marzo de 2024 - VIII Año

‘Naturaleza.s’ de Ricardo Martínez-Conde

Naturaleza.s
Ricardo Martínez-Conde
SEEH*, Madrid, 2022
Prólogo de Francisco J. Castañón
65 páginas

El universo del haiku, a mi modo de ver, encierra una paradoja de lo más sugestiva para cualquier poeta. Con el corazón en la mano, ¿quién podría negar que su ortodoxia tan reglada, tan palmariamente delimitada, resulta una constante invitación a la heterodoxia? Lo cual, lejos de constituirse en una mera broma intelectual a la manera de Chesterton o de Oscar Wilde, parece intensificarse si le tomamos el peso al hecho nada baladí de que, en esta parte occidental del mundo, lógicamente hemos de trabajar no con el haiku en sí mismo, no con el haiku en su más pura esencia, sino con las adaptaciones a nuestros respectivos idiomas de forma tan venerable e histórica del Japón. Tras algunos intentos meritorios llevados a cabo por diversas plumas, fue probablemente el genial Jorge Luis Borges quien brindó, en sus “Diecisiete haiku” de La cifra (1981), la primera adaptación convincente del haiku a la lengua de Cervantes –logro para el que resultó decisiva la cristalización de sus seis prodigiosos tankas de El oro de los tigres (1972)-. Las diecisiete moras japonesas pasaban a ser no diecisiete sílabas gramaticales, en sentido estricto, sino diecisiete sílabas poéticas, con el respeto que ello implica a las reglas de la métrica castellana, y con la inclinación que ello fomenta –cosa que suele obviarse, o directamente olvidarse, demasiadas veces- hacia una disposición acentual armónica en el global de los tres versos de la composición –de cinco sílabas, el primero; siete, el segundo; y otras cinco, el tercero-. Borges, además, acertó a cuajar y desarrollar un planteamiento sincrético en el fondo de sus haikus, permitiendo, en líneas generales, la convivencia de la poética del instante, y por supuesto de las visiones objetivas de la Naturaleza, con la subjetividad del yo lírico y con una sentimentalidad absolutamente característica de la poesía de Occidente. Como era de esperar, el ejemplo de Borges cundió entre los poetas de nuestro idioma: ya fuera para seguir aquel modelo más o menos escrupulosamente, ya fuera para proponer soluciones alternativas de formato, lo que vino a reforzar la doble idea de “adaptación en marcha” y work in progress colectivo.

Por semejante camino de heterodoxia natural, manifiesta en mayor o menor medida, encontramos ahora la personal contribución del destacado escritor pontevedrés, afincado en Madrid, Ricardo Martínez-Conde (Sanxenxo, 1949), de rica y caudalosa obra bilingüe tanto en verso como en prosa, y quien ya se contaba, heroicamente, entre los pioneros de la adaptación del haiku a la lengua gallega. Naturaleza.s, pequeño volumen que acaba de ver la luz gracias a la Sociedad Española de Estudios Humanísticos, supone la aproximación del autor al haiku en lengua castellana; un acercamiento que, en palabras de Francisco J. Castañón –incluidas en su prólogo al libro-, se realiza con la intención de la observación propia en el marco de la Naturaleza, “con una visión perspicaz y, al tiempo, reflexiva, diríase metafísica, quizá porque en la contemplación de la Naturaleza el ser humano puede ver reflejadas, como en ningún otro ámbito, las grandes cuestiones que afectan sustancialmente al devenir de su existencia”. Una visión del haiku, pues, que no renuncia a la objetivación de los elementos del paisaje, a la instantánea en cuyo corazón puede latir la epifanía, pero que encuentra en una mirada inteligentemente subjetiva, sin estridencias ni alharacas, su auténtica razón de ser. Con todo, la mayor licencia que se toma Martínez-Conde respecto del molde –llamémoslo “clásico”- del haiku es la libertad métrica: los tres versos de las composiciones –y son 83 los haikus que palpitan en las páginas de este libro- normalmente no se ciñen a la disposición de los dos pentasílabos de apertura y cierre, enmarcando al heptasílabo central. Sí se produce, en algunas ocasiones, la total coincidencia –“Mira la nube. / ¿Tiene forma de duda, / como el destino?”; “Exiguo charco. / El gorrión, a pasitos: / duda, calcula”-, pero es evidente que al autor le interesa mucho más la conquista de una fibrosa concisión a ultranza, cuyas revelaciones no han de plegarse forzosamente al conteo silábico. Valga el feliz desnudo de esta composición como palmario ejemplo de toda esta heterodoxia omnicomprensiva: “El viento / narra. La veleta / escucha”.

En su brillante prólogo antes aludido, Francisco J. Castañón hace referencia también al peculiar título de la obra, que no es “Naturaleza” ni “Naturalezas”, sino Naturaleza.s, “jugando con el singular y un plural añadido, sólo separados por un punto introducido adrede”. De esta manera, añade Castañón, tratan de resaltarse “las diversas dimensiones que alcanzamos a descubrir en un espacio (…) donde todo está en continuo movimiento”. Y he aquí, en mi opinión, el acierto más rotundo de este nuevo, conciso, hermoso y más que notable trabajo poético de Ricardo Martínez-Conde, donde llegamos a leer: “Zarza florida. / Mariposa azul-violeta. / ¿Lo he visto así?”. El ocasional cuestionamiento explícito de la propia mirada es el cuestionamiento de la, inevitablemente, limitada percepción del ser humano, lo que coloca al haiku, a la forma y el género del haiku, ante el abismo de su insuficiencia “fotográfica”, por denominarla de algún modo. De ahí que las presentes páginas –como tantas otras del sobresaliente poeta que es Ricardo Martínez-Conde- se vean recorridas por una suerte de escalofrío motor, capaz de delicadas y temblorosas joyas como las que siguen: “Cuando nieva / la espera se convierte / en ceremonia”; “De la lluvia / casi el arte secreto: / la transparencia”; “La noche: / muda pasión secreta / de la luna”. Se diría que estamos a sólo un paso de aquella turbación casi inicial de Fernando Pessoa en el Libro del desasosiego: “En las horas en que el paisaje es una aureola de Vida y el sueño es sólo soñarse a sí mismo…”.

(*) Sociedad Española de Estudios Humanísticos

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Archivo Entreletras

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