marzo de 2024 - VIII Año

‘En piedra, en agua, en verso’ de Miguel Pastrana

En piedra, en agua, en verso
Miguel Pastrana
Silente Ediciones, 2016
78 páginas
Prólogo: Octavio Uña
Ilustración de portada: Leovigildo Cristobal
Editado con la colaboración de la Asociación
Internacional de la Juventud Mariana Vicenciana


Miguel Pastrana: el canto de los libres

(Sobre el poemario “En piedra, en agua, en verso”)

Vive la luz bajo las piedras blancas que siguen marcando los días de la memoria, y el poeta, quien oye el resplandor en la tenue presencia de los astros del olvido, sabe que nombrar la intensidad de cuanto fue algún día la sombra de los seres es su encargo. No otra que la nostalgia activa, y revolucionaria, de Miguel Pastrana, implicado en el recuerdo, materia sustantiva de este libro, el testimonio ético del que vive tal como le gustaría ser recordado, el que ante nada indiferente escribe sobre la pared del tiempo la consigna de los libres, quienes han hecho del vuelo una pasión de lucha y construyen una casa moral para acoger a los náufragos de la razón, a los débiles y a los descontentos, a los que sienten como propia la condición semejante de los otros. Ahí está, irradiante de símbolos, la figura disidente del que alza su voz contra los oprobios de su época, el que conoce el mester del alba de las ciudades prometidas del amanecer, el vidente enamorado de otro orden solar, el avisador del fuego que ante la inminencia de las catástrofes es consciente de su lugar en la zona invisible de la realidad donde habita la poética del amparo, la que nos recuerda que los seres humanos somos responsables unos de otros y que la existencia, su tarea humana, carecería de sentido sin resistencia a los espectros del mal.

No hay dolor en los que conocen y comprenden el compromiso vital con la poesía como una labor indeclinable del pensamiento utópico, la que aspira a través del lenguaje a reconstruir sobre las ruinas de lo pretérito una sociedad más igualitaria y justa. No hay certezas en quien ha hecho de la duda una sistemática reflexión crítica, quien opone la fortaleza espiritual de su corazón a la intemperie del destino y, sin dejar de ejercer su derecho civil a la felicidad, vincula sus palabras al anhelo de cuantos no la han tenido. Ese es Miguel Pastrana, poeta civil, poeta en la ciudad de las “aves en v de vida y de Vallecas”. Este es su mundo, un territorio dignificado por la mirada cómplice, una vecindad en alianza con la imaginación de los que sufren, los nadie, los desapercibidos de las épocas, los asalariados de la necesidad y los insurrectos sobre la herida y el planto de la historia; fraternal entre los compasivos, los que iguales en las trincheras de la ensoñación son las personas compañeras del pueblo de la noche, quienes madrugan a la dura realidad del esfuerzo y amplían los horizontes significativos del porvenir, seres de utopía e ideal, que no de quimera, camaradas en el materialismo dialéctico de la siempre pendiente imaginación futura. Esta es su resistencia verbal, frente a los espectros que cuestionan la ilusionante aventura humana, un canto cívico contra la hímnica de los poderosos, su hermoso manifiesto de vocales verdes.

Miguel Pastrana lleva el alma por fuera, como un abrigo de nubes, como una asamblea de lluvias en los desiertos páramos donde rige lo banal y el prestigio de la basura. Él, que vive donde “las madres cuidan de sus madres y sus hijas”, donde “los hombres marchan al trabajo” y “es domingo”, conoce el círculo de los humildes, conoce la estación doliente de la humanidad, el tacto adolescente de la cera y el envejecido ruido del martillo, el mundo de lo que sobrevive en los subterráneos de la razón y la aspiración celeste de las vivientes palabras de los enamorados, los santos laicos y los lógicos desbordados por la sensatez. Sus poemas son casas, hermosas como las cabañas de Klee, comunales como los falansterios de Fourier, alcobas donde crece la hierba del sueño y la flor púrpura de lo que no claudica ante la incertidumbre crepuscular y la solo aparente finitud del otoño.

Este libro de Miguel Pastrana, “mi amigo, mi vecino”, es una ventana donde siempre la luz de la beldad está encendida, y el que habla, él, un otro, se torna voz de una conciencia colectiva, coro de simientes vocálicas en el surco de la tierra, el lenguaje de la delicadeza humana que acompaña en su travesía bajo las estrellas la lucha intemporal del justo y las bienaventuradas criaturas de la tierra. Poesía construida con la materia del sueño, de par en par abierta a las sustancias invisibles del inconsciente y a las densidades de la experiencia de lo vivido; poesía limítrofe y mestiza, en las afueras del canon, allí donde la única verdad de lo nombrado es la palabra, el pensamiento impuro del lenguaje en las remotas geografías donde sin nombre “fuimos una hermandad de sangre y fuego”.

Es Miguel Pastrana, el poeta que se vuelve nauta y caminante, cruza los mares del designio, regresa al lugar imaginado tras la curvatura de las aguas y las sales. Atraviesa el horizonte y ve la historia, la peripecia minúscula y la gran epopeya, el reino de los mitos y sus dioses destronados, los puentes del regreso derruidos, las nuevas ideas como giratorias sámaras al viento… Es él quien así observa la humilde sencillez de la persona antes de convertirse en árbol. Y bajo ese árbol es donde vuelve a nacer la mujer y el hombre, la hermosura de lo ardido en la “hoguera fría de la tribu”.

“Lo más bello es lo incumplido”, escribe Miguel Pastrana, con el grafito de los sueños sobre el agua, con candentes metales sobre la ferocidad del hielo, con la tinta del corazón sobre lo más amado. No ignora que todo lo existente lo arrastrará la polvareda hacia el enigma de la muerte, por eso ha hecho de cada uno de sus versos un afluente moral hacia los ríos de la resurrección de la escritura. Es Miguel quien testifica ante la infinitud del tiempo, el que conoce lo pasajero de la agricultura de las formas y la duración de las piedras estelares, quien traslada a su dicción el pulso sabio de los pueblos y acoge en la liberadora intimidad de sus poemas la inmensa soledad de sus mujeres y sus hombres. Es entonces el poeta quien cierra los ojos sin consuelo y, bajo otros insomnes párpados, se suma a la revuelta de los que alguna vez soñaron. He aquí, entre piedra y agua, la vida fluyendo en su leyenda, la suya y nuestra, la escrita contra el silencio, con “la copa siempre llena por una sed sin fondo”. Son las mismas alas de todo lo que aún libre vuela, pájaros custodios de la imaginación en la rama de los solitarios antepasados de la memoria, los que definitivamente inocentes en la balanza de la honradez aún pueden gritar al viento: “no moriremos nunca”.

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