octubre de 2024 - VIII Año

‘Mañana de domingo’ de José Molina Melgarejo

Mañana de domingo
José Molina Melgarejo
Avant Editorial, 2022
268 páginas

Se acaba de publicar la primera novela del escritor José Molina Melgarejo (Granada, 1956), que lleva por título ‘Mañana de domingo’. Molina lleva trabajando profesionalmente en el mundo editorial más de cuarenta años, donde ha desarrollado todo tipo de funciones, desde redactor a maquetista pasando por corrector. Autor de numerosos trabajos periodísticos en diferentes revistas, asimismo ha ido publicando puntualmente libros entre los que se cuentan: ‘El delirio de la palabra. Prosas y versos de juventud’ (2016), ‘Un soplo en el corazón’ (2017), que fue Premio de Cuentos Ignacio Aldecoa, ‘Queridos recuerdos de los años 50 y 60’ (2017), ‘El alma desnuda. Relatos desafiando al tiempo’ (2018), ‘El Retrovisor. Un paseo emocional por la memoria’ (2019), y ‘Del amor y otras locuras’ (2021).

‘Mañana de domingo’ es una suerte de bildungroman o novela de aprendizaje, que en clave de  crónica sentimental articula una narración no lineal conformada por tres historias independientes sobre tres preadolescentes (Julio, Manuel y Amelia), que encerrados en sus respectivas y personales soledades y marcados por el abandono y la incomprensión de sus mayores, se inician a la vida, y al final se interrelacionarán inesperadamente, en el último capítulo del libro.

A pesar del tono existencial de la novela, esta no cae en ningún momento en el ciego tremendismo propio de nuestros escritores de posguerra, decantándose por una mirada contenida y sosegada sobre la dura realidad que rodea a los protagonistas. Sí podemos decir, sin embargo, que los tres niños actantes pasarán de la infancia a la edad adulta sin pasar por la adolescencia. En aquella España la aspereza de las condiciones de vida era tal que la adolescencia como construcción sociocultural, creada con la vocación de homogeneización y  asunción de entidad propia al socaire de las high schools americanas de la New Deal de Roosevelt,  no se llegará a producir hasta bien entrados los años 60. En aquella piel de toro que desfilaba al ritmo marcial de himnos militaristas y a golpes de agua bendita y palo y tente tieso,  la adolescencia era un auténtico lujo asiático. No estaba el horno para bollos, como bien podría decir Amelia, uno de los personajes del libro, que entra a trabajar en una tahona.

Si el pequeño Julio  es el hilo conductor de la historia, serán los aludidos Manuel y Amelia, sus dos principales protagonistas al  emprender en paralelo un proceso de iniciación que les llevará de la inocencia a la madurez sin solución de continuidad  en un azaroso recorrido emocional.

José Molina, a pesar de sus diversas facetas literarias, en las que ha tocado con acierto todos los géneros, se siente esencialmente poeta y eso se nota, y mucho, en la novela.  La poesía irrumpe desde el principio ya desde el metafórico título que va más allá de esa circunstancial mañana de domingo en la que el citado Julio disfruta de  sus únicos diez minutos de felicidad de la semana durante la ducha dominical que se da en la céntrica Casa de Baños a la que le lleva su padre desde el suburbial Poblado Dirigido en el que viven.

Raza aparte es esta de los poetas que escriben novelas y que les aparta drásticamente de los novelistas a secas. Naturalmente, su narrativa va a ser rehén de su cosmovisión lírica y vicaria de sus imágenes, ritmos y musicalidades, y esto es lo que podemos encontrarnos en las bellísimas páginas de esta ‘Mañana de domingo’ de José Molina. Poesía implícita en el propio texto,  puesto que este está lleno de imágenes y densidad lírica; y explícita en tanto que busca la intertextualidad al rescatar poemas de Bécquer, Machado, Hernández, Darío, Rosalía o Lorca que no solo jalonan la autoconsciencia de Amelia, sino que nos hablan de las señas de identidad y la filiación estética del propio autor que seguramente se refleja en ese alter ego que viene  a ser la voluntariosa Amelia para él, que se reconoce heredero espiritual a su vez de todos los poetas consignados en la narración.

Novela hecha con sencillez pero solo aparentemente puesto que, como apuntábamos antes, está plagada de recursos retóricos y símbolos – ahí están los nombres parlantes de los personajes– y una rigurosa carpintería en forma de relato circular que funciona con la precisión de una maquinaria de relojería o de esos motores de los coches que arregla Manuel  con tanto afán en los Talleres Ramírez, que marcan su incorporación al mundo laboral.

