abril de 2025

‘1927. Caído de este lado’, de Ildefonso Vilches

1927. Caído de este lado
Ildefonso Vilches
Ed. Adarve, 2024
198 páginas

Lo breve, si bueno, dos veces breve                         

Un buen día Monterroso se levantó y observó a un dinosaurio de tamaño medio, de color incipiente y de aspecto limpio, e inventó el microrrelato contemporáneo. Lo cierto es que el pequeño relato ya estuvo por aquí, y todo el Medievo se pobló con hacedores de relatos muy cortos, o de historias resumidas (Don Juan Manuel, los sefarditas, los ejemplos morales, las diatribas). En definitiva, cualquier idea plasmada por un escritor es ya un microrrelato, porque en ello se encuentra la parte sustancial de lo que se quiere decir, la madre que comporta el principio y toda la obra.

Así que Ildefonso Vilches (Úbeda, 1969) se atreve con ello y lanza una colección de relatos cortos (1927, Caído de este lado, Editorial Adarve) donde la magnitud del momento y el suceso inmediato o eterno constituye la base de cada uno de ellos. El realismo, el costumbrismo, el paisaje, la nostalgia, el orden del niño que escucha o del viejo que viaja por la vida, y en torno a todo esto, la crueldad y la Historia, que es como decir la verdad diaria y la violencia.

La fecha, 1927, quizá denote un mensaje a aquel abuelo que luchó (en la olvidada guerra de África) o a aquella otra abuela que esperó a que amainara el trance. Ildefonso Vilches nos revela que la conciencia es incompatible con la muerte, que todo queda, que acaso un nieto recuerde y lance una historia con propósito. Incluso alcanza la prosa poética en «Le quise decir» o en «Los carboneros» o la anamnesis en «Lentamente». Surge entonces un mundo irreconocible, de plenas vivencias (que hoy no somos capaces de disfrutar o de sufrir).

Una oleada de hechos que hoy nos parecen imposibles: ¿unos ancianos desprotegidos?, ¿una guerra tan cercana? Pero llega el presente: «me descalzo y meto los pies en el agua, y tampoco lo siento. No siento nada» Y en ese presente nos damos cuenta que hubo un pasado ignoto, unas vivencias crudas, un fuego ensordecedor de humo y tal vez de metralla. Aquí se hayan tipos y existencias a lo John Steinbeck, a lo Erskine Caldwell, a lo Delibes o a lo Sánchez Ferlosio. Diría que este libro hay que leerlo de manera completa y rápida, para ver el dibujo total que forman todos los microrrelatos y, posteriormente, escoger aquellos que nos hayan apelado más, para releerlos con un vaso de soda en la mano.

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