abril de 2024 - VIII Año

‘Oremus’ de Eva Canel

Oremus
Eva Canel
Editorial Espinas, Madrid, 2021
Prólogo de Mª del Carmen Barcia Zequeira

La editorial Espinas, bajo la batuta de Alicia de la Fuente, nos ofrece otro libro de incuestionable interés por múltiples motivos. Se ha hablado, y mucho, de la invisibilidad y la marginación de la mujer en sociedades de estructuras patriarcales, como era la española, en más de una ocasión con tendencias misóginas.

El propósito de rescatar del olvido textos, bien se trate de novelas, ensayos, memorias… tiene un indudable mérito. Estas autoras fueron conocidas en su tiempo, mas luego cayeron en un injusto olvido. Por eso, es loable el proyecto de sacar a la luz esos testimonios, para que las lectoras y lectores de hoy, puedan conocerlos y disfrutarlos.

Oremus va precedido de un oportuno y riguroso prólogo de Mª del Carmen Barcia Zequeira que permite al lector ponerse en contacto con la vida, la obra y las realizaciones de esta singular mujer. Quizás, su principal característica fuese la valentía y la capacidad de no ‘arrugarse’ ante las dificultades. No aceptó el papel, pasivo, subordinado y dependiente, que la sociedad asignaba a las mujeres y luchó denodadamente, por romper eso que ahora llamamos ‘Techos de Cristal’.

Se atrevió a ejercer el periodismo, a moverse en círculos culturales, a escribir novelas y ensayos y a desplazarse por varios países iberoamericanos durante bastantes años. Su rebeldía se inició pronto. No tuvo inconveniente en dedicarse al teatro como actriz, cuando solo contaba quince años, pese a lo mal visto que esto estaba en determinados ambientes.

Las hemerotecas dan testimonio, asimismo, de su labor como periodista. Ahí están para atestiguarlo sus colaboraciones en El Ferrocarril, El Perú ilustrado y otras publicaciones hasta fundar el Semanario La Cotorra, que tenía un inequívoco aire satírico y transgresor.

En Buenos Aires, desde finales de siglo, vive su momento de esplendor. Escribe novelas, da conferencias, colabora en diversos periódicos y funda revistas como Kosmos  y Vida española.

No hay un ejemplo como el suyo de una mujer dedicada al periodismo que, al mismo tiempo, fuera activista y que lo ejerciera durante tantos años, si excluimos a la figura señera de Emilia Pardo Bazán. Solo por esto, debería prestársele bastante más atención.

Se dijo de ella que tenía contradicciones. Es cierto. ¿Quién está libre de ellas? Recibió una educación conservadora, evolucionó hacia posiciones democráticas y republicanas para terminar simpatizando con el carlismo. Obsérvese que, en cierto modo, su trayectoria también es paralela a la de Emilia Pardo Bazán o, al menos convergente.

Es probable que su principal novela sea Oremus (1893), la más leída y recordada de sus obras junto con Manolín (1891). Otra faceta de la que apenas se ha hablado es la de dramaturga. Repárese en que en la historia de la literatura, prácticamente no existen mujeres autoras de textos dramáticos, en su momento histórico. Merecen la pena tanto por sus aspectos sociológicos como por el diagnóstico y tratamiento de los problemas, La mulata (1891) y De Herodes a Pilatos (1905) que tiene un planteamiento y desarrollo peculiares. De sus ensayos solo citaré Lo que vi en Cuba. A través de la isla (1916), que es lo que hoy llamaríamos un libro de viajes y un análisis, en cierto modo, geopolítico desde un punto de vista muy personal. Especialmente, me llamaron la atención las páginas que dedica a José Martí.

