Los libros y la noche
Antonio J. Sánchez
Editorial Loto Azul, Grupo Olé Libros, Valencia, 2025
70 páginas
“Nadie rebaje a lágrima o reproche / esta declaración de la maestría / de Dios, que con magnífica ironía / me dio a la vez los libros y la noche”. Bien conocida es la estrofa con la que comienza el sereno y a la vez estremecedor “Poema de los dones”, prodigiosa composición del gran Jorge Luis Borges, incluida al cabo en su poemario de 1960 El hacedor; y bien conocida es también la paradoja existencial que hubo de suscitarlo: el nombramiento de Borges como director de la Biblioteca Nacional argentina precisamente cuando la enfermedad congénita de sus ojos degeneró en ceguera total. En el caso del poeta y narrador andaluz Antonio J. Sánchez (Sevilla, 1971), la noche fue el deterioro progresivo de su madre hasta su desaparición; porque, tal como él mismo lo cuenta, dicho deterioro, que fue privando a la madre del movimiento, del entendimiento y del habla, coincidió con el proceso de obtención, por parte del hijo, de una plaza de auxiliar de biblioteca en la ciudad de Madrid. Así, “ella nunca supo que su hijo había cumplido su sueño de trabajar como bibliotecario”. Y Antonio J. Sánchez agrega, en las líneas prologales de su nueva entrega poética, titulada formidablemente, y en buena lógica de admiración borgiana; Los libros y la noche: “Cumplir cincuenta años tiene algo de rito iniciático, de umbral en el que por un momento se confunden recuerdos y proyectos, realidades e ilusiones. Atravesar ese umbral del medio siglo. Arrancar una nueva profesión. Asistir desde la primera fila al final de mi madre. Todo a la vez. Y comenzar a escuchar con nitidez el chirrido de los engranajes del tiempo. El tiempo que se precipita enloquecido, ciego e inexorable; que a veces gira hasta dejarte en el punto de partida. El tiempo que entrega y arrebata, que da libros y da noche”.
Cincuenta poemas —cincuenta intensos poemas, cuatro de ellos en prosa— dan forma a este nuevo libro de Antonio J. Sánchez, aparecido catorce años después de aquel inaugural Balance de situación de 2011 —que tuve la fortuna de presentar en Madrid—, y surgido —como Trece veces por minuto, de 2022— tras el silencio que hubo de acontecer a partir de la publicación del poemario Libro de horas (2017) y de la sorprendente novela Buscando a Velázquez (2018). Ahora, en Los libros y la noche, el autor renueva los votos con la poesía de línea clara de su predilección; estética que, en su caso, es heredera directa de las mejores páginas de la Generación del Medio Siglo española, sin que de ello quepa inferir nostalgia expresiva alguna: bien al contrario, en el verso de Antonio J. Sánchez conviven la pervivencia clásica y la modernidad prosódica, llegando incluso a habitarlo muy perceptibles instantes de onírica imaginación, con su imaginería acumulativa por correlato (“Tripas de metal, / campanas roncas, / el óxido y los grillos, / y hay un zumbido aquí dentro / o es la arena que me cruje entre los dientes”). Es el verso de Antonio J. Sánchez verbo vivo al servicio del individuo y del grupo, del yo y de un “nosotros” que lleva en su corazón el entrañable “vosotros” al que se apela con emoción diáfana. Con emoción diáfana y subida, porque, manifiestamente —lógica y manifiestamente—, Los libros y la noche, de entre todas las obras del autor, es la más conmovedora. Quizá también la más plena, desde el punto de vista de la plasmación escritural de su voltaje de fondo.
Las ideas afortunadas se suceden a todo lo largo de unas páginas que aciertan a alcanzar esa joya adorable del sucinto poema “Stendhal” —o hallazgos como el que toma cuerpo en el poema titulado “Arqueología” (“Soy una ciudad antigua y venerable, / de esas de larga historia trufada de leyendas, / no siempre verdaderas”)—, y cuyo eje temático descansa en la conciencia doble de la fragilidad de la humana condición y, al mismo tiempo, de la energía y el empeño de esa humana condición en defender sus hipotéticas conquistas (“Porque somos tan sólo / las lágrimas que llora un dios cansado / y llueve sin parar (…) / Pero es nuestro trabajo / vivir como si fuéramos eternos”). En este sentido, la idea de la vulnerable pero heroica biblioteca —heroica y cercana biblioteca— se alza como recurrente leitmotiv: “Quiero pensar que la esperanza / consiste en saber / que alguien edifica una biblioteca / por cada biblioteca que incendian”; “(…) y es por eso que digo biblioteca / igual que se pronuncia un nombre amado, / como quien dice casa y dice amigo”.
También tienen su sitio natural en estas páginas la nostalgia del Sur —“(…) y no hallaré descanso hasta que pueda / quemarme las pupilas contra el agua, / volver a echar raíces en la orilla”—, la evocación de las horas pasadas en el antiguo ejercicio de la contabilidad —“El hombre cansado / martillea el teclado con precisión: / calcula el precio / de un jueves por la tarde, / del color azul, / de un litro de saliva sin usar, / impuestos incluidos”—, la pasión futbolera, y verdiblanca por bética —“Crecer fue comprender que alguna vez / se gana y se pierde casi siempre. / Avanzamos a golpe de derrota; / se nos curtió la piel, fuimos más fuertes. / Tuvimos la rudeza y el valor / de continuar amando en el fracaso”—, y la valoración del paso de los años, con el advenimiento de una supuesta madurez que se ambiciona lúcida —“Creer en los jóvenes / aunque no los entienda; / no pensar que mi tiempo fue el mejor”—. Además, Antonio J. Sánchez hace suya otra cita paradigmática de Borges y, así, en el comienzo del poema “Legado” puede leerse: “Dije “la biblioteca de mi padre”. / Lo digo porque Borges siempre está, / evangelista laico al que se vuelve”. Con ello se convoca, muy atinadamente, a la figura del padre (“Me he mirado al espejo, / mi padre me devuelve la mirada”): su evocación coexiste con la del declinar de una madre cuyas manos musitan, pese al acabamiento y el torpor, “misión cumplida”.
En el poema titulado “Cincuenta años después”, unos versos formulan la siguiente pregunta: “¿Cuándo entenderé / lo que ya entenderás cuando seas mayor?”. Y lo cierto es que Antonio J. Sánchez, en este jalón fundamental de su camino literario, Los libros y la noche, se da a sí mismo la respuesta de algún modo: “Bajo el montón de cansancio / sobrevive la alegría / como semilla en noviembre”.









