junio de 2025

‘Azorín, clásico y moderno’, de Francisco Fuster

Azorín, clásico y moderno
Francisco Fuster
Alianza Editorial, 2025
384 págs.

AZORÍN VISTO POR FRANCISCO FUSTER

Alianza publica Azorín, clásico y moderno, biografía de Francisco Fuster que viene acompañado por fotos del viejo maestro, de prosa rica y esmerada, cuyo azul se filtra en el paisaje de una estepa manchega.

En las fotos vemos al Azorín que camina, que ojea libros, el que mira un libro junto a Ramón Gómez de la Serna o saluda a Franco. Hay muchos azorines, pero caben en este libro, porque nunca fue claramente un conservador, pero se amoldó bien a una época, aunque realmente no le interesara el franquismo, sino su prosa esmerada y rica, su cine clásico y aquellas tardes de soledad, en que ya mayor, vivía para meterse en las salas de cine, soñar quizá otra vida.

El mérito de la biografía es lo que añade, una mirada inteligente al mundo de Azorín, tras una extensa investigación. De su mirada de cinéfilo nos dice Fuster:

“Algo sucede a principios de 1950 que le hace cambiar de opinión y pasar de esa actitud displicente a hacer de su visita al cine algo cotidiano y sagrado”.

También es interesante el proceso que supone la vuelta a España desde Francia, cuando Franco ya ocupa el poder. Se le propone que abdique de su talante de liberal burgués, el que defendió a la República. La inquina de Ramón J. Sender es manifiesta:

“Según él, Azorín es un narcisista, sin maldad, que presume de independencia pero que, por el contrario, ha demostrado ser, a lo largo de su vida, un conformista y un chaquetero, vendido al poder”.

Y aquí radica algo que caracterizó a Azorín, y que le diferenció de un Juan Gil-Albert que volvió a la España franquista en un largo exilio interior, donde escribió obras atrevidas como el Heracles, que solo verán su luz en democracia. Azorín, sin embargo, escribió en 1939 “Elegía a José Antonio” y encontrará la oposición de Gabriel Arias-Salgado que le acusa de tránsfuga. Luego colabora en el diario Arriba y tiene amistad con el grupo que componen Tovar, Ridruejo y Laín Entralgo, falangistas reconocidos.

Todo ello lo cuenta Francisco Fuster y nos preguntamos por qué Azorín volvió y entró de lleno en el Régimen, lo que constata que nunca tuvo muy claro dónde estaba. Propenso a la soledad, podemos sentir que Fuster lo retrata en su calvario, porque uno piensa que Azorín no fue nunca uno de ellos, pero tampoco de los otros, una isla en un mundo ideologizado, que no hemos conseguido apartar de nuestro siglo XXI y de nuestra política.

Y los premios que obtuvo en la España de Franco, como el que le concedió Ramón Menéndez Pidal, el de las Letras, con 500.000 pesetas. Lo veo, en el fondo, como transmite Francisco Fuster, más allá de los datos biográficos, como un hombre que no supo ocupar un sitio, un perdedor desde dentro y desde fuera, un hombre olvidado y solitario que supo muy bien que no encajaba en ninguna parte.

Ya no estaba Machado, ni Unamuno, ni Valle-Inclán, ni Baroja, solo en una España que solo entendía de halagos a los vencedores, Azorín fue un hombre sin patria, un hombre que se ocultaba en una sala de cine, para huir de la realidad.

Un libro necesario de un estupendo investigador, el de Francisco Fuster sobre ese hombre enigmático llamado José Martínez Ruiz, “Azorín”. Su prosa bella y transparente aún nos queda, y no importa el argumento si las palabras son como cristales en la mirada del escritor alicantino.

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