Me remitiré a Borges, escritor también caro al autor, para recordar que un heresiarca de su célebre cuento ‘Tlön, Uqbar, Orbis Tertius’ declaraba  “que los espejos y la cópula son abominables porque multiplican el número de hombres”, por lo que no es difícil intuir que abominaría también de la novela del propio Molina, por cuanto que en ella hay un juego de espejos y una cópula tácitos, en el desarrollo de las tres historias. El inteligente juego de espejos vendrá a construir las dos historias paralelas de Manuel y Amelia, mientras que la historia de Julio será como un envoltorio para las anteriores siguiendo la técnica narrativa de las cajas chinas.  Si las recíprocas imágenes especulares de los mencionados Manuel y Amelia nos pueden traer a las mientes a otra púber literaria que no es otra que la inquieta Alicia de Carroll, la casa donde se quema la abuela Rosario nos puede recordar a la bruja, y esta también lo es, del cuento de Hansel y Gretel. ‘Mañana de domingo’ hace guiños, conscientes o no, a la mejor tradición literaria.

Asimismo Molina, lorquista de pro tanto por razones de paisanaje como de doctrinaje, construye el relato manejando los códigos socioculturales del cristianismo del momento, que a través de su liturgia y su tutela  ha conformado toda nuestra educación sentimental, aunque a veces sea para denostarla, como en el rifirrafe del Padre Leandro, instructor de Manuel , y el Obispo, en clara alusión a las diferencias entre la iglesia social y la jerarquía burocrática y rampante de aquel nacionalcatolicismo ministerial y asfixiante en una España en blanco y negro, depauperada por la miseria y la falta de oportunidades.

Las referencias a la religión van a ser numerosas, desde ese bautismo simbólico de Julio al principio, al pan que amasa y vende Amelia en la panadería del señor Emilio y que sirve de eucaristía laica para conseguir la comunión de los personajes o el particular viacrucis de Manuel, en clara referencia al de Cristo, o la desaparición de la ya citada abuela Rosario, que ampara sin ningún afecto al sufrido Manuel, en las llamas de su casa, alegoría del infierno en el que viven. O esa Biblia que todos tenemos en nuestras bibliotecas y que en manos de Julio se va a convertir en la anunciación de una buena nueva a través de una carta y sus escrituras, como en todo buen melodrama que se precie. Nuevo Testamento, pues, puro y duro, y metafórico, añadiríamos aquí.

La novela tiene una fuerte plasticidad que le dota de un carácter muy visual a la que no es ajena la afición de Molina por el cine. En este sentido cabe destacar que dos de las historias, la de Amelia y la de Manuel, se desarrollan, apelando a esa clave cinéfila que referimos, en sendos flashbacks y, también podemos, acogiéndonos a esta misma clave, señalar que la ducha de Julio funciona como una suerte de McGuffin cinematográfico que pone en marcha la trama sin entrometerse en ella. Curiosamente, a medida que avanza la novela el lector está pendiente del suspense, más propio del subgénero  whodunit  del  «thriller» que de una historia sentimental, lo que le otorga a la novela otra dimensión cinematográfica añadida. En cuanto a los personajes, el Padre Leandro nos trae a las mientes aquel cura que el gran Adolfo Marsillach interpretó en el film ‘Cerca de la ciudad’ (1952), que Luis Lucia dirigió en un meritorio y valiente intento de cine social para aquella época.

Pero si la poesía y el cine son las dos primeras  patas del banco al que nos invita a sentarnos Molina, la nostalgia será la tercera que como quiere la teoría de la Gestalt hace que la novela funcione para que “el todo sea mayor que la suma de las partes”, y el taburete no amenace con tirarnos al suelo de culo. La nostalgia es otro de los leitmotivs de toda la obra previa del autor, que maneja con exquisito gusto en ‘Mañana de domingo’ y que proporciona  a la narración una cuidada coherencia  con su  aire evocador que nos traslada a los años del desarrollismo franquista a pesar de que no se nos quieran dar muchas pistas de cuándo se desarrolla la acción, posiblemente para defender que las cuitas y las desventuras que viven los tres sufridos protagonistas son imperecederas para todo tiempo y lugar.

Creo que como ellas, la novela ‘Mañana de domingo’ de José Molina Melgarejo lo será también y está llamada a perdurar.

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