octubre de 2024 - VIII Año

‘La pérdida de la ambigüedad (Sobre la univocación del mundo)’ de Thomas Bauer

La pérdida de la ambigüedad
(Sobre la univocación del mundo)

Thomas Bauer
Herder, Barcelona, 2022

Resulta, ante todo, gratificante el que un profesor respetado como Bauer aborde en sus especulaciones ensayo-filosóficas, no solo un tema de clara actualidad, sino el tema mismo de la formulación de la identificación frente al principio (a la libertad teórica) de la ambigüedad; ésta, en mi opinión, pudiéramos considerar que goza de valor histórico y dialéctico por cuanto genera y ha generado por sí el principio esencial de la filosofía: la duda

Trabajos así constituyen una labor didáctica consciente pues no condena o se muestra displicente respecto de la actualidad más viva, sino que acomete su postura presuntamente racional como una forma más de conocimiento, de análisis. En un momento dado, el autor cita al teórico Wertheimer, quien reconociendo en la actualidad un choque de culturas, expone algo que se ha puesto en marcha (a escala mundial e independientemente de religiones o de sistemas distintos) desde hace ya algún tiempo: el choque entre el pensamiento monológico estrecho y centrado en la univocidad, por un lado, y un modo de vida y de pensar, por otro, que se expone a la diversidad, la ambivalencia y la multiplicidad de las interpretaciones de la realidad”

Creo que habremos de quedarnos con esta idea de choque o enfrentamiento (bien sociológico, bien intelectual o político, el caso es la confrontación) que deriva en una disociación de intereses y de planteamientos incluyendo los más distintos comportamientos. Por ejemplo, cita en un momento determinado Bauer: “Antes los seres humanos tenían sexo, pero no sexualidad. Ahora el comportamiento sexual fue visto como síntoma de una identidad sexual” Una apreciación que, si bien devenida de un comportamiento instintivo animal, darwiniano, si se quiere, pasa a ocupar relevancia de categoría identificatoria en la consideración de los valores actuales.

Se hace necesaria, se impone, pues, de algún modo, una nueva categorización de eso que llamamos valores de conducta y que afecta (y ha de afectar, y habrá de afectar) al comportamiento general como forma de definición humana de identidad.

Leemos: “Hoy se han añadido a la pareja binaria homo/hetero otras muchas casillas, de las que la sigla LGTB solo es una muestras”. En este sentido, Çetin y Jürgen, nos dice Bauer, consideran que “la persecución no podrá ser suprimida en lo fundamental en tanto siga habiendo identidades rígidas, porque, cuando se transforman las relaciones de fuerza políticas, puede suceder con facilidad que las regulaciones que pretenden general tolerancia y aceptación sean suprimidas para una minoría y sustituidas por un trato restrictivo (…) Hay que considerar problemáticas la medidas legislativas o estadísticas que encuadran a las personas según determinadas adscripciones o características”

Creo que muy acertadamente, Bauer señala que, “lo discutible (en contra de la posible ambigüedad) es la pretensión de absolutidad. Y nos dice: “La religión y el arte son ámbitos de retirada de la ambigüedad y solo en ese marco pueden prosperar. La religión puede causar desgracia. Pero ni podemos abolir la religión, ni nada indica que un mundo sin religión sería mejor y viviría más en paz (…) Pudiera ser que las causas que conducen a un cielo vacío (o, al menos, a un cielo más vacío) también hicieran más vacía la tierra”

Al fin, el planteamiento dialéctico actual pudiera derivar entonces en indecisión, en confusión, esto es, “no es sorprendente que en una sociedad de consumo capitalista la oferta de mercancías se diversifique y, con ella, también las identificaciones destinadas a todas las personas llamadas a comprar estas mercancías. Pero ¿vivimos por eso realmente en una era de diversidad? Y la pregunta pudiera remitir, ay, a la irónica letra de una canción de la rupturista Nina Hagen titulada ‘Clavada al televisor’: “Clavada sin solución,/ imposible una decisión,/ todo es multicolor,/clavada al televisor”.

Que exista, convengamos, al menos, el bien de la duda, el don de la ambigüedad. Así se expresa, en ocasiones, la libertad, libre de categorías excluyentes entre sí, de aherrojamientos innecesarios o fútiles.

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