Es significativo que utilizara a lo largo de su vida diversos pseudónimos, algunos de ellos masculinos como el de fray Jacobo, si bien uno de los más destacados fue Sofía de Burgos. El lector y la lectora avisados caerán, enseguida en la cuenta, de que estas añagazas y trucos de ocultación son en parte una respuesta, a que fue con frecuencia zaherida y menospreciada, negándosele la autoría de sus obras atribuyéndoselas a su marido Eloy Perillán. Es por ello natural, que se decidiera a utilizar diversas máscaras.

Podrían decirse muchas más cosas, mas hemos de hablar de Oremus. Merece, no obstante la pena, apreciar que fue una mujer muy receptiva. Todo lo que leía o escuchaba entraba a formar parte de su universo narrativo, así encontramos en su prosa desde técnicas propias del romanticismo hasta descripciones típicamente naturalistas. Otro punto más de encuentro con Emilia Pardo Bazán, salvando claro está, las distancias.

Eva Canel supo, en todo momento, encarar las dificultades con energía y desenvoltura. Su espíritu era fuerte y recuerda la sentencia de Tucidides, ‘los fuertes hacen lo que quieren y los débiles sufren lo que tienen que sufrir’. Eva fue o intentó, con todas sus fuerzas, ser una mujer libre en medio de una realidad hostil. Ese intento no debe pasarnos desapercibido.

Oremus ofrece una amplia variedad de puntos de vista y perspectivas desde los que analizarla, aunque sea someramente. Sin ánimo de exhaustividad citemos su crítica al fanatismo, la influencia del clericalismo, la hipocresía, la ignorancia y… la frivolidad en las que vivían las clases ociosas. Todo esto, con las Guerras Carlistas de telón de fondo.

Eva Canel es valiente y audaz. No tiene miedo a tratar temas escabrosos. El adulterio, el crimen, el papel alienante de la religión o como –y en esto se ha reparado escasamente- lo poco y superficial de la sociedad que describe, donde cualquier criterio moral brilla por su ausencia.

No puede negarse que se atreve a formularse preguntas, que si bien no tienen respuestas, demuestran inquietudes que podríamos calificar de filosóficas. El carácter combativo de su pensamiento y de su prosa lo pone de manifiesto cuando enfatiza que son excomulgados quienes leen periódicos liberales o expresiones de este contenido, inequívocamente crítico.

Creo que el tono, aparentemente costumbrista, de algunos capítulos es otro artilugio para deslizar críticas ‘de calado’ que no considera oportuno abordar directamente. Hay, también, espacio para plantear algunas cuestiones de carácter psicoanalítico que empezaban a tratarse, si bien de forma cautelosa, en la literatura de esos años, donde la influencia de Sigmund Freud empezaba a remontar el vuelo.

Asimismo, expone de una forma un tanto críptica pero con rotundidad, la opinión y la consideración cerrada y cerril que le merecen los distintos roles asignados a varones y mujeres, tolerados e incluso fomentados por el clericalismo y las clases ociosas. Significativos son también, los comentarios que desliza y deja caer sobre la histeria y la locura y sobre las causas que las producen, entre las que destaca una represión forzada y brutal de los instintos naturales.

Para la lectora y el lector curiosos es más que oportuna y acertada la referencia expresa a determinados lugares emblemáticos del Madrid de la época, como la alusión a los pastelitos de Lhardy, una prueba más de la superficialidad de estas clases pasivas.

Como es lógico, no son pocas las cosas que se quedan en el tintero. La ‘misión’ de una reseña es, en el mejor de los casos, como la de una linterna, es decir, proyectar un foco de luz sobre algunos de los aspectos más interesantes –y que han pasado casi desapercibidos- de esta novela de Eva Canel, ni más ni menos.

A partir de ahí es el lector o lectora quienes, por sí mismos, pueden si quieren, tener acceso a esta obra y con ella a uno de esos textos tan injustamente preterido… y, sin embargo, tan útil para trazar una línea diacrónica coherente que nos permita apreciar las condiciones que se han visto obligadas a soportar las mujeres a lo largo de la historia.

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