañeza de inicio. La poesía de Victoria es canto, pero no es cantarina. Prima lo conceptual respecto a lo sensorial. En ese aspecto, su lectura es una experiencia más próxima a los clásicos latinos de la antigüedad, o a poetas germanos del XIX, sin olvidar tradiciones del oriente medio (Omar Jayam…); más próxima a ello, digo, que a estilos de mayor difusión en nuestra latitud.

Su poesía, ya hemos señalado, tiene un gran componente mistérico y de filosofía hermética. Así, aunque las palabras resulten cristalinas, sus sentidos son múltiples y a veces tapados. Victoria Caro escribe con seguridad. En su haber no falta el verbo el cual quiere para cada ocasión. Pero no hay alarde ni esteticismo. Sí madurez expresiva. Cada palabra cuenta y es ella misma y también sus claves ocultas; sus connotaciones, alegorías, resonancias, sinestesias… Es una poesía intelectual y no formalista. Sin embargo, Victoria Caro no pierde en ningún momento las bridas del lenguaje, ni este se desboca o dispersa. Va adonde la autora quiere en cada momento. No es extrovertida, sino introvertida; vuelta hacia el interior.

El concepto –junto a la palabra-, “centro”, está muy presente en el libro. También su similar, el “círculo”.  Y la “espina” –que nos hiere pero nos hace sentir-, y la “flor”. La flor en el centro del jardín cerrado. La representación mistérica por excelencia…

Escribe Victoria Caro en el poema titulado “Flores que ríen”:

“El mundo no me toca / mi cuerpo es alegre pájaro / y mi oculto centro su esencia”

Y en el poema “Cetro de espinas vivas”:

“Internado en mí brotó lo uno, / ramificándose desde el medio, / tu poderoso cetro”

Atención igualmente a los reveladores títulos de las cuatro partes en las que se divide el libro: “Philopoesía”, “Unidad religada”, “Ramificados” y “Noche del poema”. Yo veo en todo ello, similar búsqueda de Victoria Caro -desde su propia personalidad literaria-; similar anhelo, al que movía por ejemplo a los ya citados Zambrano y Heidegger: restaurar la unicidad primigenia, perdida desde Platón. Recuperar la “poiesis” –de donde viene el término “poesía”-, y a la cual el mismo griego definió como “la causa que convierte cualquier cosa que consideremos de no-ser, a ser”.

Dos mil doscientos años después, el alemán amplió el concepto como transformación viva de algo que ya estaba, en una nueva cosa que aparece; la cual siempre “estuvo ahí”, en forma oculta, y se ilumina y se desvela:

“La tierra sólo surge a través del mundo y el mundo sólo se funda en la tierra, mientras la verdad acontece como la lucha primordial entre el alumbramiento y la ocultación”, escribió Heidegger.

La filosofía, luz para la poesía. La poesía, agua y savia para la filosofía. Por eso la poesía de Victoria Caro es lo que revela, y también es lo que vela; lo que dice y lo que calla:

“El verdadero comienzo de las palabras / es pronunciarlas sin mover los labios” (pone en su poema titulado “En la noche”).

“Tierra amada. Espíritu de perfección” es también un viaje de descubrimiento interior, de aventura. La poesía de Victoria Caro, por filosófica, resulta vitalista. Y por ello, esencialmente optimista. Es algo igualmente reseñable en un mundo, el poético, donde a veces parece dominar del pesimismo.

Y como de todo viaje de conocimiento, volvemos siendo otros, y por tanto, no regresamos –en puridad-, al lugar del cual partimos, sino a otro ya distinto en nuestra mirada, ya quitado el velo, ya desvelado.

Termino pues con unos versos del poema de Victoria Caro por título “Tras los dientes de la ballena”, cuya idea parte de la obra clásica inglesa, “Alicia a través del espejo”, de Lewis Carroll. Y escribe Victoria:

“Ahora vuelvo a estar en mi lecho / más dormida y despierta que nunca. / Pero… no he regresado por el mismo lugar, / ¿entonces ahora dónde estoy? / ¿Quién me lo dice?”

Dos grandes cuestiones de la Humanidad, creo yo: dónde estamos y quién nos lo dice. La filosofía, en su raciocinio, nos formula las preguntas. La poesía, en su misterio, nos da respuestas. Pero a la vez nos cambia. Y esas respuestas –válidas para quien fuimos-, no siempre lo resultan para quien somos, lo cual -en el gran círculo, El Gran Cero (del que hablara Antonio Machado), nos impele a nuevas preguntas. Y así seguimos.

** (Estas palabras fueron escritas por el autor de esta reseña para el acto de presentación del libro en el Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid el 12 de septiembre de 2022)

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