marzo de 2024 - VIII Año

‘Soles de nostalgia’ de María Ángeles Lonardi

solesSoles de nostalgia
María Ángeles Lonardi
Editorial Círculo Rojo, 2019

Desde el azul marino de la vecina Almería me llega, con estos hermosos versos, el encargo de un prólogo que los arrope. A ello me apresto tras una triple lectura sosegada, en la que percibo una vez más, un alma en tantos aspectos gemela a la mía, la de María Ángeles Lonardi, la escritora y la amiga.

El título no deja lugar a la duda sobre el tema que sobrevuela las páginas del poemario, enseñoreándose de ellas, cubriéndolas con un manto que no puede ser sino azul, el de la nostalgia, que recorre el tiempo, del presente al pasado, y a la inversa, y que se proyecta también hacia el futuro. Porque el espíritu no sólo siente esa punzada dolorosamente dulce por lo que fue, sino también por lo que será. Porque también existe la nostalgia de lo que vendrá, del porvenir, como canta espléndidamente la intérprete helena Eleftheria Arvanitaki, una de las cultivadoras de la tradición musical griega del ‘Rembetiko’, que tan bien describe la nostalgia, el dolor, la ternura y el amor, en uno de los temas de Broadcast (2001), ‘I’m nostalgic for the future’.

Y también, cómo no, existe la nostalgia por lo no vivido, que igualmente provoca la sensación de pérdida y el dolor agudo por lo hermoso de lo que fue y sigue siendo en nuestro interior, en nuestra evocación, en esa vuelta al corazón que implica el recuerdo, incluso de lo que no llegó a ser sino en nuestra imaginación. Los japoneses poseen el término Natsukashii en referencia al instante en que la memoria, sorpresivamente, te transporta a un bello recuerdo que te llena de dulzura, a esos soles de nostalgia que brillan con fuerza en su título, sólo en apariencia paradójico, y que lo hacen de nuevo, a manera de arcoíris, en uno de los poemas que lleva por nombre ‘Lluvia’. El vocablo ‘recuerdo’ es nombrado explícitamente hasta en treinta y seis ocasiones, y treinta son las veces en que se nombra a los sueños.

De entre los muchos detalles singulares que quisiera destacar comenzaré por un aspecto formal: el de la estructura circular, en ‘Campanas de luna’. La ‘ringkomposition’ del poema, a la manera del ouróboros encierra en un paréntesis las palabras poéticas que la poeta nos regala.

Ya casi olvidaba
cómo era el tañer de las campanas
en mis oídos…

Con estos tres versos se inicia y se pone fin al poema. La remembranza se opone al olvido, se resiste a él, y a su amenaza de sepultar las vivencias.

Las evocaciones míticas no podían estar ausentes en unos versos teñidos por el halo del ‘nóstos’, del viaje metafórico de las emociones que tiene en Ulises y su particular odisea, relatada por Homero, en la obra homónima su ejemplo más conspicuo.

La lograda imagen de la tinaja sin bordes nos lleva hasta las Danaides, condenadas a perpetuidad a tratar de llenar recipientes sin fondo. Los límites se desdibujan, rebosantes, y al igual que esa tinaja, en una suerte de símil homérico, el poemario desborda, sin índice expreso, aunque perfectamente estructurado de forma tripartita.

Dieciocho son los poemas que se ocupan del pasado, del ayer. Diecinueve lo hacen del ‘hinc et nunc’, y otros diecinueve del ‘aiei’ griego, el semper latino que da origen a nuestro siempre perpetuo, de manera que el mañana se funde en una dimensión sin límites -si ello es posible-, que lo abarca todo.

También Pandora me viene a la mente en la magistral descripción que del ‘bello mal’ hace Hesíodo, en la que nos la presenta portando la tinaja contenedora -sin que ella lo sepa- de males y bienes, con la orden tajante de no destapar su boca. De la desobediencia de la joven son bien conocidas las consecuencias: al instante de hacerlo quedan diseminadas por el mundo las desgracias, si bien consigue mantener a salvo la esperanza redentora, perenne promesa que permite sobrellevar contratiempos y reveses.

Tetis y Aquiles aparecen como exemplum paradigmático de amor materno, con la madre dispuesta a cualquier cosa con tal de tratar de conseguir la vida eterna para el fruto de las propias entrañas.

El vocabulario es otro de los aspectos dignos de señalar, y en este sentido diré que tan importante es lo que se dice como lo que se calla. Así, resulta tremendamente significativa la ausencia de la palabra ‘tristeza’, y la presencia en una sola ocasión de ‘melancolía’, y en otra de ‘pena’. ‘Alma’ se nombra siete veces, cuatro ‘huellas’ y tres ‘ausencias’ y ‘nostalgia’, a la que se añade el adjetivo ‘nostálgico’ referido a ‘tardes ocres’.

En cambio ‘alegría’ aparece dos veces, y si bien es cierto que la acción de llorar o las lágrimas aparecen de forma reiterada (nueve y cinco veces, respectivamente), son superadas con mucho por ‘risas’ y ‘sonrisas’ (hasta en quince ocasiones), además de que las lágrimas no son sinónimo, como bien sabemos, de sufrimiento, sino que muchas veces el motivo que las provoca es la emoción desbordada, que bien puede nacer de un dulce recuerdo.

‘Sonreír feliz’ son las dos últimas palabras del primer poema. ‘Cuántas veces deseamos/ volver el tiempo atrás’ los dos últimos versos del último poema (‘Del tiempo’), cuyo enunciado tiene el aroma de lo clásico, de lo inmanente.

El amor está omnipresente en sus distintas manifestaciones: amor de madre, amor a los progenitores, a la pareja, a las ciudades y lugares en que se ha vivido, a la naturaleza y al cosmos en general.

La lluvia es sin ninguna duda el fenómeno climatológico que, en general, nadie duda a la hora de señalarlo como evocador de recuerdos, y por tanto era esperable que aparezca de forma reiterada como protagonista indiscutible.

La última parte está dominada por la presencia de las estaciones -el estado de ánimo se asimila a la naturaleza y a su devenir cíclico- y de lugares concretos. La concreción de la dimensión espacial se une a la temporal. Predomina el otoño, época del año tradicionalmente vinculada a la nostalgia, que es mencionada once veces. Más fugaz es la aparición de la primavera, que, al igual que el verano, figura cinco veces, frente a las seis que lo hace la estación invernal.

Muy elocuente es el contraste entre los dieciocho ‘siempres’ que se oponen a cinco ‘nuncas’. La vida, omnipresente (el tempo vital, el pulso vivo…) rechaza la sombra amenazadora de la muerte, que no es nombrada ni una vez siquiera, y también la del olvido, la peor de las muertes porque es perpetua.

Pero la añoranza encuentra un lugar esperanzador incluso ‘cuando sobra la distancia/ y cuando falta el tiempo’, porque es entonces ‘cuando es el cielo/ el destino final/ de todos los abrazos/ y de los últimos besos’.

Si hay un color que defina el conjunto, este no podía ser otro que el azul, repetido once veces, y convertido en verbo en una ocasión: azulea, acción-estado atribuida al jacarandá, con el que acabo, para dar paso sin más demora a las magníficas palabras de este poemario, palabras que, para decirlo con la poeta, ‘delinean la dicha de la espera/ y perfuman las horas’, con el jazmín y las rosas que acompañan con su fragancia la grata lectura. Tratando de corresponder a su delicadeza, me he esmerado en acariciar en esta pequeña aproximación los versos de Lonardi. Espero haberlo logrado siquiera mínimamente. Ha sido un disfrute intentarlo.

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